CAPITULO III

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EUROPA CENTRAL.
SIGLO XI


El sol de invierno declinaba hacia el ocaso, y sus últimos rayos inundaban el ambiente de un dorado brumoso, cuando Jungkook, luciendo una gruesa túnica talar de color azul, cerrada al cuello y ceñida la cintura por un amplio cinturón con una funda de metal labrada, con incrustaciones de piedras preciosas, donde se anidaba un cuchillo, y sobre ésta una capa de pieles, llegó impaciente y lleno de ansiedad al lugar de su cita.

El silencio se había implantado después de la algarabía de los pájaros que volvían a sus nidos para pasar la noche.

El huerto comprendía una extensión de unos quinientos metros cuadrados que Elizabetha, la madre de Jimin, había hecho levantar dentro de las murallas del castillo, como un deseo de "traer la naturaleza" a su propio hogar. El huerto se habia desarrollado gracias al cuidado de diligentes jardineros, y en él erecía una gran variedad de árboles frutales de la región, así como legumbres y yerbas que las cocineras utilizaban para cocinar los condimentados platillos que tanto gustaban a Rendor Ferenc. Destacaba en la parte central un frondoso y recio nogal, rodeado por unas bancas finamente labradas en piedra, y en donde Jimin y Jungkook habían pasado horas y horas hablando de sus cosas, de sus planes y de su amor.

Jungkook se encontraba aquí ahora, junto al nogal, en una espera impaciente. Al pasar su vista por aquel sitio que tantos y tan buenos recuerdos le traian, reparó de pronto en algo que no se encontraba ahí desde la última vez que había estado con Jimin, justo antes de salir hacia la incursión de guerra de la cual ahora había regresado victorioso: hacia el fondo se hallaba una amplia vereda que remataba en una construcción austera y alargada, de techo de madera de dos aguas y coronada por una cruz de bronce. A los lados de los muros se abrian ojivas con vitrales emplomados mostrando imágenes religiosas, básicamente.

Jungkook no pudo reprimir un hondo sentimiento de malestar al intuir de qué se trataba ese sitio, levantado casi junto a una de las murallas internas en donde se abría, oculto tras una frondosa enredadera, un pasaje secreto que en alguna ocasión llegó a utilizar para encontrarse furtivamente con su amado, y pasar con ese rubio inolvidables noches de amor, hasta que el alba les sorprendía desnudos y extenuados, indicando así la hora en que él debía de regresar por donde había llegado y a donar la fortaleza.

Y de eso, ahora le parecía que habían pasado siglos, la voz alegre de Jimin, y el sisear de su traje de amplios vuelos, acercándose, le sacó de sus cavilaciones. - ¡Jungkook, mi amor!

Él giró para encararlo, y el sólo verlo ahí, avarizar, entre la bruma dorada, como un ser etéreo e irreal, le paralizó la respiración. Su rostro de piedra se suavizó y sus ojos llamearon de pasión.

-¡Jimin!

Abrió los enormes brazos para recibirlo en un abrazo lleno de apasionamiento, izándolo prácticamente del suelo, mientras buscaba con avidez su boca. Y ese rubio, de igual manera, el aliento entrecortado de fogosidad, buscó su boca igual, y ambos se fundieron en un largo beso, al tiempo que el muchacho acariciaba con sus manos esa cara barbada, y hundía entre su emortijada melena sus dedos, atrayéndolo con fuerza, y él lo apretaba contra su pecho, y recorría con manos ávidas su espalda, hasta depositarlas en las generosas y firmes caderas del rubio.

Al fin se separaron, jadeantes, mirándose fuego en los ojos, sin soltarse uno del otro. Él fue quien rompió el silencio, al reparar con satisfacción y orgullo que Jimin traia colgado al pecho su anillo

-Veo que lo traes.

El rubio suavizó el gesto y tomó el anillo entre los dedos, pondiendo:

-Desde que me lo dejaste la última vez, como una señal de que volverías a mi, ni un solo instante se ha apartado de mi persona. Y lo he llevado aqui, junto al corazón, como si fuera parte de mi propia piel...

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora