El inicio🥀Primera Parte🥀

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CAPITULO I

EUROPA CENTRAL.
SIGLO XI


-¡Jungkook!

El grito que salió del rubio fue de alegría y emoción, al descubrir a través de la ventana del torreón en donde se encontraban sus habitaciones allá abajo y entrando por el camino central del caserío que se levantaba al amparo de las gruesas murallas, al grupo de guerreros magiares encabezados por Jeon, el formidable guerrero, cuyo estandarte, dos lobos rampantes en actitud fiera, sobre un fondo rojo, ondeaba orgulloso al aire, en lo alto de una pica sostenida por uno de sus hombres.

Jimin había estado posando para un retrato que el Maestro Pintor venía plasmando al temple en uno de los muros y siguiendo los lineamientos estéticos del románico tan en boga en aquella época. El rubio lucia orgulloso en su pecho el anillo que pendia de una cadena de oro. Al escuchar el sonido de los cuernos, con el cual los vigías del castillo anunciaban la llegada de algún personaje, tuvo la indudable certeza de que quien se aproximaba a las puertas de la formidable fortaleza era el hombre que amaba. Por ello, sin importarle la temerosa y débil protesta del artista, dejó el taburete en donde habia estado posando durante las últimas horas, para correr hacia l la ventana, seguida por sus dos damas de compañía. Y asi, había descubierto a su amante aproximándose a la cabeza de la fila de los impresionantes guerreros magiares que le acompañaban.

Acercândose hacia el puente levadizo, Jungkook levantó la vista y sintió que su corazón se paralizaba en su pecho al descubrir alla arriba, recortándose en lo alto de una de las ventanas del formidable torreón que se erguía orgulloso desde atrás y por encima de las murallas, la esbelta y hermosa figura del hombre que reverenciaba. Con voz ronca murmuró su nombre, con veneración y profunda pasión.

-¡Jimin, mi Jimin!

Poco le habla importado que la gente viera con desaprobación ese romance. Nada había afectado en su conciencia que ese amor de Jimin y él hubiera sido un amor prohibido. Pero ahora era libre. Lo era desde antes de que partiera a esa última incursión de guerra. Aún tenía presente cuando, meses atrás, llegó a ese mismo castillo para despedirse de su hermoso amante, a quien le traía la noticia de su libertad. Recordó la mirada ansiosa de Jimin, que le escrutaba su rostro al tiempo que preguntaba con avidez: "¿Ya...?". Y su respuesta en un seco asentimiento de cabeza, para reafirmar: "Ya". Lo que habia hecho explotar de salvaje alegría al rubio que se echo a sus brazos para buscar ansioso su boca y sus caricias, mientras temblando de pasión, le musitaba:

-¡Al fin libre! ¡Al fin eres libre, mi Jungkook! ¡Dime! ¡Dimelo! Ese está muerto, ¿verdad? Tu esposo ya no existe, ¿verdad? ¡Dimelo, quiero oirlo de tu propia voz!

Y él, con ronca expresión, en un murmullo ahogado de pasión también, buscándole afanoso los labios, había confirmado:

-¡Muerto!

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Jimin emitió una exclamación de gozo al ver alla abajo a Jungkook, que levantaba una mano enfundada en un guantelete de metal, para devolverle el saludo. Sus damas de compañía atisbaban ansiosas y emocionadas no sólo al hombre que era dueño del corazón de su Señor, sino a los hombres que le acompañaban y que se veían majestuosos y terribles enfundados en sus pesadas armaduras.

El Maestro Pintor se vio obligado a esperar en un acto de prudencia, pues temía contradecir al caprichoso y soberbio hijo del dueño del castillo, así que aguardó paciente junto a la mesa cubierta de coloridos pigmentos de origen mineral, a que el hermoso rubio volviera a ocupar su sitio para asi apresurarse a dar los últimos detalles de la pintura que lo mostraba hermoso y altivo con su abundante cabellera rubia, ensortijudo, peinado con raya al centro y recogida en dos gruesas trenzas, cayêndole a los lados de la perfecta cabeza, coronada por un alto gorro con fruncidos y rizados, sobre unos hombros que se mostraban desnudos por el discreto escote del traje de finas y recias telas bordadas. Tras el, la pintura mostraba como fondo y hacia un lado, el castillo propiedad y orgullo de la familia, y al fondo el recio macizo de los Cárpatos, cuyas cúspides formaban una agreste W, de picos que desafiaban un cielo cargado de nubes. Pero lo que más destacaba en el cuadro, y sobre lo que Jimin había insistido, empeñándose y haciendo gran énfasis en que quedara plasmado en la pintura, era el anillo amartelinado que pendía de su cuello. Ese anillo que pertenecía al Príncipe Jungkook, el cual, durante su larga ausencia, le dejara en custodia y del que jamás Jimin se había separado; y que, ahora, aprisionaba ansiosamente en una de sus manos, oprimiendolo con emoción contra su pecho, mientras agitaba la mano libre para saludar efusivo a su amado, que a la cabeza de sus hombres ya avanzaba sobre el puente levadizo de gruesa madera que remataba alli adelante en el enorme arco de piedra que daba acceso al interior del castillo.

El Principe Maldito- Adaptada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora