18

21 2 0
                                    


Con la precaución de los que saben lo que está en juego, Willy deslizó su mano hasta la de ella, esa que aún tenía la piel sana, suave y empapada. Entrelazó sus dedos y la miró a través de sus gafas empañadas para invitarla a seguirlo. Ella lo miró con el corazón a punto de quebrar sus costillas, sentía un deseo irrefrenable que parecía haberle ganado la pulseada al temor.

Bajó su mentón al mismo tiempo que sus párpados, en una volcada que supo convertirse en un sí. Quería acompañarlo, quería darle en control, aunque en el fondo no estaba segura de poder lograrlo, decidió intentarlo de todos modos.

Willy comenzó a caminar hacia la entrada, primero hacia atrás, como si no quisiera perderla de vista, pero la lluvia había formado charcos en el camino y no tuvo más remedio que voltear. Colocó por fin esa llave que abría la puerta, una que segundos antes parecía la entrada a la desolación y de repente se había convertido en el prólogo de una historia que merecía otro final. Conteniendo la emoción de aquella idea dio los primeros pasos hacia el interior y en un gesto instintivo encendió una luz que, desde ya, no se dignó a iluminar, pues la energía se había interrumpido a causa de la tormenta que continuaba instalada en aquel cielo oscuro.

Entonces una escueta sonrisa asomó a sus labios, al parecer, por primera vez, el destino parecía estar de su lado, pensó con algo parecido al agradecimiento en sus ojos.

Bianca lo seguía sin hablar, había tomado el puño de su buzo para cubrir su mano herida y la capucha de la prenda goteaba a borbotones dejando un rastro transparente a su paso.

Willy se sacó su chaqueta y continuó con el resto de la ropa, la penumbra oficiaba de cómplice de su prehistórica timidez. Siempre le había costado mostrarse, el pasado como blanco de bromas en la infancia había colaborado con aquella sensación de que nunca iba a estar bien, pero ella lo había alentado, lo había rescatado de su propia vergüenza, le había regalado miradas de deseo y caricias de anhelo. Lo había hecho sentir digno de su amor, de su pasión, de su mirada y ahora sentía que era su turno de devolverselo.

Se expuso desnudo, con el corazón palpitando y la excitación, no solo en su mirada. Ella lo miró sonriendo, comprendía perfectamente lo que quería hacer y lo encontraba hermoso. Como si no existiera otra opción alzó sus brazos al mismo tiempo que apretaba sus ojos con fuerza. Él no lo dudó.

Tomó el borde inferior de la prenda empapada y helada para alzarla hasta el final. Su cuerpo imperfecto, se mostró casi temblando mientras sus ojos continuaban presionando sus párpados para no ver.

Willy la observó con detenimiento, sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y la imagen lejos de ser imperfecta se volvió tan real que solo pudo sentirse hermosa.

No la tocó, no perdió tiempo en ese paso, se arrodilló en el suelo con desesperación y acercó su boca a su abdomen depositando dulces y cortos besos sobre su piel. Parecía acariciarla con sus labios, era tan sutil que ella logró quedarse imnóvil.

-Mirame.- le pidió con esa voz demandante que lejos de sonar como una orden, era una invitación.

-Miranos.- volvió a decir y ella se animó a hacerlo.

Lo miraba desde arriba, con su pelo aun cubriendo su rostro y una tímida sonrisa asomando en sus labios.

Willy la imitó y continuó con su labor colocando ahora sus manos sobre sus glúteos para acercarla aún más. Besaba su abdomen, su ombligo, su bajo vientre en el límite del placer. Ella lo miraba y su confianza comenzaba a acrecentarse. Colocó sus manos sobre su cabello y él suspiró manifestando su gozo, en un gesto que la llevó a enterrar sus dedos aún más mientras inspiraba aquel aroma que tanto le gustaba.

La besaba con pausa, mientras sus manos expresan ese deseo cautivo durante tantos años, la acariciaba con prisa, buscando deshacerse de las últimas prendas que quedaban en pie.

No habían llegado ni a la sala y ya estaban unidos, desnudos, con un deseo voraz reclamando más.

Willy encontró la humedad que anticipaba y acercó su boca a ese punto incandescente que obligó a sus manos a aumentar la fuerza suplicando por más. Él la tomó con sus labios, disfrutando de ese temblor imperceptible que sufría su cuerpo, uno que recordaba y estaba dispuesto a recuperar.

La besaba, la acercaba, la estimulaba.

Ella se arqueó involuntariamente, como si su cuerpo se hubiera disociado de sus pensamientos oscuros y solo quisiera ser libre. Los gemidos manifestaron el placer cada vez con mayor volumen y menos vergüenza. Sus ojos lo observaban en la escena más erótica que jamás hubiera imaginado, Su cabello se movía mientras sus manos no le daban respiro y la marea subió tan repentina como exquisita.

El supo que lo había logrado con tan solo oír su respiración, pero lejos de darlo por finalizado, solo quiso más y más.

Se puso de pie lentamente, dejando un reguero de besos a su paso, sobre su vientre, sus pechos, su cuello y cuando por fin sus rostros estuvieron frente a frente ella alzó su mano y colocó su cabello detrás de su oreja, descubriendo su rostro por completo.

Él la miró sin perder la sonrisa, recorrió el contorno con la punta de sus dedos y la sintió temblar aún más, sus ojos se habían empañado y sus labios temblaban, pero él continuaba sonriendo. Necesitaba que sintiera lo que sentía, que descubriera lo que veía al verla, que para él, nada había cambiado.

Acercó sus labios y la besó, primero con pausa, pero como si fueran arenas movedizas ya no pudo alejarse. Se apoderó de su cintura y la alzó para sentarla sobre el mueble de aquel recibidor, se acomodó entre sus piernas y el deseo palpitante guiado por sus instintos lo sumió sin resquemor.

Ella se aferró a su espalda mientras cada embestida la movía con mayor fuerza, con mayor intensidad borrando sus dudas, secando sus lágrimas, convirtiendo los años de espera en segundos de pasión imposibles de olvidar.

Un beso, una embestida, una caricia, una embestida, un rasguño, un pellizco, un dolor y, por supuesto, un amor.

Y, entonces, un abrazo final envolviendolos, en un nuevo encuentro con sabor a primera vez, primera vez de una nueva forma de amar, una entera, una real, una casi inmortal. 

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora