† 30. POSSESSIONEM †

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| Capítulo 30 |

Sus respiraciones estaban muy agitadas, las gruesas gotas de sudor que bajaban por sus frentes pálidas y sus cabellos desordenados les daban un aspecto agitado y cansado.

—Clare, abre la puerta trasera. —ordenó Camelot con su voz agitada por el cansancio y el esfuerzo, a medida en que, junto con Mikhail, llevaban poco a poco el cadáver al patio trasero de la casa de Camelot, en donde se encontraban las lápidas y el montón de árboles. A plena luz de la luna, el lugar adquiría un aspecto mucho más tétrico y aterrador.

Clare, acatando la orden, salió corriendo en dirección a la casa del chico. Subió las pocas escaleras y por fin abrió la puerta de madera de azul oscuro que daba hacia la cocina.

A primera vista se dio cuenta de que la casa estaba sumida en la oscuridad, así que prefirió esperar a los chicos antes de entrar.

—Por Dios, después de esto creo voy a necesitar dormir más de una semana. —La voz de Mikhail se hizo presente. Clare al voltearse, pudo ver como el chico tenía sus manos en sus rodillas, tratando de tomar aire. Su respiración estaba agitada y el sudor de su frente hacía que algunos de sus cabellos se pegaran a su húmeda piel.

—Pero si fue pan comido. —dijo Camelot con una auténtica sonrisa, dándole unas pequeñas palmaditas en la espalda al pelinegro al pasarle por el lado.

Mikhail, estando todavía en aquella posición, levantó su cara para darle una mirada matadora a Camelot.

Ya estando en la casa, Camelot fue a buscar todos los materiales necesarios para hacer el ritual. Sus padres, luego de que se despertaran e hicieran sentir a Clare y a Mikhail como en casa, estando en la sala junto con los nuevos invitados, Camelot fue a subir los primeros escalones hacia el segundo piso, cuando su madre de una vez lo detuvo.

—¿Tienes todos los materiales necesarios para hacer ese ritual, cielito? —inquirió su madre tomando un sorbo de su taza llena de té de Manzanilla.

A pesar de que iba con una bata de dormir, igualmente la madre de Camelot seguía luciendo tan elegante y hermosa.

—Sí, mamá. —Le respondió Camelot. Se notaba que estaba ansioso por subir.

—Chicos, recuerden que la nigromancia no es algo con lo que pueda jugar. —indicó el padre de Camelot tanto para su hijo como para Clare y Mikhail, de una manera un tanto sería.

Ignorando aquello último, Camelot subió los escalones de dos en dos. No tardó mucho en bajar nuevamente con un libro viejo de tapas duras de color negro y con algunos adornos místicos, sin mencionar que sus hojas eran amarillentas y algunas estaban algo salidas. Aquel libro no solo parecía antiguo, sino que Clare supuso que ese debería de ser el grimorio de Camelot.

—Bueno, ya es hora. —indicó Camelot yendo en dirección hacia la puerta trasera.

Ante aquello, tanto Clare como Mikhail se levantaron de los sillones de la sala y fueron a seguir al peliblanco.

—Que no te olvides de tu vela de protección ni de tu círculo de sal, osito. —comentó su madre estando todavía sentada en el sofá de la sala.

—Sí, mamá. —Camelot respondió con un tono algo fastidiado, rodando sus ojos.

† † †

Ya tenían todo listo para el ritual: las velas encendidas formando un pentagrama, dando una llama muy grande y calmada; un perfecto círculo de sal junto con la vela de protección, no querían arriesgarse a que algo malo pudiera acecharlos mientras estaban realizando el ritual; además del grimorio de Camelot y demás cosas que el chico consideró importante para el momento.

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