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3 años antes

El primer reconocimiento internacional de la banda había llegado, estaban invitados a recibir un premio en los mismísimos Latin American Grammys. Ni ellos lo podían creer y sus amigos y familiares manifestaban su alegría en sus rostros felices, sus comentarios a quien quiera que veían y sus mensajes de un orgullo que en verdad merecían.

Era una buena banda, una de rock puro, de letras sentidas y melodías inolvidables. Eran jóvenes entusiastas y responsables, guiados por Albert, un manager algo mayor que intentaba protegerlos de los excesos que habían llegado junto con la fama desbordante.

No era fácil.

Roy había sido el primero en ser prácticamente abducido por aquel mundo. Era el más atractivo de los cuatro, el que exponía su rostro en cada concierto, el que necesitaba de su voz intacta para llegar a los agudos de algunos temas.

Era convocante. Atraía a jóvenes y a periodistas por igual, lo buscaban incansablemente, con una sed de inagotables de primicias e intimidades. Había sido fotografiado con modelos, con actrices y con mujeres de toda profesión. Disfrutaba de su nueva vida y no había sido extraño que alcanzado el punto en el que todo lo que soñaba parecía haber sido alcanzado, quisiera experimentar con más.

Pato por su parte parecía haber buscado algo de estabilidad, pasaba sus días junto a una joven que lo adoraba noche y día, había sido su fan desde que la banda había comenzado a tocar y no se despegaba de él ni un instante. Candelaria, en los inicios de los veintes, estaba perdidamente enamorada de él, y aunque él no parecía sentirse igual, la respetaba y parecía necesitar su presencia para mantenerse con los pies en la tierra. 

Fede era más enigmático, le gustaba mantener sus conquistas en secreto, pasaba largas horas junto a Albert, compartiendo algunas bebidas, fumando o simplemente conversando de lo que la vida les ofreciera. La fama no parecía pesarle, disfrutaba de adquirir excentricidades con el dinero que ganaba y nunca se quejaba de nada.

Y luego estaba Willy. Tan tímido en la vida real, como audaz sobre el escenario. Se movía con soltura, incluso con sus gafas necesarias para lograr buena visión, había superado el momento en el que ser invisible le dolía, ese en el que las bromas de contemporáneos le afectaban hasta largas horas de la madrugada, había cruzado el umbral de la importancia de la mirada ajena, cuando había descubierto que la única que le importaba estaba aún allí.

Bianca había hecho todo lo que estaba a su alcance para acompañarlo siempre aunque insistía en disimular su relación delante de los demás, temía que si los descubrían, todo fuera a cambiar. Willy estaba seguro de que estaba equivocada, conocía muy bien a Pato y sabía que lo que más le importaba en la vida era la felicidad de su familia y a juzgar por la sonrisa instalada en el rostro de su hermana menor, no había momento de la vida en el que se hubiera sentido tan feliz como en el presente.

Los cuatro músicos regresaban en un vuelo privado desde Nueva York, Albert los acompañaba, sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono, tenía tantos compromisos por responder que aprovechaba el viaje para continuar trabajando. Los músicos dormían plácidamente, luego de una ajetreada noche de agasajo por lo obtenido, pero Willy no podía hacerlo. Tenía la mano en su bolsillo derecho, acariciaba la caja de terciopelo con una mezcla de esperanza e incertidumbre. No por haberla comprado, estaba seguro de lo que deseaba, pero temía apresurarse, no quería que Bianca sintiera que era demasiado pronto, temía alejarla con su declaración, aunque en su corazón sabía que deseaba pasar el resto de su vida con ella.

Observaba el cielo a través de la ventana de aquel avión, a través de sus gafas gruesas y el reflejo en el vidrio no lograba convencerlo. Aún le parecía increíble que alguien como ella lo hubiera elegido. Se sentía pequeño a su lado, opaco al lado de su luz.

Ella era dueña de una belleza única, una que sabía lucir sin presumir, con una delicada forma de revelar lo justo. Y en la intimidad... allí todo adquiere un nuevo color. Llevaban casi un año juntos, uno que había comenzado con ella dejándolo actuar. Se había entregado a él con una confianza que le había dado tanta responsabilidad que se había esmerado en hacerlo bien.

La había explorado, la había hecho vibrar, la había llevado a cumplir sus más antiguas fantasías y cuando creía que no podría ser mejor, ella había comenzado a tomar el control, con sutileza al principio, pero con devoción más tarde, le había demostrado que había aprendido bien, que ahora quería ser ella quien lo guiará, quería intentarlo todo, quería hacerlo sentir cuánto lo deseaba, cuanto lo amaba.

Se habían complementado de una forma casi perfecta, donde uno y otro podían ser demandantes y obedientes, sin importar qué rol les tocaba interpretar. Eso era lo más hermoso de estar juntos, la sensación de que nada de lo que intentaran podría estar mal, la sensación de que solo deseaban que el otro fuera feliz.

La comprensión, la paciencia, la espera. Y luego, la desesperación, la pasión desataba para no querer volver atrás, la idea de que juntos eran invencibles.

Por eso había comprado el anillo, había elegido uno hermoso como ella, uno que encerraba sus deseos de permanecer a su lado para siempre. De que una vida juntos aunque fueran tan jóvenes solo podía ser maravillosa.

Volvió a apretar la caja con ímpetu, necesitaba creer que había sido correcto su arrebato, necesitaba convencerse de que ella diría que sí, aunque ni siquiera hubiera querido sacar su relación de la clandestinidad a la que estaba confinada, por el silencio.

Necesitaba que ella lo viera como él lo veía, como un acto de amor, como una apuesta a un futuro en compañía del amor verdadero, como una decisión acertada, incluso si no fuera a durar.

Porque él entendía que la vida había que vivirla como si todo fuera a terminar mañana. Porque así había encarado el proyecto de esa banda que hoy era su vida entera. Porque si se hubiera quedado como el niño foco de bromas del pasado, nunca habría logrado lo que hoy tenía: Un grupo de amigos de verdad, una profesión que disfrutaba y un amor que hacía que el camino recorrido valiera la pena.

-Bien, muchachos, escúchenme un momento.- dijo Albert despertando a todos, ya sea de su sueño profundo o de sus pensamientos.

-Acabo de cerrar 3 fechas en el estadio más grande de Buenos Aires. Así que no bajen las energías, que luego de eso, llegan unas merecidisimas vacaciones.- les anunció feliz de lo que estos jóvenes en los que había descubierto un talento especial, habían logrado.

Los festejos llegaron en forma de sonrisa, gritos y palmadas. Entonces Willy soltó la caja de su bolsillo y se unió a sus amigos. Solo quedaban tres fechas para dar aquel paso, si la había esperado durante toda su adolescencia, podía esperarla un poco más, pensó sumergido en la atmósfera de euforia que conseguían juntos.

Aunque, desde ya, no tenía idea, que solo tres fechas iban a convertirse en toda una vida.

¿Qué ves cuando me ves? (Libro 2 de la saga del Rock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora