Una vez que en Buenos Aires termina el otoño y comienza el invierno, no hay estufa ni frazada que puedan ayudar a calmar en algo, el duro frío que se avecina. Y en el año 2010, las temperaturas estaban a punto de sufrir un amplio descenso producto de las inclemencias climáticas que pusieron de cabeza, no solo a la capital, sino también, a gran parte del país.
Los segundos parciales se nos venían encima, y con certeza, las malas noticias también estaban por llegar.
Una de las grandes injusticias que a todos en cierto momento nos ha tocado presenciar, es ver como algunos individuos a nuestro alrededor, desertan de sus sueños por la falta de recursos, aumentando aún más la brecha social que divide a las personas privilegiadas —que andan por ahí desperdiciando oportunidades— de las menos afortunadas —que tan presto comienzan a soñar, son obligadas a enfrentarse de lleno a una cruda realidad—.
De esta manera, después de la partida de Mario y Johanna, llegó la hora de despedir a Víctor, compañero de aula que trataba de abrirse paso en una vida desprovista de recursos económicos, y que además, fue uno de los primeros que conocí en Buenos Aires.
Como toda desoladora historia, sus carencias pudieron más que sus ganas de avanzar. Todo se debió a las actitudes de su padre argentino que, por ese entonces, no estuvo a la altura de sus obligaciones parentales, y a pesar de que Víctor, soportó hasta el final las diversas humillaciones a las que lo sometió, nunca logró estar a la altura de sus demás hermanastros argentinos.
El único buen trato lleno de amor que recibió el chileno, durante toda su estadía en la casa de su progenitor, fue un sillón para dormir y un trabajo a medio tiempo en un taller mecánico.
Cuando el chico se despidió, yo tenía tantos sentimientos mezclados que, difícilmente sabría definir con precisión cuál era la emoción más intensa. Y a pesar de que traté de ayudarlo en la medida de lo posible, Víctor se encargó de rechazar todo tipo de ayuda, porque al final, su orgullo era lo único que le quedaba.
Sin embargo, las malas noticias no vienen solas y esta vez fue el turno de quien me había apoyado fervientemente en Buenos Aires, enseñándome la ciudad.
Luciana era de esas personas envueltas en un halo de misterio, que caen desde el cielo y aparecen en la ocasión indicada. Su despedida sería distinta, pues a pesar de que la muchacha dejaba en stand by sus estudios, nunca, durante todo el tiempo que permanecí en la capital porteña dejó de aparecer, y hasta el día de hoy, seguimos hablando. La razón del abandono universitario era sencilla: la chica no se sentía capaz en esos momentos de seguir porque necesitaba concentrar todas sus energías en mantenerse a flote, pero esta vez sola y sin la contención de su conflictiva familia.
El Jardín Botánico —llamado oficialmente Carlos Thays y declarado Monumento Nacional en 1996—, está ubicado en el barrio de Palermo. Y como era de esperarse, Luciana, esta vez eligió un lugar lleno de paz y tranquilidad para darme la mala noticia.
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#UglyHeart. Las Reglas del Monstruo
Teen FictionRaymundo acaba de llegar a una residencia bastante peculiar en donde enfrentará al monstruo que desea devorar su inmaculado corazón. Para ello, ha creado reglas que le ayudarán a no caer en las garras de esta enigmática criatura. ¿Logrará Ray domest...