CAPITULO III

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GungGi era uno de los jóvenes abogados de la Firma. Sentado ahi, en la carroza fúnebre, al lado del chofer y el otro empleado uniformado de la funeraria, que hablaban y bromeaban entre si mientras fumaban un cigarrillo, lo que le había hecho abrir la ventanilla del lado del pasajero para no contaminarse con el humo, el muchacho se preguntaba por qué él, que trabajaba en el área corporativa de la Firma, estaba ahí ahora, acompañando un cadáver hacia el aeropuerto. Cadáver que por cierto le había impactado, y no por ser el primero que veia en su vida, así de manera real y presente, como comentaría después con sus amigos, sino porque aquella muerta, aquella muchacha más que muerta parecía dormida, dando la sensación de que en cualquier momento podia despertar. La había visto primero ahí, en uno de los cajones refrigerantes de la morgue, y después vestida y arreglada por los empleados de la funeraria, quienes, ante su vigilante presencia, le habían colocado en aquel lujoso ataúd de cedro forrado de seda blanca.

El tono de su celular, repitiendo una pieza de moda, lo sacó de su abstracción y lo hizo tomarlo, viendo en la pantalla quien le hablaba. Era de la Firma, y concretamente Blanca, la secretaria de uno de los socios, el licenciado Min, precisamente quien le había encomendado personalmente ese trabajo. Contestó rápido. Al otro lado de la línea la muchacha le indicó que ya le esperaba en el hangar particular, Agustin, el chofer, que le llevaba un paquete y unas instrucciones que debia cumplir al pie de la letra. GungGi respondió que asi lo haría, pero la última advertencia de la muchacha le hizo, en forma incomprensible, estremecerse con un ramalazo de inquietud:

-A partir de ahora, GungGi, nadie puede abrir el ataúd más que tù. Y nadie podrá abrirlo luego de que lo cierres. Asegúrate de eso.

Con un "no te preocupes", el muchacho dio por terminada la conversación y cerró su celular, percatándose ahora de que la carroza fúnebre se había desviado de la avenida principal para tomar por un boulevard que llevaba al área de hangares del aeropuerto, un tanto alejada de los edificios principales que conformaban las terminales 1 y 2.

Unos pocos minutos después, el vehículo funerario cruzó una alambrada por un portón vigilado por un hombre uniformado y armado, y se dirigió a uno de los primeros hangares, donde ya aguardaba un Jet Hawker Siddeley Hs-125, con una capacidad para entre cinco y nueve pasajeros, abierto esperando la carga.

La carroza se detuvo cerca del avión. De inmediato salieron de ella GungGi y los dos empleados de la funeraria, a quienes se acercó ahora el piloto de la nave, un norteamericano alto y musculoso, con la cara tapizada de pecas. GungGi le abordo y le entregó la documentación que traia consigo, indicándole en inglés que debian transportarlo a él y al ataúd con destino a la ciudad de Nueva York. El capitán revisó rápidamente los papeles y masticó un "o.k.", regresando hacia el aparato para ganar la escalinata que le llevaba a su interior.

Agustin, el trajeado chofer de la Firma, se acercó al joven abogado entregándole el paquete y el sobre con instrucciones. GungGi procedió de inmediato a su lectura, y volviéndose a los de la funeraria que ya sacaban el ataúd, montándolo en un carrito plegable de metal para transportarlo hacia el avión, les detuvo con un ademán.

-Un momento...

Los otros aguardaron, mientras ya el chofer se retiraba hacia el Mercedes plateado detenido a unos metros más allá. GungGi llegó junto a ellos y le dijo, marcando una sonrisa:

-Tengo instrucciones de mis jefes... Debo de hacer algo. Por favor retirense un poco...

Ellos aceptaron sin complicaciones y se alejaron hasta la carroza fünebre. GungGi, cubriendo el feretro con su espalda, para ocultar lo que iba a hacer ante los otros, procedió a abrir la tapa.
Las turbinas del Jet se encendieron, llenando con su ruido el hangar

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora