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3 años antes

El médico la había dejado sola. Había ido hasta la casa, había conversado con sus padres, había dado su opinión con sabor a optimismo y había quitado las vendas, para luego dejarla sola.

El silencio de su habitación retumbaba en sus oídos mientras sus ojos continuaban clavados en el suelo. Temía volver a mirarse, temía volver a sentir lo que había sentido al enfrentar ese espejo segundos antes.

Pato estaba al otro lado de la puerta. Repetía que todo iba a estar bien, que lo dejara pasar, que podía ayudarla, pero Bianca no podía responder.

Habían sido meses complicados, de un dolor extremo, de cirugías interminables, de incertidumbre insoportable y ahora por fin podía ver el resultado. Ya no había mucho por hacer, ese iba ser su rostro, esa iba a ser su vida ahora.

Sus ojos se concentraron en su mano, estaba oscura, la piel seca, sus uñas contrastaban con aquellas rispideces, ya que su mamá había insistido en que las pintara. Se sentía ridícula. Si su mano estaba así, no quería pensar en su rostro.

-Vamos Bianni, dejame pasar.- le suplicó una vez más Pato, con esa voz entristecida que llevaba desde el incidente.

-Dame tiempo- llegó a responder y entonces lo oyó alejarse.

Se puso de pie y caminó hasta el espejo, se quitó la ropa con pausa y se recorrió desde los pies. Su pierna, su cadera, su abdomen, todo estaba arruinado, el contraste con su piel sana, siempre tan perfecta, era dañino.

Sus uñas carmín, acariciaron sus cicatrices, debía amigarse con ellas, debía sentirlas  propias, debía aceptarlas.

Llegó a su cuello, tan cerca de su rostro que sus propios latidos la traicionaron aumentando su ritmo. Lo acarició, la reconoció, lo hizo suyo.
Entonces llegó el momento más difícil. Sus pupilas chocaron con sus pupilas en el espejo, aquel párpado engrosado se hizo real, la pérdida de expresión era evidente y su mejilla sufrió las consecuencias de la primera de las lágrimas de esa tarde.

Esta era ella ahora, debía aceptarlo.

Se acarició con pausa, dejando a su llanto correr. Se estudió, se analizó, se lamentó.

Pasó tanto tiempo así, que la oscuridad se instaló afuera. Su madre llamó a su puerta, su padre también lo hizo, sus hermanas y Pato.

-Estoy bien, Pato, Solo necesito descasar.- le respondió en el sexto intento, no quería culparlo, sabía que no era su culpa.

Se volvió a vestir y se metió en la cama acariciando su brazo de nuevo hasta que finalmente se durmió.

La mañana llegó demasiado pronto, el sol se coló por la ventana abierta y sus ojos se apretaron para luego volver a abrirse.

Entonces lo vio y cuando confirmó que no se trataba de un sueño saltó de su cama para cubrirse con sábanas.

-¿Quién te dejó entrar?- le gritó a Willy, quien la miraba con los ojos empapados sin moverse de la silla que había ubicado al lado de su cama.

-Nadie, solo entre, necesitaba verte, mi amor, necesitaba saber que estabas bien.- le dijo sumergido en una culpa que no lo dejaba pensar.

-Le dije a Pato que no quería volver a verte, no te das cuenta de que no te respondo los mensajes, no me mandes más, andate, no te quiero en mi vida. ¡Andate!.- le gritó, pero él no la obedeció, se acercó a ella e intentó besarla.

-¡Andate! ¡Andate!- volvió a decirle ella justo cuando sus dedos habían tocado sus labios.

-Yo te amo. - le dijo él con las lágrimas recorriendo sus propias mejillas, sin darse por vencido.

-No lo hagas, no lo merezco.- le respondió ella arrugando sus labios mientras alzaba la sabana de nuevo para ocultarse.

-Quien te dijo esa mentira, el único que no te merece soy yo. Pero te sigo amando como el primer día.- le dijo acariciando su piel, para por fin lograr dar con sus labios.

Fue un beso profundo, uno que llevaba meses necesitando, uno que ella le regaló. Pero cuando él comenzó a sentir que lo había logrado, un sabor a despedida lo asaltó.

Ella colocó sus manos sobre sus mejillas y con delicadeza comenzó a apartarlo.

-Fue hermoso haberte amado.- le dijo bajando un poco el tono y él abrió sus ojos con desesperación.

-Fue hermoso, pero ya no puede ser.- Agregó y antes de que él pudiera contestar se levantó para huir.

Willy la observó salir de la habitación con el corazón en su mano. Creyó que podría morirse en ese momento, sintió el final, demasiado doloroso, demasiado cruel, demasiado real.

Secó sus lágrimas y caminó hasta la ventana sintiendo que no había nada más por hacer, pero antes de salir una hoja sobre el escritorio llamó su atención.

Si  todo se terminara mañana,

Si mi voz dejara de sonar,

Si mis labios dejaran de besar,

Solo haber sido tuya, volvería mi vida real.

Si mi piel no pudiera respirar,

Si mi boca no pudiera hablar

Incluso con mis ojos incapaces de adorar,

Solo haber sido tuya, volvería mi vida real.

Porque solo el que ama y es amado tiene dicha

Solo el que reza por un encuentro más,

El que sufre para no olvidar

Puede decir que su vida fue real.

Ya no soy yo, ya no puedo ser tu amor

Pero no me olvides, por favor

no, a este tonto corazón

Que solo sabe latir por vos.

Afrodita.

Willy tomó el papel y lo guardó en su pantalón, las lágrimas continuaban nublando sus ojos pero una ligera mueca intentó devolverle la esperanza.

Atravesó la ventana y caminó con determinación, recordando el último beso, uno que persistía en sus labios como la humedad luego de la una enorme tormenta.

Se alejó lo suficiente como para poder pensar con claridad, recordó su rostro y quiso llorar, pero entonces volvió a leer el poema y supo que debía esperar. No importaba cuantos días, cuantos meses, cuantas veces lo tendría que intentar, un amor como ese no se podía dejar atrás.

No iba a darse por vencido, no la iba a abandonar y convencido de que su tiempo iba a llegar, tomó su teléfono y comenzó a teclear:

-Hola, Afrodita.- escribió, por primera vez para no detenerse más.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora