CAPITULO VIII

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CENTRO DE EUROPA.
SIGLO XI


Fernardo de Fabriano, avisado de la presencia del Lobo Cruel por aquellos lugares, llegó a caballo acompañado de sus más leales colaboradores, y se topó con aquel grupo de guerreros que se arremolinaban nerviosos, echando miradas desconfiadas a la oscura floresta que se prolongaba más allá de los límites en donde se encontraban.

Irritado preguntó al Capitán de la guardia: -¿Qué es lo que ocurre aquí?

En pocas palabras el Capitán le informó de lo que había sucedido, de la persecución contra Jungkook y sus hombres, y de cómo los soldados se habían detenido ante los linderos del bosque negándose a seguir, pues esa selva estaba embrujada. Era un lugar maldito y quien osaba aventurarse en él perecia victima de torturas horribles e inimaginables.

-¡Esas son supersticiones que ofenden a Dios! ¡Quien piense así es un descreído y un blasfemo que, acusado de brujería o de herejía, merece morir bajo el fuego purificador de la hoguera!

Nadie osó replicarle. Los hombres le miraban asustados e intimidados, en conflicto entre su temor a Dios y el terror a lo desconocido.

Bernardo de Fabriano era un hombre de imponente personalidad. Habló claro y fuerte con profunda convicción que inyectó en muchos de aquellos la confianza:

-¡Yo nada temo, por que Dios Todopoderoso está conmigo! ¡Ante Él, cualquier hechiceria o poder maligno se doblegan! ¿Quién viene conmigo al amparo de nuestro Señor Jesucristo? ¡Quien se decida no sólo tendrá como recompensa la vida eterna allá en el Cielo, sino que yo, con la autoridad que me otorga el Santo Papa, les compensaré con monedas de oro aquí en la Tierra!

Así logró juntar cincuenta hombres fuertemente armados y guiados por los hábiles rastreadores que conocian aquella comarca como la palma de su mano, llevando un cargamento de mulas con provisiones. Y a la cabeza de ellos, se interno en aquella selva maldita, ordenando se desplegaran en abanico y alumbrándose el camino con antorchas, avanzaron despacio, en busca de algún rastro que hubiesen dejado los fugitivos. Más adelante se toparon con los restos del caballo que había caído reventado por el esfuerzo. Pese a haber transcurrido algunas horas ya merodeaban animales carroñeros.

La nieve estaba empezando a caer de nuevo. Los rastreadores descubrieron las huellas de quienes perseguían y que se internaban más y más en aquella tenebrosa fronda, que sobrecogía el ánimo del más valiente.

Durante los últimos días, se movían siempre al amparo de la oscuridad, ajenos a que el Obispo y sus huestes se habian aventurado en su persecución. Y ahora, en ese nuevo ocaso, habían viajado durante la noche, dejando atrás los umbríos bosques de la falda de la montaña para remontar los agrestes picos que apuntaban hacia un cielo excepcionalmente claro y estrellado. Tras cruzar un angosto desfiladero de profundas simas, llegaron a un amplio promontorio donde se levantaban las ruinas de un puesto de avanzada romano, de aquella época, siglos atrás, cuando Hungría formaba parte del Imperio.

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La nieve cubría el lugar como un gran sudario blanco. Jungkook avanzó hasta el centro de las ruinas, donde se levantaba un arco semiderruido bajo el cual discurría un camino de lajas de piedra ya invadido de maleza y que se perdia allá adelante hacia ninguna parte. Ante la atenta mirada de Organ y Gyusi, que se habían acuclillado junto a un muro para protegerse del frío, Jungkook confrontó las estrellas, observándolas con profunda concentración. Así estuvo durante un buen rato hasta que las nubes aparecieron y comenzaron a cubrir el cielo con un manto gris.

Entonces regresó con sus hombres, y simplemente les ordenó, ante su desconcierto pues no entendían el motivo por el que habían llegado hasta ese lugar:

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora