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Los meses pasaban y la barriga de Maya no dejaba de crecer. Estaba feliz pero al mismo tiempo triste por no poder contar con el apoyo de sus padres. Extrañaba su casa, sus hermanos, sus amigas, y no pasaba un día sin pensar en ellos.
En cuanto a Joseph, sus recuerdos comenzaron a desvanecerse con el tiempo. Su ausencia en la vida de Maya hizo que ella revaluara sus sentimientos. ¿Era realmente amor? ¿O solo una pasión pasajera, intensificada por el deseo de ser amada? Era difícil de decir. Pero una cosa era segura: Maya estaba decidida a seguir adelante y construir un futuro para ella y su bebé, independientemente de si Joseph lo sabía o no.
Maya frecuentaba la iglesia con regularidad, donde ayudaba al padre y a las monjas dando clases gratuitas a los más necesitados. En una de sus visitas conoció a Lívia, una mujer alegre y resiliente, y a otras mujeres que también tenían historias similares a la suya. Maya y Lívia formaron una amistad rápida, encontrando consuelo en las historias y sueños compartidos.
—Padre, he terminado las clases con los niños.
—Que Dios te bendiga, hija mía, y te recompense por todo y por toda la ayuda que nos has dado.
—No es necesario agradecer, Padre. Lo hago con mucho gusto. Ahora debo irme porque la Señora Sara me espera. Estos días hay mucha movimentación en la posada.
El Padre Martín, un hombre de edad avanzada con cabello blanco y una sonrisa siempre amable, hizo un gesto de despedida a Maya. —Que el Señor te acompañe, Maya. Agradezco todos los días que estés con nosotros. La forma en que te dedicas a ayudar y enseñar a los niños es inspiradora.
—Fue aquí donde encontré apoyo e inspiración. La iglesia se convirtió en un hogar para mí en los momentos más difíciles. —Comenta Maya sonriendo, sintiéndose agradecida por el cariño y el reconocimiento.
—Y estamos agradecidas por tenerte con nosotros, Maya. Te has convertido en una hermana para todas nosotras. —Dice Lívia, que estaba cerca de ellos.
—Voy a extrañar esto cuando nazca mi bebé. Pero prometo visitar siempre que pueda.
—Siempre tendrás un lugar aquí, Maya. Siempre.
Maya asintió y, con un último gesto de despedida al Padre Martín, salió de la iglesia. Mientras caminaba por las calles hacia la posada, pensaba en cómo su vida había cambiado en los últimos meses, cuando sin darse cuenta chocó con un hombre y el bolso con sus libros cayeron al suelo.
—Perdón, señorita, no la vi venir. —Comenta el hombre amablemente mientras recoge sus cosas.
—Por favor, mira por dónde caminas. Podrías haber causado un accidente mucho peor.
El hombre que está con su rostro inclinado bufa ante el comentario de Maya, lo que la hace fruncir el ceño con enojo. Maya estaba un poco jadeante debido al susto y, al ver que el hombre no mostraba ninguna señal real de remordimiento, sintió una irritación creciente. Estaba embarazada, y un incidente como ese podría tener consecuencias más graves.
—¿Te parece gracioso? ¡Estoy embarazada! Podrías haberme herido seriamente a mí o a mi bebé. —Dijo ella, su voz mostraba su creciente irritación.
El hombre finalmente levantó la vista hacia ella, pareciendo un poco sorprendido al darse cuenta de su estado. Sus ojos pasaron rápidamente de la barriga visible de Maya a su rostro.
—Pido disculpas —dijo, su voz un poco más suave, pero todavía había un rastro de irritación en ella—. No me di cuenta de que estabas embarazada. Pero, aun así, tú también deberías mirar por donde caminas.
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La Reina
RomantizmUn único error hizo que Lady Maya Kensington pagara un precio muy alto. Juzgada por la sociedad y rechazada por su propia familia, Lady Maya fue obligada a dejar la corte y marcharse lejos donde pudiera intentar empezar de nuevo con su vida. Sin emb...