CAPITULO X

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CIUDAD DE MÉXICO,
UNOS DÍAS DESPUÉS DEL ASESINATO.


Una lluvia pertinaz venía cayendo sobre la ciudad desde el atardecer. El tráfico estaba desquiciado. Parte del viaducto se había anegado y en otras partes los semáforos habían dejado de funcionar, provocando un caos vial que prácticamente había conmocionado a toda la ciudad.

Sin embargo, todo aquello no parecía afectar al hombre que ocupaba el taxi que avanzaba a duras penas en medio del nutrido tráfico de aquella noche. El taxista se veía cansado después de más de diez horas de estar tras el volante, y maldecia por lo bajo al estar inmerso en aquella enorme columna de autos que apenas parecía moverse en el boulevard que llevaba al aeropuerto. Algo en su interior le había dicho que no aceptara aquel pasaje, sin embargo se detuvo y el extraño sujeto subió en la parte de atrás, pidiéndole con una voz ronca, casi susurrante, que le llevara al aeropuerto. No pudo negarse. Algo que no podia identificar en el sujeto, quizás en la actitud, en la forma de moverse o en su porte, le impidió hacerlo, aunque ya el cansancio y el hastio habían hecho presa en él, y lo insitaban a irse a descansar; llegar a su casa, tirar por alli los zapatos, beberse una cerveza y cenar algo que su mujer le tuviera preparado mientras se sentaba ante el televisor para disfrutar de algún programa o de un partido de futbol de la liga española que transmitian a esas horas de la noche.

Ahora, casi una hora después, se encontraba ahí, en medio del tráfico, buscando la salida que le llevaría a la terminal número 2. Observó a su pasajero por el retrovisor. Se mantenía impasible, sin moverse, con la cara hacia el frente. No podia verle los ojos. Usaba unos modernos y caros lentes oscuros. Tal pareciera que estuviera muy lejos de ahí o que el tiempo no le importara. El taxista contuvo un estremecimiento y una sensación de inquietud le recorrió el cuerpo.

Al fin pudo tomar la desviación y se enfiló hacia el puente elevado que le conduciria directo a la moderna terminal. Más adelante tomó por la rampa superior y detuvo el auto ante una de las entradas que marcaban la puerta de embarque de la linea de aviación que el extraño pasajero le había indicado unos momentos antes. El taxista consultó el taximetro y le dijo la cantidad a pagar.

El hombre sacó varios billetes, y sin mirar o contarlos siquiera, los puso en manos del chofer, para después dejar el vehículo y encaminarse hacia el interior de la terminal con paso sereno, sin prisa.

El taxista miró el dinero, y con asombro comprobó que era mucho más de lo que el taxímetro marcaba. Una primera intención fue bajarse y alcanzar al hombre para decirle que había pagado en exceso y que le devolvia lo que restaba. Sin embargo, mirando hacia la fría noche y la lluvia, y teniendo certeza de que por el caótico tráfico le llevaría más de una hora llegar a su casa, olvidó aquella idea, se embolsó los billetes, y sintiendo un raro alivio de haberse desembarazado de aquel ominoso pasajero, puso en marcha su automóvil, alejåndose del lugar.

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Avanzó por el amplio pasillo, indiferente a la gente que deambulaba a esas horas; entre pasajeros apurados o personas que venían a despedir a alguien o a recibirlos. Ignoraba también a maleteros o policías de seguridad que se mantenian en sus puestos en despreocupada vigilancia. No tenia prisa. Su avión salía dentro de unas horas. No podia llegar directo a su destino como hubiera querido. Ésa era la única opción que había encontrado, y la partida más próxima después de aquel acontecimiento que le había llevado a viajar a la ciudad de México. Llegaría primero a Paris, después del medio dia. Y eso le inquietaba; le inquietaba la luz del sol, pero seria un problema que resolveria cuando estuviera ahi. Sabía que tenía que esperar unas horas para conectar con el vuelo que le conduciria a Roma, y de ahi tomar el ferrocarril Rail Europe, que le llevaría a su destino final en Venecia, y al amparo de la oscuridad.

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora