El sol se alzaba sobre Piraeus, iluminando la elegante mansión de Emporios y Teodoro. En el comedor, el aroma del pan recién horneado y jugos llenaba el aire, mientras ambos hombres se disponían a desayunar. Emporios, decidido a recuperarse de la vergüenza del día anterior, tenía un plan en mente. Con una sonrisa traviesa, se preparaba para recordar a Teodoro algunos momentos que preferiría olvidar.
Teodoro, ajeno a lo que se avecinaba, se sentó en su habitual silencio, disfrutando de su desayuno. Emporios, con una felicidad apenas disimulada, rompió el silencio.
—Teodoro —dijo con tono jocoso—, ¿recuerdas cuando casi te casas con la hija de ese noble?
Teodoro se quedó petrificado, la cuchara a medio camino hacia su boca. Los recuerdos de aquel incidente inundaron su mente, y su rostro enrojeció ligeramente. Emporios, satisfecho con la reacción, continuó.
—¿Quién pensaría que la hija de un poderoso noble se fijaría en el discreto escriba de un comerciante? —prosiguió Emporios, disfrutando cada palabra—. Que el escriba, sin darse cuenta, aceptaba cada una de las invitaciones de la dama, y qué grande fue la sorpresa del escriba cuando el padre le preguntó cuándo pensaba pedirle la mano.
Teodoro, aún impactado, recordó vividamente aquel momento. Había sido unos años después de que Emporios comenzara de nuevo, recuperando su red comercial.
—No supe qué decir —admitió Teodoro, finalmente encontrando su voz—. Nunca me di cuenta de que ella estaba interesada en mí de esa manera.
Emporios soltó una carcajada.
—Y tuviste que recurrir a mí para salvarte el cuello. Tuvimos que inventar una excusa rápida para que no te comprometieran en un matrimonio que claramente no deseabas.
Teodoro asintió, recordando la complicada conversación con el noble y su hija. Habían alegado una promesa de lealtad y servicio a Emporios que Teodoro no podía romper. Afortunadamente, el noble había aceptado la explicación, aunque no sin cierta decepción.
—Es cierto —dijo Teodoro, sonriendo ahora con la distancia que el tiempo proporcionaba—. Fue una situación complicada, pero aprendí una valiosa lección sobre interpretar señales sociales.
Emporios se bebió gran parte de su bebida, disfrutando del éxito de su pequeña venganza.
—Siempre es bueno recordar que todos tenemos nuestros momentos embarazosos. No soy el único que ha cometido errores.
Teodoro, finalmente relajado, asintió.
—Tienes razón. Y aunque ese episodio fue difícil, me hizo más consciente de las interacciones humanas. A veces, uno necesita esos momentos incómodos para crecer.
Emporios levantó su taza en un brindis improvisado.
—Por los momentos que nos hacen crecer, aunque no siempre sean agradables.
Teodoro sonrió y levantó su taza en respuesta.
—Por el crecimiento y las lecciones aprendidas.
El ambiente se relajó, y ambos hombres compartieron una risa cómplice. Los recuerdos, buenos y malos, formaban parte de su historia compartida, una historia de desafíos superados y lecciones aprendidas. A pesar de los altibajos, habían forjado un vínculo inquebrantable, una alianza basada en la confianza, el respeto y, sí, en la ocasional broma a costa del otro.
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EL HIJO DE MEDUSA
FantasyEn los oscuros rincones de la antigua Grecia, emerge una historia olvidada, la del hijo de Medusa la cual narra la vida de Teodoro, un joven destinado a llevar la carga de la maldición materna. Como hijo de la temida Gorgona, Teodoro lucha por encon...