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El sonido de la puerta cerrándose parecía el del martillo de un juez dando su veredicto final. Bianca sentía que ya no había vuelta atrás, lo había dejado pasar a su casa, a su intimidad, a un lugar del que no podía huir.

La imagen de Willy en medio de su sala lejos de ser abrumadora comenzaba a sentirse acogedora, era como si aquel lugar hubiera sido diseñado para él, como si su presencia, mejorara la estancia, como si se tratara de un sueño que no pudiera hacerse realidad.

Llevaba su ropa formal, pero había arremangado su camisa y los tatuajes desviaban cualquier intento de evadirlos. Bianca lo recorrió con sus ojos, ocultándose detrás de su cabello. ¡Estaba tan hermoso! Pensó mientras se obligaba a sí misma a comportarse.

-Te faltó firmar unos papeles.- le explicó Willy tomando asiento en uno de los sillones sin pedirle permiso.

Bianca avanzó con pasos temerosos, no quería que se sintiera cómodo, no quería que sintiera que podía quedarse, necesitaba que volviera a sus gestos vergonzosos y sus manos nerviosas para así poder echarlo lo antes posible.

-¿Dónde firmo?- le preguntó ella delantando sus nervios con la velocidad de sus palabras.

Willy emitió una ligera risa y le mostró el lugar en el que debía hacerlo.

Bianca comenzó a firmar pero de reojo notaba aquella actitud sin poder contenerse.

-¿Se puede saber que te causa tanta gracia?- le dijo enfrentando por primera vez sus ojos, detrás de unas gafas mucho más estéticas que las que recordaba.

Willy se mostró sorprendido, incluso echandose un poco hacia atrás.

-Es que... no, dejá. Nada.- dijo tomando los papeles para apilarlos nuevamente.

-¿Cómo que nada? Ahora decime.- lo increpó Bianca recuperando algo de su antigua personalidad.

Entonces él se aventuró a tomarla del brazo, escogió el que no tenía cicatrices para que no lo apartara de inmediato y la acercó hasta que no tuvo más opción que dejarse caer sobre él.

-Me trajo recuerdos.- le dijo bajando el volumen y el tono de su voz.

Bianca sintió que todo su cuerpo se derretía en ese mismo momento. De forma involuntaria se acomodó sobre él, como lo había hecho en el pasado, su cuerpo no era el mismo pero el de él se sentía igual. Aún la sostenía de su brazo y había enrollado su cintura para acercarla aún más.

Ahora el que se sentía víctima de un sueño era él. Tantas veces lo había imaginado que temía que su mente lo estuviera traicionando. En el pasado hubiera sido ella quien hubiera iniciado la acción, pero ahora se sentía en la responsabilidad de utilizar todo su valor.

-Pasaron muchos años, pero sigo sintiendo lo mismo.- le dijo casi al oído rozando su cuello con sus labios, la piel de aquel lado de su rostro seguía siendo perfecta y al notar como se estremecía supo que no todo estaba perdido.

Bianca cerró sus ojos con fuerza, sabía que debía levantarse, que debía huir, pero cada rincón de sus células le exigía que no lo hiciera. El perfume de Willy la invadió y su mano rozó la punta de ese tatuaje que bien recordaba, para luego ascender hasta su mejilla.

Era él. Estaba allí, junto a ella, respirando el mismo aire, latiendo al mismo ritmo, despertando las mismas sensaciones que aún no podía olvidar.

Willy inclinó su rostro en busca de más contacto mientras su mano liberaba su brazo para unirse a la otra y apoderarse de esa curvatura de la que nunca había querido dejar de ser dueño.

Bianca sintió la presión en la zona baja de su espalda, en el límite de lo prohibido y se arqueó buscando más.

Él no lo dudo.

Intentando contener su voraz deseo de no dejar ni un centímetro de su piel sin besar, la presionó contra su cuerpo para que pudiera sentir cuanto la anhelaba, un ligero gemido escapó de esos labios que ansiaba con desesperación y entonces ya no pudo contenerse.

Se inclinó para acercarse y en el momento en el que sus labios se unieron, el tiempo pareció retroceder para devolverlos a un viejo sillón de algún teatro perdido de Buenos Aires.

Sin embargo, la respuesta no pudo ser la misma.

En el mismo instante en el que sus lenguas se encontraban, Bianca sintió el roce de esos dedos suaves sobre su mejilla destruida y no pudo resistirlo. Como si aquel tacto quemara saltó del lugar para alejarse lo más posible, mientras limpiaba las lágrimas y contenía la respiración.

El silencio que interrumpió la música de la pasión fue demoledor. Willy, estaba sentado sin poder moverse. Tenía las manos sobre su cabeza y sus ojos en el suelo. No quería equivocarse, no quería arruinarlo, no ahora que sabía que sus sueños eran reales, que sus labios continuaban teniendo el mismo sabor, que su cuerpo era tan exquisito como lo recordaba.

Bianca colocó sus manos sobre su pecho, que subía y bajaba a gran velocidad. Se creía apunto de morir, ¿como lo había dejado llegar tan lejos?

Las lágrimas bañaban sus labios, los mismos que le había entregado, los mismos que habían tenido la dicha de volver a sentir sus besos, los mismos que le recordaban porque lo seguía amando.

Cuando sintió que los latidos de su corazón comenzaban a ceder giró para enfrentarlo, y entonces lo vio, mucho más cerca de lo que creía. Se había acercado en silencio y estaba justo detrás de ella.

-No me alejes.- le suplicó con sus ojos cerrados, como si quisiera demostrarle que no necesitaba verla para saber que la necesitaba.

-Puedo esperar, puedo cerrar mis ojos, atar mis manos, sellar mis labios si es necesario, pero no me alejes.- volvió a decirle con un tono cargado de una piedad que ella no pudo resistir.

-No se si puedo...- le respondió entre lágrimas.

En verdad deseaba complacerlo, pero sus palabras eran ciertas, estaba perdida, su voluntad exigía algo que su cuerpo no podía dar. El suspiro de Willy se sumó a la decepción de sus gestos, que incluso con los ojos cerrados, eran transparentes.

-Pero quiero intentarlo.- agregó sin estar del todo convencida.

Entonces él por fin pudo volver a sonreír y ella quiso creer que había hecho lo correcto. 

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora