Con su transformación Medusa asumió su nuevo papel como la guardiana del olvidado templo de Atenea. Las sombras de la noche veían a la serpenteante figura de la antigua sacerdotisa, ahora rodeada por la penumbra que se cernía sobre el lugar sagrado. El suelo cubierto de musgo y las estatuas descuidadas de dioses antiguos testificaban el abandono que el tiempo había impuesto al lugar.
Medusa, con sus cabellos de serpientes ondeando como un enjambre, caminaba entre las columnas desgastadas del templo. Sus ojos, una vez llenos de luz y devoción, ahora portaban la carga de la maldición. Las estatuas petrificadas de aquellos que habían osado profanar el santuario eran testigos mudos de la amenaza que Medusa representaba.
A lo largo de los años, la Gorgona cumplió su tarea con una fidelidad sombría. Los intrusos que se aventuraban a perturbar la paz del templo eran recibidos por su mirada mortal. Piedra tras piedra, la colección de estatuas creció, un testimonio silencioso del precio de la intrusión en este lugar ancestral.
A pesar de su función como guardiana, Medusa no podía olvidar su pasado, su traición y su castigo divino. En la quietud de las noches estrelladas, se preguntaba si algún día encontraría redención, si su servicio implacable a Atenea podría ser la llave que abriera las puertas a una libertad tan ansiada.
En la penumbra del templo olvidado, la existencia de Medusa experimentó un giro inesperado. Un cambio silencioso se gestó dentro de las piedras antiguas cuando, en una noche estrellada, Medusa dio a luz a un hijo, cuyos cabellos verdes brillaban como hojas frescas en la luz de la luna.
El pequeño, con ojos curiosos y una mirada que llevaba consigo la maldición de su madre, trajo consigo una luz inusual al oscuro rincón que habitaban. Medusa, inicialmente sorprendida y luego cautiva por la singularidad de su hijo, lo llamó Teodoro. El niño, con cabellos que recordaban a la exuberancia de los bosques, creció entre las ruinas del templo, ajeno a la maldición que pesaba sobre su madre y sobre el mismo.
A medida que Teodoro crecía, mostraba un vínculo especial con la naturaleza, una afinidad que se manifestaba en su habilidad para hacer florecer las plantas que rodeaban el antiguo templo. La relación entre madre e hijo se desarrollaba en el silencio del santuario, donde Medusa a pesar de tener una apariencia temible, encontró consuelo en la presencia de aquel ser único.
Sin embargo, la presencia de Teodoro no pasó desapercibida ante los ojos de los dioses. Las sombras del Olimpo observaban con interés el inusual linaje que se desarrollaba en el templo olvidado de Atenea. Mientras tanto, el destino de Teodoro, marcado por la peculiaridad de sus cabellos verdes, se entrelazaba con la misión de su madre y el antiguo templo que custodiaban.
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EL HIJO DE MEDUSA
FantasyEn los oscuros rincones de la antigua Grecia, emerge una historia olvidada, la del hijo de Medusa la cual narra la vida de Teodoro, un joven destinado a llevar la carga de la maldición materna. Como hijo de la temida Gorgona, Teodoro lucha por encon...