༺ CAPÍTULO 20. MÍMESIS ༻

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En la salita de estudio, marcaban las siete de la mañana y escuchaba a lo lejos la voz de Magnolia saludando a todos los que pasaban por la recepción

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En la salita de estudio, marcaban las siete de la mañana y escuchaba a lo lejos la voz de Magnolia saludando a todos los que pasaban por la recepción. En cuanto volvió el silencio, lo único que oía, era la voz de Emma terminando de contar la historia de su vida.

La chica ni siquiera podía mantenerse en la silla, estaba un poco sudorosa y aún tenía su respiración un tanto acelerada.

Mientras trataba de mantener la atención en ella, otra vez comencé a repetir el nombre de las hormonas y su función en mi mente:

«El páncreas secreta insulina y glucagón, que mantienen la concentración de la glucosa en sangre».

Yo también estaba inquieto, tratando de asimilar lo sucedido, en última instancia, no todos los días se viven situaciones de tal calibre. En ningún caso pensé en ser atacado, y es que, hasta el día de hoy, el origen de ese incidente es un poco confuso. Afortunadamente, luego de ejercer presión con un abrazo firme, la chica logró reducir su ansiedad, y volvió a tener conciencia de su cuerpo. Más calmada después de su ataque ansioso, y con algo de porfía, se sentó a disfrutar de un mate, a pesar de mis advertencias respecto al posible aumento de su frecuencia cardíaca. Todo pasó tan rápido, que ni Magnolia fue capaz de notar lo que ocurrió en la sala de estudio.

—Discúlpame por los puñetazos —dijo la chica con una voz temblorosa.

—Ya pasó...

—¿Te di muy fuerte? —preguntó enseguida.

—Ya te dije que no... —respondí. Un poco cansado frente a tanta insistencia.

—¿Cómo lograste que me tranquilizara tan rápido?

«Terapia de presión profunda», pensé, pero no me atreví a decirlo en voz alta porque no venía al caso.

Con un poco de ingenio, logré zafar de tan incómoda situación, haciendo que hablara de otras cosas para aturdirla. Emma necesitaba ayuda, era evidente. No tan solo se trataba de su abstinencia, sino que había algo más que la angustiaba...

—Te he estado observando... —empecé a decir; y entonces, abandonando mi rol comedido, me atreví a ser sincero con ella—. Tienes dos opciones: la primera es hablar con Magnolia y pedirle un cambio de habitación; y la segunda, es quedarte en el mismo espacio que «Las Gárgolas». Si no se lo dices, nada va a cambiar, y vas a tener que seguir deambulando durante la noche.

«¡Mierda! ¿Por qué lo tenía que mencionar?».

—¿Gárgolas? —La chica apenas pudo contener la risa.

—Viven muchas personas en este lugar, no puedo aprenderme todos los nombres, así que yo mismo les doy uno nuevo, sin que nadie sepa... hasta ahora... —repuse algo inquieto.

#UglyHeart. Las Reglas del MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora