CAPITULO IX

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ROMA
EN CATACUMBAS
21:00 HORAS

Ocultos en lo profundo de unas añosas catacumbas llenas de polvo y telas de araña, que se desperdigaban por debajo de unas ruinas de la época del Imperio, poco exploradas, que se ubicaban en lo alto de una de las colinas, Jimin y Maurice se encontraban agitados y vencidos. El rubio sentado sobre unas viejas lápidas, clavaba su mirada brillante en ninguna parte, concentrado en sus pensamientos, mientras Maurice se paseaba de un lado a otro como una fiera desesperada, murmurando con sadismo:

-¡Voy a matarlos! ¡Voy a matarlos! ¡Los destrozaré ahora mismo!

Contrastando con la ferocidad de su aliado, el joven rubio permanecía impresionantemente quieto. Su expresión tensa y cruel desfiguraba su hermoso rostro. Había pasado ya la primera crisis de cuando aquel hombre, cuyo rostro jamás olvidaría, les marcó el alto y luego disparó contra el, haciéndole perder el anillo, y no sólo eso, sino su propia razón y su prudencia, cuando sin pensarlo un instante su primer impulso fue ir a recuperarlo con riesgo de enfrentarse a la letal claridad del dia que lo habria puesto a merced de sus enemigos. Si no fuera por Maurice que lo había apresado con fuerza obligándolo a subir, manteniéndolo asi mientras se revolvía feroz tratando de soltarse y demandándole a gritos que lo dejara recuperar el anillo, en tanto él aceleraba a fondo, conduciendo con pericia y determinación en busca de la salida y arremetiendo contra los hombres que disparaban, tal vez a estas horas ya no existirían y hubieran sido sometidos. Ahora eso ya había pasado. Su mente dotada de una inteligencia perversa, alimentada por siglos de experiencia, le indicaba prudencia. Tenian que actuar con cautela. Toda la policía estaría tras de ellos en esos momentos, buscándoles por toda la ciudad y sus alrededores, como sabuesos furiosos. Se preguntó quién sería aquel hombre que decidido se enfrentó a ellos y le disparaba con determinación, jugándose el todo por el todo. Era un extranjero y el otro sujetó que le acompañaba, aquel castaño alto, también armado y resuelto. Maurice le había contado, luego de verse obligado a asesinar al anticuario y su amante, que sobre el anillo alguien tenía ya conocimiento y había pedido tal vez lo mismo a aquel hombre que les había mentido. Antes de destruir la computadora, su esbirro había captado un nombre: Namjoon. Si, el, era el receptor del mensaje, y seguramente quien le había solicitado la investigación. ¿Pero el otro hombre? ¿Su pareja? ¿El extranjero? Y recordó entonces lo que Maurice le dijera en aquel departamento en Nueva York, cuando revisó los papeles del escritorio, de que la vieja Goldinak había contratado a un investigador para aclarar el crimen de su nieta. Un tal SJ. No necesitaba colegir más: Namjoon y SJ estaban unidos en aquella empresa. Eran ellos. El castaño y el extranjero SJ habia llegado demasiado lejos y se había acercado peligrosamente, con riesgo de hacerlo fracasar en el cometido que llevaba vidas enteras persiguiendo. Tuvo que admitir que para ser un simple mortal, su tenacidad ¿o su inteligencia? le habían llevado hasta aquellos límites. Y ahora seguramente el anillo se encontraba en su poder. Jimin resolvió que a partir de ese momento estaría muy cerca de él, vigilándolo, como su propia sombra, para asesinarlo sin piedad llegado el momento.

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HOTEL EN ROMA
SOBRE LA MEDIANOCHE

SJ y Namjoon se encontraban en una pequeña sala de la suite con dos habitaciones que el criminalista había alquilado para aquella noche. La comida que habían ordenado al Room Service, ensalada y una pizza de anchoas, estaba prácticamente intocada. La botella de vino estaba a medio consumir. A no ser por la lampara de escritorio que se encontraba encendida, el resto de la habitación se encontraba en penumbra. Sobreponiéndose al dolor y a la crudeza de los últimos acontecimientos, Namjoon trataba de concentrarse en la lectura de las notas manuscritas de Giancarlo Alberto Ligozzi que SJ había escaneado y que ahora se reproducían en la pantalla de la computadora. Los trazos eran rápidos, nerviosos, lo que revelaba que quien los había escrito se hallaba bajo una tremenda excitación. Los párrafos cortados, apenas para dejar hilvanadas las ideas que posiblemente con posterioridad pretendía desarrollar más a conciencia. El texto decía:

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora