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- Carlos...

- Hablaremos de esto después.- Dijo el español amenazándome con el dedo antes de irse de la entrada del departamento.

Cerré la puerta girándome lentamente con Max frente a mí igual de sorprendido que yo, pues seguía con sus ojos puestos en la puerta sin emitir ningún sonido o palabra.

- ¿En serio tenías que salir?- Rompí el silencio, haciéndolo reaccionar.- ¿No podías por lo menos cambiarte antes?

- No es mi culpa, cómo iba a saber que Carlos estaba afuera. Además ayer dejé mi ropa aquí tirada, igual tenía que venir por ella.

Dirigí mi vista hasta la ropa a la cual se refería, misma que estaba en el suelo de la sala. Caminé hacia ella tomándola rápidamente y arrojándosela directamente a su pecho.- Solo espero que Carlos no la haya visto, ya fue suficiente con verte a ti...- Le di un vistazo de arriba a abajo recordando lo de hace rato.- Así.

- Mejor voy a cambiarme.

Asentí frustrado caminando a la cocina y cuando terminé de abotonarme la camisa busqué unas cuantas fresas para poder cortarlas en dos partes, lo mismo con unos arándanos azules que tanto me gustaban y lo que no podía faltar, frambuesas.

Tras unos minutos Max volvió ya cambiando, aún con el cabello ligeramente húmedo. Se detuvo por un lado de mí, observando tranquilamente lo que hacía y tomando un trocito de fresa, llevándoselo a la boca.

- Oye, deja de hurtar la fruta.- Dije alejando el plato, escuchando un quejido de su parte. Aquello me había parecido sumamente adorable, me odiaba por eso pero no le quitaba que lo fuera.- Sí voy a darte, solo que vas a comerte todo antes de que termine de cortar.

Seguí con mi trabajo de antes, todavía con Max a un lado sintiendo la presión por su parte de terminar con aquello. Seguramente se estaría muriendo de hambre y el casi imperceptible puchero que se formó en sus labios me lo confirmó.

- Ugh, está bien.- Tomé otro pedacito, ahora de frambuesa y la acerqué a él. Este, sin pensarlo dos veces, mordió un poco llevándosela a la boca, incluso pude notar su rostro enternecido por dicha acción.

- No puedo creer que Charles Leclerc me haya dado de comer.

- ¿Por qué siempre arruinas todo?- Mordí una fresa y me llevé el plato conmigo con las manos un poco temblorosas. Me estaba poniendo nervioso y había que buscar cualquier excusa para mantenerlo lejos de mí hasta que pudiera analizar el efecto que estaba teniendo Max con lo que decía.

- ¿A dónde llevas eso?- Preguntó siguiéndome.

- Conmigo, en realidad era para ti pero ya me caíste mal de nuevo.

- No puedes cambiar de opinión así como así.

- Sí, sí puedo.- Respondí dándole la espalda y sentándome en la bonita alfombra que había debajo de una mesa de centro. Dejé el plato ahí, sonriendo por ver a Max imitando mi posición, decidido a seguir comiendo y lo observé tomando los pequeños arándanos, feliz de haber logrado su cometido.

Después de todo su rivalidad conmigo no se iría tan fácil, así fuese una simple tontería, un juego entre nosotros.

- Charlie, ya debo de irme.- Dijo Max luego de un rato probando de lo que le había dado.

- ¿De verdad?- Tal vez el tono que usé fue el incorrecto, tanto que sonaba triste. Y por supuesto, el ego de Max lo había notado. Pero es que muy en el fondo estaba bastante cómodo con él y no me molestaría tenerlo más tiempo.

¿Amigos? | Lestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora