༺ CAPÍTULO 25. IÑIGO ARANGO ༻

13 1 0
                                    

Para él, todo comenzó en el año 2009 cuando motivado por la frustración, en un impulso incontrolable, encendió su computadora y entró directo a una sala de chat, algo tan común en ese tiempo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Para él, todo comenzó en el año 2009 cuando motivado por la frustración, en un impulso incontrolable, encendió su computadora y entró directo a una sala de chat, algo tan común en ese tiempo. Estar sentado frente al escritorio en su habitación y lejos de los ojos vigilantes de su madre sobreprotectora, era toda la libertad que el muchacho necesitaba.

Esa noche, vencido por el insomnio y después de dar vueltas por Internet durante un buen rato, Iñigo encontró algo que podría mejorar su vida: un confidente. Ambos conocidos estuvieron chateando por meses, sentando las bases de una incipiente amistad que poco a poco se fue convirtiendo en otra cosa. A través del teclado se contaron todo. De esta manera, Iñigo descubrió que el chico vivía en Buenos Aires y que estudiaba violín en una academia. Los dos amantes virtuales tenían edades parecidas y sufrían de la misma agobiante rutina que buscaba la excelencia musical. Y sin más inconveniente que su sofocante mamá, trazó el curso de su aventura, teniendo solo como excusa su impulsividad amorosa.

Existen individuos que abren sus corazones ante la menor señal de atención. Para ellos, una precipitada implicación emocional se siente tan verdadera que no dudan de lo que tienen delante de sus ojos. Según Jones, profesor de personalidad y psicología social en la Universidad de Nevada, describió a este comportamiento como «Emoofilia» en uno de sus libros. En palabras más simples, consiste en enamorarse demasiado rápido de alguien que apenas se conoce. La celeridad para estas personas es una mera cuestión que carece de sospecha, poniendo automáticamente en riesgo sus emociones. Se vuelven tan vulnerables que son presa fácil para cualquier monstruo. Piensan que se sumergen en relaciones idílicas, pero la verdad del asunto es que se están ahogando dentro de ellas, incapaces de emerger a la superficie.

Iñigo era alto en emoofilia, es por ello que elaboró un plan de escape desde Bogotá, contactándose antes que nada con un antiguo profesor de música que residía en la capital porteña. Su madre, al ver que su hijo podía brillar aún más lejos de su compañía, no dudó en enviarlo con prontitud a Buenos aires. El chico vivió durante meses en el departamento del hombre a la espera de encontrarse con su crush cibernético: el bonaerense que le había robado el corazón con dulces palabras.

Sin embargo, la dura realidad siempre termina por superar a la ficción, porque en cuanto Iñigo se abalanzó sobre él, buscando una relación más formal, el porteño reculó de inmediato, asustado por los sentimientos tan intensos que el bogotano le demostraba. De esta manera, Iñigo acabó hecho añicos por su primer monstruo, uno que lo engatusó con palabras de amor pero que al final de cuentas lo terminó por desechar sin ningún derecho a réplica.

Determinado a aplacar su desdicha y persiguiendo con firmeza su propósito, el chico pronto se uniría a una orquesta juvenil en Buenos Aires después de una espectacular audición que dejó boquiabiertos a todos los asistentes por su destreza con el violonchelo. Una vez aceptado, lo siguiente en su lista era cambiar de entorno, pues si lo hacía, tal vez su corazón roto le dejaría de doler.

#UglyHeart. Las Reglas del MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora