CIUDAD

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Teodoro se acercó con determinación a las imponentes puertas de la ciudad, sintiendo la mirada escrutadora de los guardias que vigilaban la entrada. Los guardias, con expresiones serias, bloquearon su camino, exigiendo el pago de una tarifa de entrada.


Teodoro anotó su bolsa en busca de la moneda más antigua que poseía, una reliquia de tiempos olvidados. Con un gesto tranquilo, sacó la moneda y la mostró a los guardias. Sus ojos se ampliaron con sorpresa y reconocimiento al ver el antiguo símbolo grabado en la moneda.


Después de una breve pausa, los guardias intercambiaron miradas entre ellos, evaluando la situación. Al darse cuenta de que Teodoro no tenía más que ofrecer y que la moneda antigua era única y valiosa, decidió permitirle el acceso a la ciudad.


Con un gesto de asentimiento, los guardias dejaron pasar a Teodoro, quien avanzó con determinación hacia las calles bulliciosas de la ciudad, listo para comenzar su exploración y descubrir los misterios que guardaban más allá de sus puertas.


Los recuerdos de la travesía de Teodoro lo asaltaron mientras caminaba por las concurridas calles de la ciudad. Recordó los días deambulando sin rumbo fijo, sin un mapa ni conocimientos sobre cómo orientarse en aquel vasto mundo exterior.


Cada paso había sido una incertidumbre, cada esquina un nuevo desafío. Se había perdido en los laberintos de caminos y senderos, su determinación su única brújula en aquella tierra desconocida.


El tiempo parecía diluirse mientras buscaba un camino, tropezando con callejones sin salida y plazas bulliciosas. Sin embargo, cada paso lo acercaba más a la comprensión de su entorno, a medida que absorbía los sonidos, los olores y las vistas de la ciudad que lo rodeaba.


A pesar de los desafíos y las dificultades, Teodoro continuó avanzando con firmeza, con la esperanza de encontrar su camino en aquel mundo desconocido. Y aunque aún no sabía dónde lo llevaría su viaje, estaba decidido a descubrirlo por sí mismo.


Mientras Teodoro caminaba por las transitadas calles de la ciudad, decidió explorar el agora, el bullicioso punto central de comercio. Entre la multitud, un comerciante, apurado y distraído, chocó contra él. La fuerza de Teodoro no pasó desapercibida para el comerciante, quien, tras disculparse, le ofreció un trabajo en el muelle.


Impresionado por la fortaleza física de Teodoro, el comerciante vio en él una oportunidad para reforzar su equipo en el muelle. Con un gesto de gratitud por el ofrecimiento, Teodoro aceptó la propuesta, intrigado por la perspectiva de esta nueva experiencia.


En el bullicioso muelle, Teodoro se encontraba absorto contemplando el vasto mar, sintiendo una conexión sutil pero profunda con esa inmensa masa de agua. A su lado, el comerciante que lo había reclutado notó su asombro y le aseguró que podría observarlo todo lo que quisiera una vez que descargaran la carga del barco.


El comerciante comprendió la fascinación de Teodoro, quien probablemente nunca antes había visto el mar. Con una sonrisa, le prometió que pronto tendría la oportunidad de explorar esa vastedad azul que se extendía más allá del horizonte. Luego, se despidió para reclutar más manos y organizar la descarga del barco.


Al regresar, el comerciante se sorprendió al encontrar a Teodoro todavía absorto en la contemplación del mar, pero notó algo inesperado: toda la carga del barco había sido descargada. Con asombro, se acercó a Teodoro y le preguntó cómo había logrado hacerlo solo.


Teodoro se volvió hacia el comerciante y le explicó que no había sido tan difícil  descargar la mercancía, y expresó su deseo de quedarse un poco más para contemplar el mar.


El comerciante, impresionado por la fuerza y la actitud de Teodoro, accedió a su petición y le permitió quedarse en el muelle para disfrutar de la vista. Observó a Teodoro mientras este se perdía en la inmensidad del océano, preguntándose qué misterios podrían estar ocultos en aquel joven que parecía tener una conexión especial con el mar.

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora