LA REALIDAD DEL ENCIERRO

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El tiempo paso y el túnel que conectaba el antiguo templo con el vasto océano se completo, Teodoro esperaba con esperanza el momento en que las ninfas podrían finalmente abandonar su encierro. Sin embargo, una nueva realidad se presentaba: las ninfas, creadas y criadas en las aguas del templo, parecían atadas a su origen de una manera que Teodoro no podía comprender.


Intrigado y lleno de determinación, Teodoro se volvió hacia su madre, Medusa, en busca de respuestas. La Gorgona, ajena hasta entonces a la existencia de las ninfas, escuchó la pregunta no dicha en los ojos de su hijo. La revelación del encierro de las ninfas y la necesidad de liberarlas pesaron en el corazón de Teodoro.


Medusa, con sus ojos de serpiente reflejando la sorpresa y la comprensión, compartió con Teodoro la historia de las ninfas y el lazo profundo que las unía al lugar donde nacían. Las aguas en las que nacieron eran su hogar y prisión, y aunque el túnel proporcionaba una conexión con el océano, parecía que las ninfas estaban ligadas de manera más fundamental de lo que una simple vía de escape podía ofrecer.


Ante la revelación de la existencia de las ninfas y la complejidad de su situación, Medusa, con sus ojos de serpiente que reflejaban un caleidoscopio de emociones, se volvió hacia su hijo. La pregunta, cargada de curiosidad y tal vez un toque de inquietud, brotó de los labios de la Gorgona.


"¿Por qué, Teodoro?" susurró Medusa. "¿Por qué te embarcas en esta tarea, enfrentando lo desconocido y desafiando incluso las leyes de la naturaleza?"


La respuesta de Teodoro resonó con una sinceridad total. "Madre, lo hago porque quiero. No busco hacer lo que quiero, no me preocupa si es considerado bueno o malo por los demás. Simplemente siento que es lo que quiero hacer, y eso es suficiente para mí."


La simpleza de la respuesta de Teodoro dejó a Medusa contemplativa. En las palabras de su hijo, encontró una determinación que la conmovieron profundamente. Aquel joven, con su sangre y su mirada que podía petrificar, eligió actuar movido por el deseo puro de hacer lo que sentía, sin ataduras a nociones preconcebidas de moralidad.


Las palabras de Teodoro resonaron en el aire como un eco de libertad. En ese momento, Medusa entendió que su hijo, más allá de la maldición que llevaba consigo, era también un ser de elecciones propias y voluntad inquebrantable. Con un nudo en la garganta y un corazón lleno de orgullo, Medusa aceptó las acciones de Teodoro y se preparó para enfrentar los desafíos que aún se alzaban ante ellos.


EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora