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Aquel espejo inquisidor continuaba arruinando sus mañanas. Bianca todavía no podía creer lo que había prometido. Le había dicho que quería intentarlo pero ¿qué era exactamente lo que quería intentar? Ni siquiera podía soportar su propio reflejo, como iba a hacer con la presencia de aquel hombre, que cada día encontraba más hermoso delante.

Esa noche, había logrado que se fuera. Su promesa había resultado suficiente, como para que él le diera espacio. No había mencionado el beso, ni lo que había estado a punto de ocurrir segundos antes en el mismo sillón que ahora no podía volver a mirar igual. Se había ido sin más palabras, sin miradas, sin roces. Se había ido en una especie de tregua que comenzaba a extenderse demasiado.

Bianca había pasado todo el sábado sola en su piso, no había querido tomar ni siquiera su teléfono celular. No deseaba leer sus mensajes y mucho menos los de Reyes, contándole sus extraordinarias salidas nocturnas. Ni siquiera se animaba a preguntarle qué era lo que había ocurrido con Willy. No se creía capaz de soportar la respuesta.

Había pasado la mañana acurrucada en su cama y la tarde en la misma posición en el sillón. Había escuchado las canciones de la banda una y otra vez, había regresado al pasado, a los besos robados detrás de escena, a las giras furtivas en pueblos lejanos de Argentina, a la adrenalina de lo prohibido, a la explosión del amor cuando encuentra el camino.

Había recordado con una sonrisa, la primera vez que él había querido hacer las cosas bien.

Luego de meses de besos apasionados y caricias indecentes, Willy había querido darle más. Sin que ella se lo hubiera confesado, él había descubierto su escasa experiencia en la materia. Había descifrado que su faceta de chica popular y audaz era solo un fachada, que en la intimidad se comportaba como una inocente niña dispuesta a aprender y por eso la había invitado a una cita real.

La había llevado a un lujoso restaurante de luz tenue y música elegante, había dejado sus jeans rotos y remeras de bandas para ponerse una camisa sentadora, había peinado su cabello y había decidido utilizar la gafas que Pato le había obsequiado, unas modernas, de marco ancho, pero con estilo. Al verlo ella casi muere y vuelve a nacer. Si el look rebelde le quedaba bien, en ese momento era irresistible.

Bianca había acomodado su vestido rojo fuego, uno de falda corta, cuello alto y espalda sexy, que había decidido enseñar al recoger su cabello en un moño alto. Se sentía provocativa, madura y lista.

Lo quería todo con él.

Quería demostrarle que lo que había comenzado como una aventura prohibida de conquista de lo prohibido, se comenzaba a transformar en algo muy parecido al amor.

Por eso la cena había sido tan hermosa, ninguno fingía, ni siquiera estaban nerviosos, podían hablar de lo que fuera. Bianca por primera vez en su vida no sentía que debía cumplir un papel. Era ella misma y eso era tan agradable que la sonrisa no abandonaba sus labios. Se habían tomado de la mano sobre la mesa y debajo de ella, se habían mirado con intensidad y se habían reído con entusiasmo.

Entonces había llegado el ansiado momento. Él la había invitado a un lujoso hotel, uno que había pagado con el último centavo de sus ahorros de toda la vida, pero estaba seguro que ella lo merecía. Habían subido en silencio, con los dedos entrelazados y los ojos en el suelo, hasta que la puerta se había cerrado.

Entonces la pasión de los cuerpos de veinteañeros ansiosos por darlo todo, se había apoderado de los dos. El primer beso pareció interminable y sus manos trazaron un mapa en cada milímetro de piel. Se acariciaban con premura, con los ojos cerrados y las bocas unidas, hasta que la ropa comenzó a estorbar.

Entonces él recordó que quería hacerlo inolvidable. Se separó con pausa para deslizar su mano por su brazo hasta volver a entrelazar sus dedos. La hizo girar con pausa deleitandose de aquella apetecible vista.

-No se por donde empezar.- le había dicho con genuino deseo.

