༺ CAPÍTULO 19. EMMA TABORDA ༻

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Emma Taborda nació en una zona ubicada fuera de los límites urbanos en la Región Metropolitana, Chile

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Emma Taborda nació en una zona ubicada fuera de los límites urbanos en la Región Metropolitana, Chile. La vida nunca fue fácil para ella, porque incluso antes de nacer, el cruel destino ya se había encargado de jugarle una mala pasada al despojarla de una apabullante presencia paterna.

La niña siempre tuvo el interés de buscar explicaciones lógicas acerca de su concepción, más aún cuando el peso de las crecientes contradicciones de la mujer que le dio la vida, la seguían alejando de la verdad. Lo peor de todo, era que, a pesar de su constante insistencia y reproches en contra de su mamá, la chica solo recibía a cambio, un espeluznante silencio. Esta es la razón por la cual Emma, desde su infancia, se vio en la necesidad de aprender a resistir el dolor de ese tremendo vacío, un hueco que, para ser justos, su madre se esmeró por llenar, pero sin resultados evidentes.

Después de enfrentar la amarga desilusión amorosa que le dejó su propio monstruo, la mujer tomó la radical determinación de abrazar su soltería a perpetuidad. Pero tanto mutismo sólo escondía una incómoda revelación: él se rehusó a asumir su rol como padre en cuanto se enteró de su embarazo, con el singular pretexto de que la hija que esperaba no era suya, una vana excusa que carecía de cualquier sentido. Finalmente, con el paso del tiempo, Emma tras saber toda la verdad, se convirtió en un planeta que orbitaba alrededor de un único y radiante sol: su progenitora.

La mamá de Emma, al verse de golpe sin elección, acorralada, sin apoyo económico de ningún miembro de su familia y con una hija en brazos a la cual criar, decidió comenzar la búsqueda de un empleo para mantenerse a flote en una sociedad que la concebía como un ser incompleto, solo por el hecho de no estar bajo el alero de un hombre. En su incesante indagación, el único trabajo que consiguió fue dentro de una casa parroquial en dónde obtuvo abrigo, techo, comida y una buena paga.

Lo mejor de estar en un lugar así, era que Emma podía acompañarla en todos sus quehaceres, de esta manera, la mujer se aseguraría de no quitarle los ojos de encima, garantizando que en ningún momento sufriera por la más mínima falta de cuidados. Por lo demás, ¿quién necesita una figura paterna cuando puedes tener un regimiento de sacerdotes que podrían ayudar a educar a una niña en el seno de la fe y el amor de Dios?

Durante su infancia, las actividades preferidas de Emma dentro de la parroquia eran convertir el confesionario en una casa de muñecas, jugar a tomar el té con las hostias del altar en lugar de las típicas galletitas azucaradas, esconderse entre las largas bancas para evitar comer los vegetales a la hora de almuerzo y usar las casullas del párroco de turno como vestidos de alta costura, que generalmente incluían un pequeño desfile por el pasillo central de la iglesia.

No obstante, al atravesar por la pubertad y volverse toda una adolescente quebrantadora de reglas, se encargó de transformar el confesionario en una valiosa fuente de información sobre los feligreses, a quienes comenzó a ver con otros ojos al descubrir a hurtadillas sus más oscuros secretos, pero además de eso, también se bebía el vino del altar directamente del cáliz cuando nadie la veía, sacaba algunas monedas de la bolsa del diezmo para salir los fines de semana y usaba el patio trasero de la parroquia, el sitio en donde estaba la estatua de la Virgen María, como fumadero.

#UglyHeart. Las Reglas del MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora