MUERTE

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Pasaron un par de meses en los que Teodoro y Emporios disfrutaban de su exilio involuntario en la vieja mansión de Piraeus. La vida, aunque tranquila, parecía un suspiro después de las décadas llenas de desafíos y triunfos. Sin embargo, la paz se vio interrumpida cuando Emporios cayó enfermo. A pesar de contratar al mejor médico que el dinero podía conseguir, no había diagnóstico de alguna enfermedad específica; la realidad era más simple y cruel: Emporios estaba envejeciendo.


Después de despedir al médico, Emporios fruncía el ceño acostado en su lujosa cama. Su expresión denotaba una mezcla de frustración y resignación, algo poco común en el siempre resuelto comerciante. Teodoro, consciente de que nunca podría experimentar lo que significaba estar al final de la vida por edad, se acercó y colocó su mano en el hombro de Emporios con un gesto de apoyo y comprensión.


—Por lo menos no morirás de una enfermedad —dijo Teodoro con mucha seriedad.

Emporios miró a Teodoro como si le debiera una gran suma de dinero, una mirada que combinaba incredulidad, ira y un leve rastro de diversión.

—Tu sentido del humor no ha mejorado —respondió Emporios, intentando no reír.

—Lo intento —dijo Teodoro con una ligera sonrisa.


El aire en la habitación se sintió más ligero por un momento, pero la realidad de la situación pronto volvió a asentarse sobre ellos. Emporios, un hombre que había enfrentado y superado innumerables desafíos, ahora se veía atrapado en una batalla que no podía ganar. Teodoro, siempre el guardián leal, no se apartaba de su lado.


—¿Recuerdas cuando éramos jóvenes, Teodoro? —preguntó Emporios, su voz más suave de lo habitual—. Cuando pensamos que podíamos conquistar el mundo.

—Lo recuerdo —respondió Teodoro—. Conquistamos bastante del mundo, si me permites decirlo.

Emporios asintió, sus ojos brillando con un destello de orgullo y nostalgia.


—Sí, lo hicimos. Pero, al final, lo que más valoro no son las riquezas ni los logros... sino los momentos, las personas. Tú has sido el hermano que nunca tuve, Teodoro.

Teodoro permaneció en silencio por un momento, asimilando las palabras de su amigo.

—Y tú has sido el hermano que siempre necesité, Emporios. Aprendí más de ti que de cualquier otra persona. Todo lo que soy, te lo debo a ti.

Emporios sonrió débilmente, su mirada se suavizó.


—Tienes una vida por delante, Teodoro. Un futuro que puedes moldear como desees. Yo ya he hecho mi parte. Es tu turno de seguir adelante, de encontrar tu propio camino.

—Mi camino siempre ha estado contigo —dijo Teodoro—. Pero entiendo lo que quieres decir. Aún así, no te preocupes por mí. Estoy aquí contigo hasta el final.

Emporios cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Teodoro le brindaran consuelo. Sabía que su tiempo se estaba acabando, pero también sabía que no estaba solo. Tenía a su lado al único hombre en quien siempre había podido confiar.


Durante las siguientes semanas, Teodoro cuidó de Emporios con una dedicación inquebrantable. Se aseguraba de que estuviera cómodo, de que no le faltara nada. Aunque la salud de Emporios seguía deteriorándose, sus últimos días estuvieron llenos de conversaciones sobre el pasado, recuerdos compartidos y risas ocasionales.

Una noche, mientras la luna iluminaba suavemente la habitación, Emporios tomó la mano de Teodoro.

—Teodoro, cuando llegue mi hora, quiero que sigas adelante. Quiero que vivas, que encuentres tu propio propósito. Prométemelo.

Teodoro asintió, apretando la mano de Emporios.

—Te lo prometo, Emporios. Viviré y llevaré conmigo todo lo que me has enseñado. No te preocupes.

Con esas palabras, una paz indescriptible llenó el corazón de Emporios. Cerró los ojos, sintiendo una tranquilidad que no había conocido en años.

—Gracias, Teodoro —susurró, antes de dejarse llevar por el sueño.


Esa fue la última noche que Emporios pasó despierto. A la mañana siguiente, Teodoro encontró a su amigo en paz, habiendo partido de este mundo con una expresión serena en su rostro. Emporios había vivido una vida plena, y ahora descansaba, dejando un legado que Teodoro juró honrar.


El funeral de Emporios no pudo ser ostentoso. Teodoro organizó una ceremonia discreta, alejada de las miradas curiosas y las autoridades. En una noche sin luna, llevó el cuerpo de Emporios a un claro en el bosque cercano a la mansión. Había preparado una tumba sencilla, rodeada de piedras y flores silvestres que había recogido.


Con cuidado, Teodoro colocó el cuerpo de Emporios en la tumba. Encendió una antorcha y, bajo la luz parpadeante, dijo unas palabras en honor a su amigo y mentor.

—Emporios, fuiste más que un amigo, más que un mentor. Fuiste mi familia. Prometo seguir adelante, llevar tu legado conmigo y honrar todo lo que me enseñaste. Descansa en paz, querido hermano.

Cubrió la tumba con tierra, colocando las piedras y flores en un arreglo sencillo pero respetuoso. Se quedó allí un rato, permitiendo que el silencio de la noche lo envolviera.


Teodoro sabía que tenía que seguir adelante. La promesa que le había hecho a Emporios lo impulsaba. Con el corazón pesado pero resuelto, se alejó del claro, listo para enfrentar un futuro incierto, pero decidido a mantener vivo el espíritu de Emporios en cada paso que diera.

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora