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Bianca no terminaba de comprender el motivo de su enfado, Estaba claro que había apuntado contra Willy, cuando en verdad la única culpable era ella misma. Estaba enojada por no poder enfrentar al mundo, por no ser valiente, por no poder luchar por lo que más le importaba en la vida, por no poder acompañar a su familia con naturalidad, por ser una víctima, por cargar con esas cicatrices, por sufrir sus propios demonios. Estaba agobiada por su decisión, por haberse dejado llevar por el deseo de ser lo suficiente buena para él, por haber tenido la necesidad de que no abandonara sus sueños por ella, por querer demostrar algo que en realidad le causaba demasiado temor.

Caminaba de nuevo por las calles, llevaba unas botas de tacón, sus pantalones ajustados y un abrigo de paño que cubría su piel. Tenía el cabello recogido y apenas un mechón sobre su mejilla. Quería hacerlo bien de una vez, quería demostrarse a sí misma que todo estaba en su mente, que no podía ser tan malo. Había recibido miles de mensajes de Willy, incluso cuatro llamadas y se había limitado a responder: nos vemos ahí.

Willy estaba preocupado, se movía de una lado a otro en la puerta del local que le había señalado, había visto entrar a Reyes y a su grupo de amigos, pero no había querido acompañarlos, necesitaba ver que Bianca estaba bien, que supiera que aquello no era necesario. Se apretaba las manos con nerviosismo cuando por fin pudo verla.
Avanzaba con paso lento pero firme, llevaba su cabello recogido y su figura enfundada en un abrigo ajustado, era tan hermosa que solo pudo sonreír.

Pero ella no lo hizo, desvió la vista al suelo antes de que los ojos de Willy pudieran traducir algo que no le agradara y lo tomó de la mano para entrar.

-Bianni, esperá, esto no es necesario.- volvió a decirle pero ella no se detuvo, entró con paso firme y cuando Reyes la vio, se acercó para abrazarla.

-¡Qué gusto que hayas venido!- le dijo en alto volumen y al ver a Willy pasó de ella para lanzarse a sus brazos con entusiasmo.

-Por fin guapetón, que estoy segura de que esta banda te va a encantar-  le dijo luego de darle dos besos, uno en cada mejilla.

Willy sonrió y se apresuró a acercarse a Bianca.

-Deberías agradecérselo a mi novia, fue Bianni quien me convenció.- le respondió tomando la cintura de Bianca con posesión, mientras le daba un beso efusivo en los labios.

Reyes lo miró sorprendida primero pero al ver que Bianca se mostraba incómoda los abrazó a ambos con entusiasmo.

-Si ya me lo imaginaba yo, que este guaperas no tiene ojos más que para ti, cariño.- le dijo confirmando esas sospechas que había tenido desde el principio.

Bianca continuaba inmovil, la música fuerte, las luces dle lugar, algunas personas pasando  por su lado, rozando sus brazos y enfrentando su rostro, eran demasiado.

-Venga qué les presento a mis amigos, quítate eso, cariño que aquí está imposible.- le dijo Reyes como si su propuesta fuera lo más normal del mundo.

Willy buscó los ojos de Bianca, necesitaba confirmar que se encontraba bien, pero ella no lo miró.

Siguió a Reyes mientras ella tiraba de su mano y cuando llegó a la mesa donde le presentaron a demasiadas personas se animó a quitarse el abrigo.

Su piel libre debajo de aquella musculosa escotada parecía crujir con cada haz de luz de color que la iluminaba, Bianca creyó ver cada mirada de los allí presentes sobre su cuerpo. De repente le parecía que el aire de allí no era suficiente como para respirar, las voces de esos desconocidos se habían vuelto inaudibles, podía ver que sus labios se movían, pero no entendía lo que decían.

Sus pupilas intentaban buscar algo que le devolviera estabilidad, pero sus manos temblaban debajo de la mesa, estaba sentada junto a Willy y ni siquiera su mano sobre su muslo lograba tranquilizarla.

Reyes gesticulaba con su habitual elocuencia y cada vez la sentía más cerca. Los latidos de su corazón galopaban hasta su cuello y el sudor de sus manos había alcanzado su frente. En la paradójica mezcla de sentir calor pero tiritar, su mente comenzó a girar.

Se puso de pie con prisa, ignorando los gritos apagados de los que repetían su nombre sin sentido. Se perdió entre las personas con pasos estrepitosos, solo podía ver sus ojos, sus risas, sus comentarios lascivos para con su aspecto. Ni siquiera había podido recoger su abrigo, caminaba sin rumbo en busca de la salida con la que no lograba dar.
Todo daba vueltas, todo se sentía extraño, abrumador. El ahogo era cada vez más difícil de soportar, se creía capaz de morir en ese mismo instante.

¿Por qué había ido? ¿Cómo había pensado que podría con todo eso? ¿Cómo iba a arruinarle la vida así al hombre que amaba?, las preguntaban rebotaban entre el terror exagerado de sus peores pesadillas. La gente la rodeaba y la destruía con su mirada. Se sentía como un mono en una jaula, como si hubiera ido desnuda y caminara sin haberlo notado, se sentía amenazada, juzgada, motivo de desagrado. Se sentía demasiado sola.

Por fin dio con la salida y el aire helado de la noche en la ciudad casi la congela. Colocó sus manos alrededor de sus brazos y frotó como pudo mientras algunos transeúntes perdidos volvían a mirarla con esa condescendencia que tanto odiaba.

Las lágrimas por fin se dignaron a salir aunque no estaba triste, estaba enojada. No se perdonaba su accionar, no podía creer hasta donde había llegado su estupidez, ¿acaso había creído que el mundo había cambiado en un par de años? Por supuesto que no lo había hecho, las personas la seguían mirando igual, ella seguía siendo un monstruo. confirmó justo cuando alguien la tomaba del brazo y colocaba un enorme abrigo sobre sus hombres.

-Vamos.- oyó pero tampoco pudo voltear.

Estaba encerrada en el mismísimo enfado de quien no acepta que está equivocado, en los errores de dar las cosas por sentadas, en el destino de los cobardes.

Estaba segura de que lo que sentía no se podía cambiar.

Estaba condenada a vivir sola.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora