Nací y viví gran parte de mi vida en la costa de Chile, cerca de un pequeño pueblito del norte llamado Punta Ventisquero, situado sobre una pequeña península. La zona era famosa por su microclima único, lo que hacía que, incluso en verano, los turistas buscaran refugio en la localidad para escapar de las intensas temperaturas que afectaban a la región. Las nubes siempre se cernían en el cielo, el viento gélido arreciaba constantemente y la neblina persistente nunca nos abandonaba.
La casona Ciriaco se erigía sobre una meseta, rodeada por el vasto mar y grandes acantilados. Justo enfrente de nuestra morada familiar había una escalera de piedra que descendía directamente a una playa oculta entre las rocas. Desde mi cuarto, a todas horas se podía escuchar el romper de las olas y el canto de las gaviotas. Yo estaba hecho en base a sal de mar, y antes de dar mis primeros pasos, tuve que aprender a nadar en las frías corrientes del océano Pacífico.
Al venir al mundo, ya corría con desventaja, pues estaba destinado a sentir la ausencia de un padre que lamentablemente falleció en un accidente automovilístico mientras se dirigía a su trabajo, apenas tres meses antes de mi nacimiento. Frente la inmensa tristeza que la comenzó a invadir, mi afligida madre, tomó la decisión de llenar el vacío por la muerte de su esposo con la presencia y el apoyo de sus propios progenitores. De esta manera, mis abuelos no solo pasaron a cuidar de su hija sino que también se hicieron cargo de mí.
Por ese entonces, la mujer que me trajo al mundo estaba sumida en un profundo estado depresivo que la desconectó de la realidad por varios meses y que la llevó a rechazar todo lo que antes amaba. Sin embargo, con el transcurso de los años, gracias a un riguroso tratamiento psicológico y al amor incondicional de sus propios padres, logró sobreponerse. Pero no sin antes interiorizar que es posible seguir adelante incluso después de enfrentar una gran pérdida.
Dentro del círculo familiar, la carrera académica era tan importante como cualquier otra cosa. Y lo digo porque mi abuelo era un connotado médico psiquiatra, mi abuela era una psicóloga clínica de excelencia y mi madre era una notable etóloga que realizaba y colaboraba en diversos estudios a nivel nacional e internacional. De ella aprendí cosas interesantes, como que las gaviotas poseen una glándula salina, que las mobulas pueden alcanzar una altura de hasta dos metros fuera del agua, y que los pelícanos prefieren alimentarse durante las primeras horas de la mañana.
La segunda gran desventaja que experimenté en mi vida fue la ausencia de mi madre. Esto se debió a que mi abuela, al notar que no era feliz encerrada en cuatro paredes y temiendo que tuviera una recaída, la animó a retomar sus observaciones de campo para mantener su mente ocupada. La matriarca de la familia Ciriaco siempre supo que había criado a una mujer independiente y decidida, que nunca se dejaba limitar por nadie. Ya había pasado mucho tiempo sumida en su duelo y requería volver a lo que la hacía feliz: su trabajo.
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#UglyHeart. Las Reglas del Monstruo
Ficção AdolescenteRaymundo acaba de llegar a una residencia bastante peculiar en donde enfrentará al monstruo que desea devorar su inmaculado corazón. Para ello, ha creado reglas que le ayudarán a no caer en las garras de esta enigmática criatura. ¿Logrará Ray domest...