Ella había sonreído y se había alejado para dejar caer su vestido a su paso. Sus piernas cruzándose con cada paso le regalaban la vista de espaldas de un cuerpo perfecto y él debió tomar aire para controlarse.

Se había desvestido con prisa para alcanzarla justo en el borde de la cama y cruzando sus brazos alrededor de su ombligo había unido sus cuerpos con determinación. Bianca lo había sentido, firme, duro y enorme presionado sus glúteos y una especie de temor había atentado contra su voluntad de mostrarse experta en algo que solo había visto en las películas.

El sintió como se estremecía y descendió su mano para acariciarla, lo había hecho antes, sabía cómo llevarla a la cima del placer con la yema de sus dedos, pero esta vez quería más.

-¿Confias en mi?- le habían preguntado al oído casi en un susurro que supo a invitación y sin lograr que la palabras se dignaran a salir, ella sólo pudo asentir con su cabeza.

Willy la presionó con más fuerza, una de sus manos se había apoderado de sus pechos, mientras la otra se gratificaba con la humedad que él mismo provocaba. Su propia excitación parecía agrandarse y cuando ella se inclinó hacia adelante buscando más placer creyó que no lograría aguantar mucho más.

Los gemidos inundaban el aire que comenzaba espesarse, sus manos la tocaban con prisa mientras sus labios besaban la curvatura de su cuello. Sin poder evitarlo la giró para atacar sus labios. Los necesitaba.

Ella respondió colocando sus manos sobre su pecho, eran tan suaves, que él quiso más. Tomó una de ellas y luego de besarla la guió lentamente hacia dónde su cuerpo suplicaba. Ella abrió los ojos y no pudo evitar mostrarse sorprendida. Lo tomó con su mano y comenzó a tocarlo. Era enorme.

-No tengas miedo.- le dijo él con su cabeza hacia atrás disfrutando de sus caricias. Y ella volvió a asentir.

La invitó a recostarse y cuando ella se ofreció, se agachó para saborearla. Quería oirla gozar, necesitaba que fuera inolvidable.

Bianca se tomó de las sábanas apenas deshechas mientras todo su cuerpo parecía gemir al mismo tiempo. Nunca antes había sentido algo parecido y con cada espasmo el temor se convirtió en deseo.

Un te quiero escapó de sus labios y Willy no pudo esperar más. Se apartó para colocarse la protección y con cuidado la fue atravesando. Ella había cerrado sus ojos con fuerza, había soportado la puntada de dolor, pero luego había logrado dejarse llevar.

La manera en la que estaban unidos la excitó tanto que rápidamente comenzó a moverse en busca de más. Se aferró a su espalda casi marcando sus largas uñas sobre aquellos tatuajes que nunca antes había visto completos. Necesitaba más, quería más.

Él la alzó con sus fuertes brazos para terminar de apoyarla contra una de las paredes, abrió sus ojos para verla, amaba verla disfrutar. Bianca había cerrado sus ojos y sus labios entreabiertos dejaban escapar gemidos que viajaban a través de sus oídos acelerando sus movimientos, con más y más presión hasta que esa expresión que tanto ansiaba llegó para confirmarle que lo había logrado.

Aún unidos alzó su mano para rozar su mejilla y besar sus labios.

-Sos demasiado hermosa.- le había dicho y ella había abierto sus ojos para disfrutar de su mirada, tan transparente que sólo le confirmaba que lo que decía era verdad.

Ahora esa mejilla parecía de cartón y comenzaba a bañarse de lágrimas saladas por la pena de saber que algo como lo que había vivido era imposible de repetir.

Bianca le había dicho que lo intentaría, pero ahora sabía que no podía. ¿Cómo iba a dejar tocarla? ¿Cómo iba a soportar el desagrado en sus ojos transparentes? Sabía que aquello era solo un recuerdo, uno que comenzaba a volverse irreal.

Entonces tomó por fin su teléfono.

-Podemos ser amigos, pero no me pidas més.- escribió como último recurso para no eliminarlo definitivamente de su vida.

Era todo lo que podía ofrecer y si para él no era suficiente, ya no sería ella la culpable de su separación. 

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora