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El rugido que rebotaba en las paredes de aquel vestuario transformado en camarín, fue suficiente como para que los músicos se volvieran a sentir en casa. Era increíble como la memoria podía reactivarse en pocos minutos y lo que habían sido años con sabor a eternidad se convirtieran en una lejanía caída en el olvido.

Pato, Roy, Fede y Willy actuaban como si se tratara de un show de una gira en la que llevaban meses trabajando, pero sus dedos sudorosos y sus cruces de miradas indican sus verdaderos sentimientos. Estaban nerviosos, aterrados. Habían decidido intentarlo, lo habían conversado durante horas, durante días girando entre sus anhelos y sus temores, con la incertidumbre de lo que podía pasar, con el recelo ante la pérdida del legado. Sabían que habían alcanzado cosas grandes, sabían que habían sido realmente buenos ¿Y si ahora no lo eran? ¿Y si su reaparición demostraba que todo había sido falso? ¿Y si aquel show hería más a los que ya había hecho daño?

Los pensamientos eran difíciles de silenciar, sobre todo cuando había tanto en juego y sin embargo allí estaban, esperando para salir al escenario, sepultando sus miedos, aferrados a la esperanza, dispuestos a intentarlo.

La decisión estaba tomada, lo había estado desde ese día en el que Willy los había llamado con sus ojos tristes carentes de cualquier indicio de vida. No había sido necesario que contara el porqué, los tres lo habían comprendido sin necesidad de palabras.

-Ya no tengo nada que perder.- les habia dicho.

-Si no hago esto, no me queda nada.- había agregado y sus amigos no dudaron en acompañarlo.

Si lo que había ocurrido años atrás era cruel, perder el sentido de la vida era inhumano y por eso no iban a dejarlo solo. Pato sufría por su hermana, sabía que se estaba equivocando, pero no podía hacer nada para ayudarla y se le dolía aún más.

Le había escrito cada día desde aquella despedida en Barcelona, le había contado de su show, de sus proyectos, le había dicho que la esperaba, que renunciara a ese intento de huída en otro país y regresara con su familia, con es que siempre iba a estar para ella. Le había pedido que trabaje para él, que forme parte de las decenas de personas que se necesitaban para poner una gira en movimiento, pero ella no terminaba de decir, no se negaba pero tampoco accedía. La notaba perdida, abrumada y demasiado triste. Y otra vez, no podía hacer nada para evitarlo.

El camino recorrido los había llevado hasta allí. A ese estadio de Buenos Aires, a ese show, a entregar sus corazones a las personas que los habían seguido. A las que habían salido heridas, a las que les habían enviado sus mensajes de apoyo y a los que los habían condenado sin razón. Dicen que el tiempo cura las heridas, pero en realidad lo que hace es decantarlas, depurar sus escombros para darles nueva forma, para devolverlas a la vida con otro color, con la idea de querer hacerlo mejor, con la fe de lograr algo bueno de ellas.

Y eso era lo que intentaban hacer.

Unos golpes en la puerta los sacaron de sus dudas, las maquilladores continuaban trabajando mientras May, Ingrid y Albert entraban con sus labios encantados de ser testigos de la valentía de los que amaban.

-Esta todo perfecto, esto va a salir muy muy bien.- dijo Albert, confiando en la decisión que habían tomado.

Pato se acercó a MAy y besó su vientre, cada vez más grande mientras ella acariciaba su cabello con cariño.

-No se porque será pero hoy se mueve más que nunca.- le dijo colocando sus propias manos sobre su vientre para luego invitar a Pato a ponerse de pie para besarlo.

-¿Como está Ampi?- le preguntó Roy a Ingrid mientras la alzaba en el aire y la hacía girar. Siempre había sido exagerado y cariñoso, se había enamorado de Ingrid en un segundo y desde entonces no había dejado de hacérselo saber. Su pequeña hija era la prueba de ese amor que solo deseaba crecer más y más.

-Feliz con sus abuelos.- le respondió su mujer con ese acento alemán que aún tenía su español perfectamente aprendido.

-Feliz estaré yo cuando volvamos a casa.- le dijo él divertido y ella se sonrojó, aquella desfachatez y su falta de vergüenza la hora de expresar su amor era lo que más adoraba de él. Ella había crecido en Alemania, con una familia tradicional, compañera pero distante, donde siempre se había hecho lo correcto y nunca había faltado nada,había creído que el amor de  pareja se limitada a una caricia los domingos mientras la nieve caía afuera, se había convencido de que las películas exageraba todo, pero entonces lo había conocido a él.

Roy la besaba con devoción, mientras recorría su delgado cuerpo con sus manos intrépidas. Ella se había sonrojado, mientras lo apartaba y cuidaba.

-No te desconcentres, es un día importante.- le dijo y él sonrió mientra guiñaba su ojos derecho.

-Lo tengo todo bajo control, tranquila mi amor.- le respondió girando para tomar asiento frente al espejo, ya que era su turno de maquillarse.

Todo era felicidad y nerviosismo, las risas, los besos, los abrazos, todo parecía la antesala de la felicidad, todo menos el rostro de Willy, quien suspiraba con aplomo, intentando concentrarse en lo que vendría.

Pensaba que le hubiera encantado tenerla allí, que la hubiera alzado como Roy a su mujer, que la hubiera besado aunque ella se sonrojara, que le hubiera dedicado cada nota de su bajo. Pero ella no estaba, le había dicho que no. 

Su cabello caía sobre su mejilla, la estilista lo había acomodado adrede, con un resultado positivo, sus gafas estaban sobre la mesa, la miraba sin querer colocarlas, prefería no ver la realidad,lo prefería ahora que Bianca no formaba parte de ella.

Solo esperaba que al menos quisiera ver el show, lo había planeado para ella, lo había pensado como último testimonio de que lo que sentía era real, había depositado su último aliento para no dejarse caer. Solo esperaba que para ella fuera suficiente.

-Cinco minutos.- anunció una voz desde el pasillo y el destino estuvo sentenciado.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora