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10 años antes

Las hojas pintaban el suelo de los ocres más opacos, crujiendo con cada paso para advertir la presencia de cada nuevo transeúnte que las pisaba sin dar lugar a la posibilidad de ocultarse. Willy, lo había intentado inútilmente todo el otoño y ya no perdía tiempo en ello.

Acomodó sus gafas gruesas con sus dedos temblorosos mientras sostenía su mochila con disimulo. Llevaba el cabello prolijo con un corte que su madre insistía en apreciar y su buzo demasiado grande, para que durara un año más. Odiaba ese momento del día, sabía lo que iba a ocurrir y aunque había hecho todo lo posible por evitarlo, irremediablemente se repetía con los días, con los años.

Era una forma perversa que tenía el destino de demostrar cuál era su lugar, lo que podía esperar de su paso por el colegio, lo que les reservaba la vida a los cobardes como él.

Entonces en una forma calcada al día anterior, ni bien atravesó la puerta del edificio, un golpe en su espalda le anunció lo que ya sabía, lo que temía, no por sorpresivo, sino, por cotidiano.

-¿A ver qué comemos hoy?- dijo Chapa, el más alto del grupo de compañeros que disfrutaban de molestar a los que no pertenecieran al él.

-Uh.. Mamá preparó lasaña...- agregó con esa voz irritante que Willy tanto odiaba.

Ni siquiera quiso mirarlo, sabía que llevaba su remera fuera del pantalón, esos granos rojizos en sus mejillas y sus dientes amarillos, posiblemente por falta de higiene diaria. Ni siquiera le importaba, era un ser despreciable tuviera dientes blancos o amarillos.

Willy les entregó su almuerzo sin resistencia, había intentado luchar antes pero el resultado había sido peor.

-¿Qué pasa "cuatro ojos" acaso papá no te enseñó a pelear?- le dijo Nico, otro de los adolescentes mientras volvía a empujarlo con más fuerza.

Willy tampoco reaccionó, contuvo la furia que invadía su cuerpo y la guardó junto a la nostalgia de no contar con su padre desde hacía demasiado tiempo.

No quiso quitar sus ojos del suelo, sabía que vendría un golpe y no se molestó en esquivarlo, no encontraba el sentido.

Chapa fue el primero en embestirlo, un codazo en su abdomen que casi le quitó todo el aire, y luego Nico se encargó de colocar su pie en el lugar estratégicamente diseñado para que cayera al suelo y con él sus anteojos que se deslizaron por el piso hasta el otro lado del pasillo.

Willy alzó su vista mientras los jóvenes lo rodeaban para pegarle patadas disimuladas, nadie respondía. Era como si aquello se hubiera naturalizado de tal modo que ni siquiera los recién llegados advirtieran que estaba mal.

Willy veía pies caminar por su lado, oía las burlas en medio de un murmullo constante cada vez más difícil de soportar. El dolor que sentía en su cuerpo no se asemejaba al que llevaba tatuado en su alma, se sentía pequeño, cobarde, preso de falta de iniciativa para combatir lo que le estaba pasando.

No había hablado con su familia, no quería molestarla, era hijo único, la perdición de su madre, que se había quedado sola demasiado joven, el único beneficiario de lo que obtenía con sus largas horas de trabajo. No podía quebrar la burbuja en la que lo tenía, no quería decepcionarla. Por eso solo podía aguantar, solo le quedaban dos años, dos años para terminar el colegio, dos años no sonaban tan mal.

Alzó su vista borrosa y el verdadero motivo de su resistencia apareció ante sus ojos.

Primero fueron sus pies moviéndose como si flotaran sobre esas zapatillas acordonadas del color de moda, luego sus piernas con aquel uniforme de educación física que sólo en ella podía lucir tan sexy y su campera desabrochada para revelar su figura. Llevaba el cabello largo moviéndose con cada paso, en combinación con sus ojos enormes y hermosos sonriendo junto con sus labios.

Esa mañana los golpes continuaban lastimando su cuerpo, pero ella pareció verlo y todo fue diferente.

Sus anteojos polvorientos chocaron con sus pies y ella se movió como si fuera en cámara lenta a los ojos de Willy, que lejos de gesticular dolor comenzaba a curvar sus labios al ritmo de aquel cuerpo irresistible agachándose para recogerlos.

Entonces hubo un cruce de miradas, uno sutil y breve, pero que le regaló a Willy la energía necesaria para ponerse pie de nuevo.

Nunca supo si fue la sorpresa de su reacción o  la intervención de Bianca, pero el resultado fue satisfactorio. Los cuatro adolescentes dejaron de golpearlo, entre risas nerviosas y miradas esquivas.

-No sabía que todavía quedaban bullys, es tan demodé.- dijo Bianca mirándolos con desagrado mientras estiraba su brazo con las gafas atrapadas entre sus dedos delicados y sus uñas de color rosa chicle.

Las risas nerviosas se quedaron cortas, las onomatopeyas no lograban formar una frase y Willy lejos de disfrutar de aquella actitud que confirmaba la cobardía de jóvenes que atacan en grupo sin razón, se animó a ofrecerle su mano por primera vez.

-Son mios, gracias.- le dijo con un tono que nunca antes se había animado a utilizar.

-De nada, a lo mejor necesitas limpiarlos, pero no se rompieron.- le respondió ella con esa sonrisa que no olvidaría en adelante.

Para Willy el mundo había dejado de girar en ese instante, sólo había podido ver esos ojos transparentes y dulces que por fin lo habían notado y como si se tratara de la medicina más efectiva a la hora de reanimar muertos en vida, le había sido suficiente para abandonar su triste papel.

En ese momento creyó que era capaz de lo que se propusiera, que no tenía que dejar que nadie lo tratara mal, que tenía tanto derecho como ellos de acudir a ese colegio, de disfrutarlo, de seguir sus sueños y sobre todo, se creyó capaz de ser feliz.

Y aunque ella nunca lo supo, nunca más volvió a cruzar una mirada, mucho menos a hablarle, para él, aquel encuentro había clavado un punto al que no deseaba regresar.

Y aunque no fue nada fácil salir de ese lugar, con el tiempo pudo hacerlo, porque lo primero que se necesita para levantarse es una mano amiga que te ayude y esos ojos, esa mirada, ese gesto de enfrentar a los que parecían invencibles por él, le habían demostrado que era posible.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora