Hola, Afrodita. Ya preparé tu comida favorita, te espero a las nueve en casa.
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Desde aquella noche, la más oscura para la ciudad de Barcelona, que había sufrido el apagón más largo de su historia, nada había sido igual. Era irónico como la oscuridad había logrado traer tanta luz a lo que ambos sentían.
Luego de aquel primer encuentro, Willy la había alzado en sus brazos para llevarla hasta uno de los sillones del amplio living. La había recostado allí, para luego cubrirla con una delicada manta que había estado enrollada en un canasto cercano durante todos los años que él llevaba viviendo allí.
La había comprado exclusivamente con ese fin y había esperado pacientemente hasta ese día, sin atreverse a moverla. Incluso en las frías noches de invierno, en las que sus pies helados lo habían suplicado, la había tomado, ninguna tentación era lo suficientemente fuerte como para perderse ese mismo momento. Ese que ahora, por fin, podía disfrutar.
Se había acomodado a su lado para invitarla a colocar su cabeza sobre su pecho. La había sentido respirar sobre su torso desnudo mientras impartía ligeras caricias en su pecho.
-¿En verdad crees que esto puede funcionar?- le había preguntado Bianca una vez que había logrado recuperar su voz.
-Claro que lo creo. Estoy completamente convencido de que funcionará.- respondió él buscando su mirada con insistencia.
Ella había alzado su cabeza para enfrentarlo y la amenaza de nuevas lágrimas habían empañado sus ojos.-¿Qué es lo que te da tanto miedo?- preguntó mientras ella volvía a recostarse sobre su pecho, al parecer hablar sin mirarlo le ofrecía más seguridad.
-Una cosa es estar acá, a oscuras, sin ojos que se mueven entre la curiosidad y el rechazo y otra es...- dijo tragando saliva.
-No necesito de luz, crecí en un mundo borroso, sabes que sin mis anteojos no puedo ver.- dijo él en tono divertido.
Ella sonrió con sus labios aún apretados, mientras secaba sus lágrimas.
-Doy fe de eso.- le respondió divertida mientras volvía a mirarlo para pasar sus dedos por el borde de sus ojos sin lentes que la observaban como si se tratara de una obra de arte. Tenía su mejilla lesionada sobre su pecho y él solo podía ver la parte sana de su rostro, entonces ella imaginó que regresaban el tiempo. Que estaban sobre el sillón de su antiguo departamento, luego de una larga gira en la que lo había extrañado, que habían hecho el amor hasta el cansancio y ahora solo quedaba descansar uno sobre otro, sin necesidad de vestirse.
Su mirada estaba intacta, le había dicho que lo seguía amando y recién en ese momento parecía confirmar que era cierto.
-No necesito más que esto, Afrodita.- le dijo él acariciando su mejilla con dulzura.
-Pero no es justo.- le respondió ella, volviendo a girar.
-¿Qué lo es? ¿Acaso es justo lo que te pasó? ¿Es justo que nosotros hayamos dejado de tocar? ¿Es justo que hayamos estado casi tres años separados? ¿Que sientas que debes ocultarte cuando para mi seguís siendo igual o más hermosa?- le preguntó recorriendo su cuerpo sobre la manta con su mano.
Bianca volvió a llorar, ya no quería hacerlo pero no podía evitarlo, todo lo que decía era injusto a sus ojos, pero no sabía cómo cambiarlo.
-No llores, mi amor. No lloremos más.- le dijo él girando su rostro para verlo completo desde arriba.
-Yo te amo ¿Vos no?- le preguntó acariciando su rostro de ambos lados.
Ella se incorporó y volvió a besarlo con tanto ímpetu que rápidamente terminó sentada sobre él. Él la atrapó entre sus brazos y la manta que tanto había anhelado cayó al piso perdiendo todo su valor.
Como si regresara a ese departamento de Buenos Aires, ella cerró sus ojos y se imaginó que volvía a ser esa joven, entusiasta, alegre, enamorada. Lo besó hasta el cansancio. Besó sus labios, sus mejillas, su cuello. Besó su pecho, sus tatuajes, sus manos. Besó sus brazos, su abdomen, su cuerpo entero como si no existiera nada más.
Le dio placer inagotable, con su boca, con sus manos, con toda su piel. Reptó por su cuerpo, mientras él solo podía luchar contra sus ojos, que suplicaban cerrarse para contener el placer, pero no quería perderse de ella. Necesitaba confirmar que no lo estaba soñando, que no era otro recuerdo incisivo que lo lastimaba.
Era ella, como antes, como si el tiempo no hubiera pasado, como cuando quería demostrarle que había aprendido de él cómo hacerlo, como cuando tomaba el control para hacerlo delirar y lo estaba logrando.
Era ella moviéndose sobre su enorme excitación, dejándolo entrar y salir una y otra vez con una lentitud torturante que exigía más. Era ella inclinando su cabeza hacia atrás y galopando exultante, buscando todo, entregándolo todo.
Era ella llevándolo a la cima justo cuando la luz hacía su presencia y lo que adivinaba entre sombras era aún mejor bajo la claridad.
Entonces había abierto sus ojos y aunque los mismos reflejaban necesidad de huída, sus labios ganaron la partida.
-Claro que te amo, nunca dejé de hacerlo.- le había dicho para luego abrazarlo y volver a cubrirlo con una manta que en adelante sería su fiel compañera de tardes y noches de sexo que ansiaban recuperar.
No habían vuelto a hablar de lo que ella podía ofrecer, no había sido necesario. Eran ellos dos, en su hermosa casa o un su pequeño piso de la Carrer del Roser. De día o de noche, con lluvia o con sol. Amándose o descansando. Eran ellos dos y al parecer, eso era suficiente.
Se habían confesado sus miedos, sus sueños, su amor, se habían aceptado como eran, como estaban en ese momento, con lo que podían ofrecer.
Habían soñado una vida juntos y comenzaban a creer que podrían alcanzarla.
-Llevo postre.- respondió Bianca mientras pasaba frente a una pastelería que le encantaba.
Entonces él sonrió feliz, pero ella volvió a mirar su teléfono y el temor volvió a asaltarla.
Una noticia inesperada le anunciaba que lo que habían logrado, ya no sería suficiente.
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¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)
RomanceBianca acaba de perder su empleo. Gracias a la flamante inteligencia artificial, sus servicios como traductora no serán más bienvenidos y con ellos su conveniente trabajo desde su casa. Viéndose forzada a enfrentar el mundo real luego de que un acci...