CAPITULO VI

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ROMA
20:00 HORAS


Exquisitamente amueblado con gran gusto, el salón de ese departamento del primer piso de aquel edificio ubicado en una de las zonas más caras y exclusivas de Roma se encontraba bajo la iluminación indirecta que daba al lugar un ambiente intimo y agradable. Una música clásica, apenas audible, escapaba por las bocinas ocultas. Ahí, en ese espacio, sentado en un moderno sillón de piel, ergonómico y de diseño de avanzada, Giancarlo Alberto Ligozzi, vistiendo una bata de casa de seda y brocado, con el monograma grabado en el lado izquierdo del pecho, observaba la serie de fotografias que le habian enviado a través de Internet y que ahora se le presentaban en la amplia pantalla plana de su computadora que reposaba sobre un fino escritorio inglés del siglo XV; mostraban el anillo en diferentes ángulos de toma, así como una representación extendida del mismo, lo que le permitía al anticuario apreciarlas a detalle, haciéndole admitir con beneplácito y admiración el buen trabajo que habían llevado a cabo los fotógrafos que las habían elaborado, seguramente profesionales de servicios periciales de la policía. A primer golpe de vista corroboró lo que Namjoon le había dicho: era un anillo muy antiguo, seguramente de oro viejo. El tipo de amartelinado y la simbologia que le cubría indicaban que los pictogramas que contenía efectivamente eran los usuales en la Edad Media. Sin embargo, le intrigaba la serie de puntos que aparecían sobre unas lineas triangulares bajo las cuales y muy juntas, hacia los vértices donde se tocaban al centro, se distinguían dos pequeñas perforaciones, que él interpretó como un animal en vuelo, ya que era evidente que habían sido hechas por manos hábiles y agregadas posteriormente a los grabados originales. Tomó su estilográfica e hizo unas breves anotaciones en una libreta de fino papel que presentaba su monograma resaltado arriba y al centro, en un color gris claro. Al escuchar unos pasos sobre el lustroso piso de madera, cubierto en algunas partes por mullidos tapetes orientales, se volvió para descubrir a Fabricio que entraba al lugar, luciendo estupendo y guapísimo en un esmoquin cortado a la medida; el muchacho, señalando su caro reloj con cierta impaciencia, apremió:

-Ya es hora de irnos.

-Aguarda un segundo, care mio.- respondió Giancarlo Alberto, a tiempo que abria un documento de texto, disponiéndose a escribir.

Fabricio marcó un gesto de impaciencia y moviéndose hacia un bargueño del siglo XI, habilitado como bar, tomó de ahi un vaso, hielo y se sirvió una generosa ración de whisky, preguntando en tanto, con un dejo de desconfianza, motivada por los celos:

-¿A quién le escribes a estas horas?

Giancarlo Alberto le respondió mientras tecleaba rápidamente:

-A un amigo. Ya lo conocerás. Vendrá pronto a Roma.

Fabricio no quedó muy convencido con la noticia y se arrellanó en un mullido sillón, esperando a que el anticuario terminara. Cuando éste lo hizo, luego de guardar el documento y enviarlo por e-mail, colocó la computadora en "descanso". Cerrando la libreta de piel, se puso en pie, sonriendo ampliamente al hermoso joven.

-¡Listo!

Se despojó de la bata de casa mostrándose a sí mismo vestido ya con un esmoquin blanco, excepto el saco, que descansaba perfectamente doblado sobre el respaldo de un sillón. Se lo puso, y avanzó hacia Fabricio, que se levantó, apurando el resto del whisky y dejando el vaso sobre una mesita lateral, de fino laqueado oriental.

-¡Estoy listo para la mejor noche de tu vida! Asi que no comas ansias, querido. ¡Eres la estrella! Todo el mundo soportará de buen grado el retraso de tu presencia, pues saben lo que vales y están curiosos y deseosos de apreciar y adquirir tu obra, porque así lo he dispuesto yo, Giancarlo Alberto Ligotzi, y el mejor de todos los profesionales del arte, quien te ha brindado todo lo mejor de su talento, experiencia y riqueza, para que seas grande, mi amado ángel.

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora