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El vuelo resultó mucho mejor de lo esperado. Superado el inconveniente en migraciones, dónde había tenido que pasar por los métodos más insólitos de chequeo de identidad, Bianca se había puesto su capucha y había intentado dormir.

Llegada a Barcelona, las notificaciones en su celular no le habían dado tiempo a nada más que responderle a todos los que, preocupados, velaban por su seguridad. Con su buzo enorme cubriendo su cuerpo y su valija rodando por el pasillo, había subido a un Uber y finalmente se encontraba en la seguridad de su piso. Ni la Basílica de la Sagrada Familia, ni el parque Güell, ni la Casa Batlló. Ninguna atracción había logrado llamar su atención, ni siquiera la costa de ese mar que tantas veces le habían mencionado. Solo la seguridad de las cuatro paredes de su piso y la música sonando a un alto volumen en sus auriculares le habían devuelto un poco de paz, luego de tanto estrés sufrido.

Respondiò mensajes, agendò su reuniòn para firmar el contrato, deambuló por las redes con ese perfil vacío llamado Mujer invisible, y luego de muchas vueltas, por fin había logrado conciliar el sueño.

Pero lejos de reconfortarla, aquel descanso solo trajo más dudas a su mente. ¿Había hecho bien en irse? ¿Cómo iba a poder rehacer su vida si no conocía a nadie? ¿Cómo se iba a animar a volver a empezar si ni siquiera podía salir a caminar por la ciudad a oscuras? Se preguntaba mientras el agua cálida recorría su cuerpo, uno que no podía reconocer. Acarició su abdomen, rozando aquella piel áspera que marcaba su lado derecho y luego levantó un poco su pierna para volver a analizar aquel perfil que tampoco había resultado ileso.

No quería seguir llorando, se suponía que había viajado para dejar la pena atrás. Sin embargo las lágrimas caían como por vida propia.

Recordó, a su pesar, la primera vez que había visto a Willy.

Recordaba su falda, su espalda casi desnuda, sus zapatos altos moviéndose con destreza para bailar delante de él. Recordó el esfuerzo que había hecho por llamar su atención, luego de que él la hubiera dejado casi hablando sola en el pasillo de aquella fiesta.

Una ligera mueca se dibujó en sus labios, cuando el final de esa noche regresó.

Podía sentirse en aquel asiento trasero, del auto de su hermano, con su pierna delgada y firme rozando el jean desgastado de Willy, podía recrear sus miradas disimuladas, la forma en la había apoyado su mano sobre su pierna para llamar su atención. Podía sentir su mirada nerviosa cuando le había dado su teléfono en un papel enrollado. Y luego...

El sonido de su teléfono la obligó a detener sus pensamientos. Salió con prisa del baño con su toalla anudada y respondió el llamado.

-Si, Pato, llegue bien, si, si, me cuido. Ya le avisé a mamá. No tenes que preocuparte.- le respondió a su hermano.

-En serio, yo estoy bien, podes enfocarte en disfrutar de tu novia por favor, que bastante tiempo te esperó.- le dijo con algo parecido a una sonrisa en los labios.

Su hermano había pasado casi un mes en coma, luego de que un incendio lo hubiera atrapado en el comedor infantil para el que trabajaba y su novia, una joven a la que ella apenas conocía pero que ya amaba, lo había esperado fielmente, sin dejar de creer en él.

Sentía que su hermano había encontrado a alguien que lo haría feliz y por eso lo alentaba a continuar con su vida y justamente esa era una de las razones por las que se había alejado también. Ella, su rostro, su cicatriz no hacía más que recordarle aquel concierto en el que el destino de su banda había llegado a su fin. Aunque él nunca lo hubiera dicho, verla, solo le provocaba dolor y culpa, dos sentimientos que no merecía.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora