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4 años antes

Bianca no podía creer su suerte, ahora que él por fin se había dignado a mirarla, ella tenía que comenzar a rendir exámenes.

Estaba encerrada en su cuarto y cada vez que el sonido de la batería golpeaba sus paredes deseaba bajar con prisa para disfrutar de esos labios apretados mientras rasgaba las cuerdas de su guitarra con concentración. Había llegado a la conclusión de que lo que más le gustaba era esa combinación de timidez y desparpajo, como si estuviera dentro de un capullo y al subir al escenario se transformara con todo su esplendor.

Había revisado su anuario y al ver aquella fotografía de él, con gruesas gafas y cabello desprolijo, creía estar viendo a otra persona. Lamentaba no recordarlo de esa época, le hubiera gustado contar con alguna conversación del pasado para intentar entablar una ahora.

Pero en ese entonces, ella era demasiado egocéntrica. Sabía que no era correcto, pero el contexto la había llevado a actuar así.

Las adulaciones, las preguntas por sus atuendos, las elecciones como princesa del baile, junto con la forma en la que su familia la consentía la habían llevado a perderse en actitudes que no siempre eran las que la hacían feliz, pero como no le gustaba decepcionar a nadie, se limitaba a cumplir con su rol.

Sin embargo, en la soledad de su cuarto fantaseaba con volverse invisible, con no tener que pensar como combinar su ropa, o pasar largas horas maquillándose y secando su cabello. Se sentía un poco desagradecida por eso, al fin y al cabo ser popular es lo que toda chica de su edad deseaba, pero también era agotador.

Ser continuamente observada terminaba afectando su autoestima, porque incluso cuando todos parecían encontrarla hermosa, la mínima mirada lasciva o comentario por lo bajo acerca de su falta de inteligencia, terminaba derrumbándola. Justamente pero eso estudiaba. Quería demostrar que aquello era falso, que era más que una cara bonita que podía ser alguien importante.

Casi dos semanas más tarde por fin volvía a asistir a un recital de la banda de su hermano. Sin saber en donde había quedado con Willy, decidió ponerse sus mejores ropas. Escogió una pollera corta que dejaba sus largas piernas al descubierto, una remera con el logo de la banda que comenzaba a hacerse conocida y una campera de jean con sus bordes desflecados. Tenían su cabello hacia atrás y sus enormes ojos cobraban más protagonismo, gracias al delineado oscuro que tan bien le sentaba.

Llegó junto a sus hermanas y ni siquiera pudieron ver a Pato antes del show. Cada vez asistía más gente y si querían estar cerca debían reservar su lugar con anticipación. Los primeros acordes de la guitarra de su hermano sonaron al mismo tiempo que las luces se apagaban y el público comenzaba a rugir. Era hermoso ver como los fanáticos cantaban las canciones y cómo encontraban en aquella música una excusa para liberar sus más fervientes sentimientos.

Las letras de los temas eran realistas, transmitían dolor, pero también una suerte de esperanza. Eran genuinas y por eso llegaban a la gente.

Bianca saltó, gritó, cantó, bailó pero nunca logró coincidir con la mirada de Willy. Era como si hubiera vuelto a ser invisible para él y eso comenzaba ponerla de mal humor.

Ni bien terminó el show, casi corrió hasta los camarines. Se sorprendió al ver la cantidad de gente que ocupaba los pasillos. Era un teatro pequeño con poca seguridad que no ofrecía resistencia a la cantidad de mujeres con ropa sexy que querían llegar a los músicos.

Roy, con su habitual carisma saludaba a cada una de ellas, firmaba autógrafos, se sacaba fotos y hasta había invitado algunas señoritas de su agrado a acompañarlo al camarín. Su hermano se mostraba más enigmático y serio, era un actitud fingida pero que parecía convencer a las fanáticas que lo miraban embelesadas. Ella sonreía al recordarlo en pijamas en su sofá, si lo conocieran en verdad... Pensaba divertida.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora