CHARLA

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La noble se despertó con un sobresalto, su corazón latía con fuerza mientras recuperaba la conciencia en la penumbra de la cámara lateral. Al sentir el peso reconfortante de su hija durmiendo a su lado y a su amor al otro lado de la habitación, un suspiro de alivio escapó de sus labios. Se tomó un momento para observar a su pequeña, cuyos rasgos angelicales se veían aún más serenos en el suave resplandor que penetraba tímidamente por las grietas de las paredes antiguas.


Sin embargo, al deslizar su mirada hacia la oscuridad que envolvía el resto de la estancia, su corazón dio un vuelco. Allí, en la sombra, yacía Teodoro, tan inmóvil como una estatua. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al contemplar la figura del misterioso guardián, cuya presencia parecía impregnar cada rincón de aquel santuario olvidado. Una pregunta urgente brotó en su mente, tejiendo una red de incertidumbre y temor: ¿Qué destino les aguardaba junto a aquel enigmático protector?


Con la mente llena de dudas y temores, la noble se sumió en una reflexión silenciosa, intentando desentrañar los enigmas de su situación. En aquel santuario oscuro, donde los secretos ancestrales se entrelazaban con la realidad presente, se enfrentaba a un dilema que desafiaba los límites de su comprensión y su coraje.


La noble reunió su coraje y, con respeto, dirigió unas palabras a Teodoro. Con la humildad que caracteriza a los corazones verdaderos, preguntó por la situación desde que el guardaespaldas había llegado con ella envenenada.


Teodoro, de pocas palabras pero cargadas de significado, resumió en breves oraciones los acontecimientos desde la llegada del guardaespaldas con su amada, ofreciendo una visión concisa pero esclarecedora de los eventos que habían transcurrido en el santuario olvidado.


La noble formuló con delicadeza la pregunta que había estado latiendo en su corazón: ¿Qué esperaban a cambio de su hospitalidad y curación? Teodoro, con la calma que siempre le caracterizaba, devolvió la pregunta con otra: ¿Qué podía ofrecer ella?


La noble, con la astucia propia de la aristocracia, comprendió la situación y decidió jugar sus cartas con prudencia. Con una sonrisa serena en el rostro, instó a Teodoro a expresar primero sus deseos y prometió considerar su solicitud con la mayor atención y generosidad posible. En aquel delicado equilibrio de cortesía y pragmatismo, se gestaba un pacto en la penumbra del santuario olvidado, donde las palabras eran monedas de cambio y los corazones se entrelazaban en un baile de intereses y nobleza.


Teodoro sopesó las palabras de la noble en el silencio del templo, una pausa cargada de significado mientras consideraba sus deseos. Finalmente, con una determinación serena, reveló sus anhelos más profundos. "Deseo aprender a leer y escribir", dijo con humildad, sus palabras resonando en la penumbra como un eco de esperanza. 


El deseo de Teodoro no se detuvo ahí. Con una mirada que reflejaba una curiosidad insaciable, añadió: "Además, deseo toda la información posible sobre el mundo exterior. Los relatos, las historias, los conocimientos que yacen más allá de estos muros antiguos. Quisiera comprender el mundo que existe más allá de estas sombras, para entender mejor nuestro lugar en él."


En aquella oscuridad serena, las palabras de Teodoro resonaron con una sinceridad conmovedora, revelando una sed de conocimiento que ardía en lo más profundo de su ser. Mientras tanto, la noble escuchaba con admiración y respeto, comprometiéndose a ayudar a cumplir los deseos de Teodoro en aquel rincón olvidado del mundo, donde los sueños y las aspiraciones se entrelazaban en una danza etérea de posibilidad y esperanza.

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora