༺ CAPÍTULO 37. NO SOY DE AQUÍ, NI SOY DE ALLÁ ༻

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Cruzar el charco, no debe ser fácil, y por lo mismo, Gonzalo tenía una mezcla de sentimientos encontrados

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Cruzar el charco, no debe ser fácil, y por lo mismo, Gonzalo tenía una mezcla de sentimientos encontrados. Por una parte, no era argentino, y por la otra, tampoco era chino, sino que estaba justo en medio de ambas culturas.

Incitado por un conocido que ya vivía en el país, su padre fue el primero en llegar a la Argentina, con el único propósito de tantear el terreno antes de animarse a trasladar al resto de su familia. Fueron años muy duros para Gonzalo en la China Continental, pues crecer sin la presencia de su progenitor, le provocó un permanente estado de melancolía.

Y como no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, un día llegó el tan esperado momento de emigrar a otro país. El muchacho —que en ese entonces tenía 14 años—, se tuvo que trasladar con su mamá desde Shanghái hasta Adrogué para reencontrarse con su padre y comenzar a contribuir en el nuevo negocio familiar.

El propósito de tener un pequeño almacén se debía, en primer lugar, a que no necesitaban dominar el español a la perfección para manejar bien el efectivo y, en segundo lugar, aquella flamante iniciativa les permitiría ahorrar un poco de dinero ante cualquier eventualidad futura. Y si bien trabajar demasiado puede parecer admirable, laborar sin tregua todos los días del año tiene sus desventajas, entre ellas, no saber disfrutar de los momentos de ocio, algo que, con el paso del tiempo, comenzaron a valorar.

Ambos padres eran médicos en su país, pero en cuanto llegaron, no pudieron ejercer su profesión, pues el título en Argentina no les servía de nada. No se sabe a ciencia cierta, cuál fue el real motivo del traslado, sin embargo, lo que el muchacho tenía claro era que la crisis económica y las grandes reformas estatales, tuvieron un fuerte impacto en la economía familiar, empobreciéndolos más de la cuenta.

Según el chico, existían dos clases de migrantes chinos: los de primera generación que eran nativos del Gigante Asiático que se instalaban en el país, y los de segunda generación, que nacían en Argentina y tenían padres chinos. Pero él, se sentía diferente a estas dos categorías, pues se autodefinía como de generación 1.5: no era ni de aquí, ni de allá.

El desplazamiento geográfico de la familia se planificó con años de antelación, conscientes del enorme reto que suponía adaptarse socialmente a un país completamente desconocido. Sabían que no podían darse el lujo de fallar con el idioma, por lo que era esencial que al menos uno de ellos lo hablara con fluidez. Con este objetivo en mente, cuando Gonzalo aún estaba en China, su mamá hizo un gran sacrificio para pagarle clases de español. De esta manera, una vez que el chico llegó al país de la albiceleste, pudo presentarse a los exámenes necesarios para ingresar al sistema educativo, lo cual facilitó su pronta integración.

En Adrogué, la pequeña familia de inmigrantes chinos, conocieron el tango de Gardel, el mate, a Maradona, la milonga, el fernet y a Facundo Cabral, pero lo mejor del cambio, fue que, después de tanto tiempo, sus padres volvieron a enamorarse cuando se reencontraron en un sistema social que les permitía los descansos y no les incentivaba la competencia.

#UglyHeart. Las Reglas del MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora