Capítulo 26: La Caída

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El reino de Herden estaba al borde del abismo, a merced de la amenaza que se acercaba. Las nubes grises sobre los campos de batalla, mientras los ejércitos se alineaban, listos para el enfrentamiento final que decidiría el destino de todos.

El rey Dominic, montado en su caballo blanco, lideraba a su tropa con determinación. Su mirada firme reflejaba el coraje y la determinación que inculcaba en sus hombres. A su lado, Victor, su fiel amigo y los otros comandantes, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que se les presentara.

Mientras el ejército de Herden se posicionaba para el inminente enfrentamiento, las filas enemigas se acercaban. El ejército del Rey Harold, con sus estandartes negros ondeando al viento, avanzaba con una determinación sombría. El aire estaba impregnado de la tensión que precedía a la batalla.

—¡Soldados de Herden! Hoy enfrentamos nuestro mayor desafío. ¡Pero no teman, porque estamos unidos por la justicia y la paz! ¡Lucharemos no solo por nuestra familia y nuestro reino, sino por todo lo sagrado para nosotros! ¡Seamos valientes, seamos intrépidos! ¡Por el honor de Herden, avancemos!

Su discurso inflamó los corazones de sus hombres, y un rugido de guerra resonó en el campo de batalla. Las espadas fueron levantadas, los arqueros prepararon sus flechas y los caballos relincharon en anticipación al combate.

El ejército enemigo, cegado por su propio ego, se sorprendió cuando la primera fila de soldados cayó en el agujero trampa lleno de estacas afiladas de madera, causándoles la muerte.

— ¡Hemos caído en una trampa! —Gritó uno de los comandantes del rey Harold.

— ¡Avanzar! —Determinó el rey Harold sin importarle si estaban rodeados o no.

— ¡Su Majestad!

— ¡Cállate, he dicho que avancen!

Mientras el ejército de Herden observaba el caos desarrollarse entre las filas enemigas, una sensación de triunfo mezclada con alivio comenzó a extenderse entre sus soldados. Las trampas meticulosamente preparadas habían cumplido su papel, sembrando el miedo y la confusión entre las fuerzas del Rey Harold.

Dominic observaba con intensidad mientras los soldados enemigos luchaban por avanzar, incapaces de percibir la amenaza oculta bajo sus pies. A cada paso, más de sus hombres caían en las trampas, convirtiendo el campo de batalla en un verdadero campo de muerte para el ejército de Harold.

Mientras tanto, Elvis, el astuto comandante del reino de Norgath, coordinaba a los arqueros ocultos en las copas de los árboles. Con una precisión mortal, sus flechas cortaban el aire y alcanzaban sus objetivos sin piedad. Se escuchaban gritos de dolor y desesperación mientras los soldados enemigos eran alcanzados por las flechas.

El Rey Harold, envuelto en su propia arrogancia, seguía ordenando el avance de sus tropas, ignorando los ruegos de sus comandantes de retroceder y reagruparse. Su terquedad lo cegaba al peligro inminente que se desenvolvía ante sus ojos.

La lluvia que caía no conspiraba a favor del enemigo. El campo de batalla estaba teñido de rojo por la sangre derramada de los soldados caídos. La victoria parecía cada vez más cerca para el ejército de Herden, mientras el ejército de Harold sufría pérdidas devastadoras.

— Estamos rodeados, su Majestad —Comentó el brazo derecho del rey Harold.

— Ordena el lanzamiento de las bolas de fuego hacia los árboles. De esta manera ganaremos tiempo para poder avanzar.

— Pero la lluvia no ayudará mucho.

— Haz lo que te he mandado y no discutas.

Mientras el brazo derecho del Rey Harold obedecía las órdenes, las bolas de fuego eran lanzadas hacia los árboles donde estaban posicionados los arqueros de Norgath. El estruendo de las explosiones resonaba por el campo de batalla, creando una cortina de humo y llamas que oscurecía la visión de los arqueros y los soldados de Herden.

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