CAPITULO V

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EUROPA CENTRAL.
SIGLO XI

El sisear estremecedor de una flecha cortando el aire se escuchó por un instante sobre los pasos apresurados de los hombres armados de Jungkook, que corrían por un patio interior; el certero proyectil freno de golpe el avance del guerrero que iba encabezando al grupo, cuando la filosa punta se clavó entre sus ojos y le traspasó el cráneo destruyéndole el cerebro, haciendole recular y caer muerto instantáneamente.

Los guerreros habían estado tomando una ligera colación en un salón comedor próximo a la cocina, con las armas muy cerca, atendiendo a la recomendación de su líder de que estuvieran preparados, cuando un grito angustiado llegó del patio, alertándoles:

-¡Atacan al Principe Jungkook!

Atropelladamente, dejando a un lado las bancas donde estaban sentados, y tomando sus armas, los hombres abandonaron el salón.

Afuera, a buen resguardo, Latos, quien habia proferido la voz de alarma, y el Jefe de Guardias Pontificias, vieron salir a los guerreros de Jungkook, enfrentando la neblina y la llovizna y corriendo hacia uno de los pasadizos que podrían llevarles en dirección a la sala de armas donde su Señor estaba. Sin embargo, su avance fue frenado por el disparo de ballesta hecho por el Jefe de Guardias que así abatía al primer guerrero.

Y como si aquello fuera la señal, de diversas partes, emergiendo de las caballerizas y de la herreria, y de los corredores con arcadas del primer piso, los ballesteros del Papado apuntaron sus armas, disparando certeramente a los hombres del patio que se vieron envueltos en un ataque cruzado. Uno más rodó por el suelo cuando una flecha le atravesó la rodilla, y otro fue detenido por otra flecha que cruzándole por la espalda la malla protectora, le perforó las carnes destrozándole un pulmón, para hacerle caer hacia delante vomitando una bocanada de sangre.

Los otros trataron de reagruparse, de correr a buen resguardo, pero la lluvia de flechas cayó sobre ellos diezmándoles con fatal puntería. Gritos de dolor y de rabia llenaron el ambiente.

Heridos e impotentes, los hombres de Jungkook no pudieron resistir la acometida de gente armada con espadas, hachas y lanzas que venía sobre ellos para rematarles. El húmedo pasto se tiñó de rojo y la sangre de los infelices corrió serpente como hilillos macabros entre las piedras.

Testigo de aquel brutal y premeditado exterminio, viendo horrorizada desde uno de los arcos de comunicación que conducía a unas escaleras, SunJi dejó caer la jarra con leche fresca que llevaba, y aterrada subió a toda prisa, desapareciendo del lugar de la matanza.

Todo esto ocurria mientras Rendor Ferenc ofrecia a Jungkook la copa de vino envenenada como señal de tregua y buena voluntad.

Al llevar la copa hacia sus labios, Jungkook veía a los ojos a su suegro, quien no pudo sostenerle la mirada. Una sombra de sospecha cruzó por el guerrero, que ahora se confirmaba cuando captó la mirada ansiosa del Obispo Bernardo de Fabriano. Así que no bebió, y encarándoles, recriminó con vos sorda de desprecio:

-¡Creen que con un vino envenenado podrán vencerme!

Nadie contestó.
El rostro de Bernardo de Fabriano se volvió de piedra, ocultando la frustración y la rabia por el fracaso de su plan. Rendor Ferenc no supo dónde guardar su mirada y el Arzobispo Ludovico Grasi les observaba desconcertado, sin comprender lo que decia.

En un repentino gesto, Jungkook aventó el vino a la cara de Rendor Ferenc, gritandole:

-¡Traidor!

Una nueva oleada de gritos de indignación y protesta broto de los presentes al ver aquella afrenta que humillaba a su anfitrión.

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora