PREPARATIVOS 2

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"Después de salir de la forja del artesano, me dirigí a una posada cercana. Pedí un cuarto individual y, una vez dentro, tomé una de las sillas y la empecé a golpear contra las paredes. Necesitaba desahogar toda la ira que había acumulado, toda la frustración por lo que parecía una misión imposible. Golpeé y golpeé hasta que mis brazos se agotaron y mi furia se disipó.


Finalmente, cuando me calmé, oí un ruido en la puerta. Uno de los encargados estaba allí, probablemente preocupado por el ruido. Sin pensarlo dos veces, tomé un par de monedas de mi bolsa y, antes de que pudiera decir una palabra, se las arrojé. Él las atrapó y, con un asentimiento silencioso, se retiró. Sabía que el dinero cerraría su boca y evitaría que hablara del incidente.


Me dejé caer sobre la cama, el cansancio pesando en mis huesos. Ya más tranquila, comencé a repasar mis opciones. El único dios con el que había tenido alguna interacción eras tú," dijo, mirando a Teodoro. "Vivías una vida mortal, y en mi mente pensé que tal vez estabas viviendo como un mortal por diversión. Tal vez, si lo consideraba, podrías ayudarme... pero en ese momento, te veía como un plan de respaldo, una última opción si todo lo demás fallaba."


"Estrujé mi cerebro, tratando de recordar cada detalle de la información que me había dado el artesano". Había mencionado varias armas y elementos de sellado, cada uno con un legado poderoso. Entre las armas, la lanza de Aquiles y la espada de Heracles destacaban. Aunque fueran réplicas, si podían retener siquiera una fracción de las propiedades de las originales, podrían ser útiles para mis propósitos.


En cuanto a los elementos de sellado, mencionó una réplica del trono que aprisionó a Hera y unas cadenas similares a las que sujetaron a Prometeo. Cada uno de estos objetos tenía un poder simbólico inmenso, y aunque fueran réplicas, sabía que podrían ser instrumentos poderosos si los utilizaba correctamente.


En ese momento, un plan preliminar comenzó a tomar forma en mi mente. Decidí que solicitaría la réplica de la espada de Heracles. Mi idea era que, al obtenerla, la imbuiría con el veneno de cuantas criaturas mortales pudiera encontrar, para que la hoja adquiriera una letalidad extrema, similar a la que Heracles utilizó para derrotar a sus enemigos. Por otro lado, cualquier elemento de sellado que eligiera sería una buena opción, pues podrían ser la clave para contener al dios del río si no lograba destruirlo por completo.


El plan era arriesgado, lleno de incertidumbres, pero me aferré a él. Era mi única esperanza para vengar la muerte de mi hermana y librar al mundo de ese ser despreciable que la había llevado a su trágico fin. 


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Al día siguiente, regresé al taller del artesano. Me recibió con una sonrisa entusiasta, claramente emocionado por la oportunidad de trabajar en un proyecto tan ambicioso. Me explicó con más detalle cada opción que había mencionado anteriormente. Cuanto más hablaba, más sentía que todo lo que me decía era un cruel juego del destino.


No importaba cuál de las opciones eligiera, si quería que el arma o el elemento de sellado tuviera la capacidad de herir a la bestia divina, debía contar con el favor del dios al que supuestamente adoraba. Eso significaba que el dios debía transmitir su poder al objeto o impregnarlo con su sangre divina. El artesano se explayaba con entusiasmo sobre las futuras capacidades de los objetos, describiendo con admiración cómo podrían emular las propiedades de las armas y herramientas de los antiguos héroes y dioses. Y yo, sentada frente a él, solo podía sentir una mezcla de desesperanza y frustración.


Siguiendo el papel que había adoptado, fingí ser una creyente ferviente en busca de la aprobación divina. Con cautela, le pregunté si existía alguna posibilidad de obtener la sangre divina o la bendición de otro dios, uno que pudiera prestar atención a los mortales. Él me miró, y con un tono algo condescendiente, me respondió que sí, que en teoría era posible. Pero me recordó que casi ningún dios se molestaba con los asuntos de los mortales. Incluso él, siendo el principal creyente de Hefesto, apenas recibía atención del dios al que dedicaba su vida.


Sus palabras eran como un jarro de agua fría. Si hasta el artesano, con toda su devoción y conocimientos, no lograba captar la atención de su dios, ¿Qué esperanza tenía yo? Mi fachada se mantenía, pero por dentro, sentía que mi plan se desmoronaba antes de siquiera haber comenzado. Sin embargo, no me rendí. Sabía que tenía que seguir adelante, encontrar una manera, cualquier manera, de cumplir mi venganza. Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era asentir y escuchar, mientras mi mente luchaba por encontrar una nueva salida."


"Le pedí un momento al artesano para organizar mis pensamientos. Él, con una amabilidad que no esperaba, aceptó y me dejó sola en la habitación de recepción en la que nos encontrábamos. Cuando la puerta se cerró tras él, el peso de todo lo que había aprendido comenzó a aplastarme. La mayoría de mis otros planes, todos los métodos que había ideado para lograr lo imposible por mis propios medios, se desmoronaron como castillos de arena bajo una marea imparable.


Había pensado, ingenuamente, que con suficiente esfuerzo y astucia, con la adecuada manipulación de herramientas mortales, podría lograr la increíble hazaña de acabar con un dios. Pero con la nueva información que había obtenido, la realidad me golpeó con fuerza: eso era un sueño irrealizable sin la intervención directa de lo divino. Solo me quedaban dos opciones, y en realidad, ambas se reducían a una sola.


Podía pedir la construcción de las herramientas, sí, pero sin la bendición divina, no serían más que simples armas, incapaces de dañar a un ser inmortal. Así que la única salida posible era encontrarte a ti, Teodoro, y esperar que fueras algo más que un simple mortal viviendo una vida disfrazada. Que fueras un dios en busca de entretenimiento en el mundo humano, alguien que pudiera prestarme su ayuda para llevar a cabo mi venganza.


Era una apuesta desesperada, lo sabía, pero también era la única esperanza que me quedaba. Y en ese momento, decidí que valdría la pena intentarlo, aunque significara poner mi vida y mi futuro en tus manos."

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora