CAPITULO IV

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EUROPA CENTRAL.
SIGLO XI


Habían escuchado el sonido de los cuernos, sobre el traquetear del carro, de las armaduras y los arreos de los caballos, rompiendo el silencio de la noche y anunciando su llegada a los moradores del castillo.

El puente levadizo que, salvando el profundo foso de agua oscura comunicaba tierra firme con la fortaleza, se perdía en la oscuridad para rematar al fondo en la enorme boca que se abría en la gruesa muralla principal, y en donde ahora, precedida por un sordo ruido de engranes, la teja de filosas puntas era izada para dejar franco el paso.

Los soldados de a pie se habían formado a los flancos de la comitiva, portando antorchas encendidas para alumbrar el camino. El ruido sordo de los cascos de los caballos y el girar de las ruedas del carruaje sobre los tablones, fue lo único que se escuchó por momentos, después de que se apagara el sonido de los cuernos soplados por los vigias del castillo.

En el carruaje, el Obispo Bernardo de Fabriano adelantañba el torso y apartaba discretamente la cortinilla para observar con su mirada de halcón hacia las almenas custodiadas por hombres armados. Percibía su propia tensión y disfrutaba el correr de la adrenalina por su cuerpo. Se consideraba, como elegido de Dios, protegido por éste, y estaba confiado en que aquel demonio que les enfrentaba, el Príncipe Jungkook, que estaba tras aquellas gruesas murallas, nada podría hacerle.

Contrario a su sentir, el Arzobispo Ludovico Grassi se frotaba nervioso las manos cubiertas de sudor, mientras sus ojos saltones danzaban en sus cuencas con aprehensión y miedo. Afuera, los soldados encabezados por el Capitán de la Guardia Pontificia avanzaban en tenso silencio. Las manos cerca de las armas, dispuestas a usarlas, sabían que el temido enemigo estaba ahi, y seguramente observando su avance.

Y no se equivocaban. En una de las almenas, al amparo de las sombras de la noche, Jungkook, junto con dos de sus hombres de más confianza, Gyusi y Organ, observaba con concentrado interés el avance de sus enemigos, identificados con toda precisión por los estandartes que llevaban en alto y que alustraba la vacilante luz de las antorchas, y cuyos blasones anunciaban que aquellos formaban parte del Sumo Pontifice.
Organ comentó por lo bajo, sin quitar su afilada mirada en los que cruzaban el puente: -Serán como cincuenta, sin contar a los monjes.

Jungkook había detectado al emisario de Rendor Ferenc.

-Ese jinete no forma parte de los guardias. Le he visto aquí en el castillo. Es un mensajero de mi suegro que, con seguridad, fue enviado para prevenir a nuestros enemigos de nuestra presencia aquí en el castillo.

Por momentos los otros no hicieron comentario alguno. Finalmente Gyusi preguntó:

-¿Qué ordena, mi Príncipe?

Jungkook movió la cabeza en forma negativa.

-Nada, por ahora. Es evidente que aquí estamos en desventaja.

Y diciendo esto se apartó del muro dispuesto a alejarse, al tiempo que advertía a sus compañeros:

-Manténganse alerta.

Los otros asintieron en señal de acatar la orden dada. Y antes de retirarse, miraron una vez más, con desconfianza y prevención, al cortejo que ya iba entrando a los patios del castillo, donde Rendor Ferenc les esperaba para darles la bienvenida.

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El silencio envolvía toda la fortaleza.

En el salón de armas el fuego crepitaba en la chimenea, los gruesos leños eran ahora prácticamente ascuas de un rojo amarillo danzante, que despedian calor hacia los dos hombres que se sentaban frente a frente y muy cerca el uno del otro, hablando casi en susurros, temiendo ser escuchados en aquella fria madrugada. Bebían vino caliente, después de haber degustado una cena conformada a base de aves sazonadas con azafrán, empanadillas rellenas de hígado frío y una especie de carpa cubierta por una salsa fría perfumada con especias.

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora