Capítulo 22: La Pelea

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—¿Cómo está nuestro prisionero, Víctor? —Pregunta Dominic mientras observa a algunos hombres de su ejército entrenando.

—Va maravillosamente bien, su majestad —responde Víctor con una sonrisa maliciosa insinuando otra cosa—. Nuestro querido prisionero está recibiendo un trato digno de su linaje. Tanto es así que hoy recibió pan mohoso en el desayuno. Las ratas están cuidándolo muy bien.

—Me alegro de saberlo. Aprenderá dos veces antes de faltar el respeto a Maya de nuevo. —Comenta Dominic satisfecho de saber cómo está siendo tratado Joseph.

—Dominic, esta sería una oportunidad perfecta para matar a Joseph Monte.

—¡Víctor!

—¿Qué pasa? ¿Hasta cuándo tendrás piedad de tus enemigos, Dom? Está más que evidente que la familia Monte conspira contra ti. — Responde Víctor, indignado ante la benevolencia del rey al perdonar la vida de sus enemigos.

—No se trata de perdonar, sino de saber cuándo actuar, Víctor.

—¿Y cuándo será el momento adecuado? —le pregunta deseando que el rey adopte una postura más dura contra aquellos que conspiran contra él—. Dominic, te conozco y sé cómo piensas. Sin embargo, mi querido amigo, con esta gente, no podemos tener piedad porque ellos no tendrán piedad de nosotros.

Dominic esboza una sonrisa ante las palabras de su leal amigo. Sabía que Víctor tenía razón, por más que quisiera que fuera lo contrario, desafortunadamente no lo era. Sus enemigos no dejaban de conspirar, y le gustará o no, el rey necesitaba ser más duro.

—Maya también comentó lo mismo.

Maya le comentó a él que Joseph estaba detenido en las mazmorras del palacio al día siguiente de su arresto. Apenas podía creer que su amada reina hubiera tenido el coraje de arrestar a ese desgraciado de Joseph. En la corte no se hablaba de otra cosa que no fuera el arresto del heredero de Robert Monte; era un tema épico.

Eran muchas las voces que comentaban que nuevos vientos soplaban ahora en la corte, con Maya como reina. Ante esta actitud, dejó bien claro que no permitiría que nadie por debajo de ella faltara al respeto sin sufrir las consecuencias.

Mientras tanto, en la oscuridad de la mazmorra, Joseph se revolvía en su celda, sintiendo el frío penetrante de las piedras húmedas. Su mente bullía de indignación y planes. No aceptaría ser humillado y encerrado sin reaccionar. Dentro de él juró venganza contra Maya, prometiendo darle la guerra que ella deseaba. Mientras tanto, su padre esperaba ser recibido por el rey Dominic.

El duque Robert Monte vino dispuesto a intervenir por su hijo, que ya llevaba más de nueve días detenido. Al principio pensó que no pasaría nada, pero al ver que ya había pasado una semana, el duque se dio cuenta de que las cosas no eran como él pensaba, y que necesitaba dejar su orgullo a un lado para conseguir la libertad de su hijo.

En la sala del trono, Dominic con su expresión serena, observaba atentamente cada movimiento del noble.

Al acercarse al trono, el duque inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, manteniendo su semblante firme.

—Vuestra Majestad —comenzó él con una voz grave, pero controlada —, vengo humildemente a rogar por misericordia para mi hijo, Joseph.

—¡Misericordia! —exclamó el rey mirando directamente a los ojos del duque —. ¿Por qué razón tendría que tener misericordia del hombre que se atrevió a faltar el respeto a mi esposa y reina de este reino?

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