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Hola Afrodita, toda semana deberìa comenzar con un buen café, una ducha tibia y tus ojos en el espejo.

El lunes llegó como un respiro para Bianca, que no había logrado salir de su lùgubre fin de semana. Uno a oscuras, entre las cuatro paredes de su piso, con apenas un trozo de pan, el último paquete de Chocolinas que había traído de Argentina y una botella de vino que sabiò a poco luego de la cuarta hora de llanto.

No quería ocupar ese papel, no deseaba convertirse en lo que tantas veces le había criticado a su hermano y sin embargo allí estaba, buscando en la soledad y el alcohol una solución que nunca encontraría.

Como su computadora no había sido instalada, debía regresar a la oficina. Se puso sus pantalones oscuros y escogió una camisa clara que abrochó hasta el último botón. Sus generosos pechos se dibujaban debajo de la tela, pero su cuello ni siquiera podía verse. Acomodó su cabello luego de que el secado hubiera hecho lo suyo y cuando estaba a punto de beber su café, decidió echarlo por la pileta. No iba a hacerle caso, no tenía por qué sugerirle nada. De seguro había pasado una noche divertida junto a Reyes, a lo mejor hasta se había despertado en su cama y ella no quería escucharlo, ni leerlo. Debía pedirle que dejara de enviarle mensajes, sentía que ya no le pertenecían.

Salió a la calle y atravesó la ciudad para entrar lo más rápido posible al ascensor, pero cuando bajaba, creyendo que había logrado entrar sola, Reyes gritó su nombre agitando su mano con elocuencia.

-¡Hola compi!- le dijo y ella no tuvo más remedio que regresar sobre sus pasos para saludarla.

La española le dio dos besos en sus mejillas que la sorprendieron tanto que tuvo que volver a acomodar su cabello con prisa.

-¡Tengo que agradecerte, cariño, no sabe lo bien que la hemos pasado.- le dijo como primer indicio de que sus sospechas habían sido ciertas.

-No tenes por qué hacerlo.- le respondió Bianca intentando continuar su camino.

-Pero si, mujer, ha sido un gran fin de semana. He visto casi todos sus videos, si que eran una buena banda. Es terrible lo que les ha ocurrido.- le dijo justo cuando Willy avanzaba hacia ellas con su mirada clavada en Bianca.

Reyes lo notó y se apresuró a darse vuelta.

-Hola, guapo, ¿Como dices que estas?- le preguntó con su habitual simpatía, mientras Bianca deseaba ser succionada por la tierra en ese mismo instante. Una cosa era imaginar su espléndida salida de copas y otra era verlos juntos, allí, delante de sus narices.

-¿Acaso hoy tampoco vas a mirarme?- le preguntó Willy a Bianca, recordando aquella vez que ella lo había increpado de la misma forma.

Estaba enojado, ofendido y desilusionado. No podía creer que Bianca hubiera insistido en emparejarlo con Reyes. ¡Le había dado su número! Según la española habia insistido en que lo invitara a salir y eso le dolía. Por supuesto que podía entender que necesitara tiempo, pero que quisiera borrar su historia con otra mujer solo le demostraba que para ella no habia significado lo mismo que para él.

Bianca alzó la vista y Reyes pudo percibir los misiles que se enviaban .

-Hola- dijo Bianca con ese tono impersonal que el mismo Willy había utilizado en el pasado y él ya no pudo continuar.

-Las veo luego.- dijo siguiendo su camino para evitar que su enfado hablara por él.

En el fondo esperaba que Bianca lo llamara, que retuviera su brazo y que le gritara que darle su número a Reyes había sido un error, pero ella no lo hizo, en lugar de eso, casi escapó a la oficina que le habían asignado tragando sus lágrimas con frustración.

Ahora, a parte de oír a Reyes hablar de lo fantástico que era Willy, debía soportar su enojo. ¿Qué es lo que lo enojaba realmente? Al fin y al cabo ellos ya no estaban juntos, él podía hacer lo que quisiese. ¿Por qué la seguía buscando?

-Buenos días querida, lamento haberte hecho venir hasta aquí, me acaban de avisar que tu ordenador ya está listo.- le anunció su jefa con tono dulce, mientras la acompañaba con un movimiento tácito de nuevo hasta el ascensor.

Bianca la observó intentando fingir que lo ocurrido apenas unos minutos antes, no le afectaba y se despidió como pudo.

No terminaba de entenderse a sí misma, en cualquier otro momento aquella propuesta le hubiera calzado como anillo al dedo y sin embargo, ahora, hubiera preferido quedarse. No podía entender el por qué, pero de repente la posibilidad de cruzarse con Willy le provocaba cosquillas en el estómago. Era como si un fenómeno parecido a la anticipación que había vivido en el pasado, cada vez que un show terminaba, hubiera querido regresar. Su mente se empecinaba en imaginar escenarios, en los que terminaban encerrados en el ascensor, o coincidían cerca de la máquina de café o incluso en la vereda de aquella ciudad ajena y la invitaba a conocer su casa.

No quería admitirlo, pero estaba comenzando a desear algo muy peligroso, pero sobre todo, algo con lo que no estaba segura de poder lidiar. ¿Qué creía que pasaría luego de la escena de película? ¿Acaso estaba dispuesta a dejarlo entrar a su perturbadora vida? ¿Qué pasaría si él intentaba tocarla? Ni siquiera podía pensarlo, sus propias manos dolían sobre su piel resquebrajada, no podía imaginar lo que sentiría si las de él intentaba rememorar viejos tiempos, unos que recordaba demasiado bien, pero que, lamentablemente ya no eran posibles.

Llegó a su piso con prisa y se internó en el trabajo, quería hacerlo bien, quería demostrar que estaba allí por su propio mérito y que al menos en algo, podía seguir siendo como era.

Se sorprendió al ver la penumbra instalada y al sentir su estómago crujir decidió buscar algo para comer.

Mordía un trozo de pan con furia cuando el tigre anunció la llegada de alguien inesperado. Sacudió las migas de su ropa y sin mirarse al espejo abrió con su cabello sobre su mejilla, esperando algún vecino amable o algún anuncio postal, pero entonces se quedó de piedra y su pan cayó al suelo para delatar sus nervios.

-Hola- dijo Willy llevando sus manos a su propio cabello mientras un suspiro mitigaba sus crecientes nervios.

-¿Puedo pasar?- agregó luego de varios silenciosos segundos en los que sintió que uno de los dos debía ser valiente.

Ella negó con su cabeza mientras sus ojos se cargaban de una mezcla de temor y anticipación.

-Es por trabajo.- intentó aclarar retirando un sobre del bolsillo trasero de su pantalón para luego enseñarselo con ojos suplicantes, como si aquel trozo de papel pudiera actuar de una suerte de escudo protector.

Entonces ella no tuvo más remedio que aceptar y con el corazón a punto de salir de su pecho lo observó atravesar un límite que ni siquiera en sus sueños se había aventurado a cruzar. 

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora