Salma Martínez, 2:56 a.m.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. Estaba mareada y me dolía la cabeza.
¿Por qué tenía que ser precisamente él quien insistiera tanto en verme? Era una de las últimas personas con la que esperaba tener que lidiar en medio de mi caos.
Dejé el móvil a un lado, sobre la cama desecha y me levanté de la cama, tambaleándome.
Tampoco tenía intención de abrirle la puerta, pero mi curiosidad me llevó a acercarme a la puerta. Intenté escuchar con atención, pero lo único que escuché fue un ruido, un golpe, proveniente de la habitación de enfrente.
Me pregunté que estaría haciendo ahora Lamine.
Fui hasta el espejo. Me quedé mirándome al espejo un instante.
Mi rostro estaba pálido y mis ojos rojos e hinchados, con las mejillas húmedas por el rastro de las lágrimas que había derramado durante prácticamente horas.
Quien diría que en cuestión de horas volvería a recaer.
Todo mi ser gritaba caos.
No quería que nadie me viera así, no podía, mucho menos alguien a quien acababa de conocer.
Pero había algo en su insistencia que me hacía dudar, que me decía que tal vez debía dejarlo entrar.
No, no iba a dejarlo pasar. Me daba igual lo que quisiera hablar conmigo.
Pero justo cuando decidí volver a acurrucarme en mi cama, escuché pasos en el pasillo.
Me quedé congelada, conteniendo la respiración por si había otra botella metálica que pudiera volver a caer y delatarme.
¿Sería...? Mi mente daba vueltas, y una parte de mí no quería abrir la puerta, pero otra, más pequeña, anhelaba no estar sola.
Tok, tok...
Picó a la puerta, suave. Muy suave.
Suspiré y me acerqué hacia la puerta. Giré el picaporte con manos temblorosas y la abrí lentamente, lo justo para asomar la cabeza y mirar al pasillo.
Ahí estaba él, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y la mirada como preocupada.
Marc Casadó me miró, recorriéndome de arriba a abajo con una expresión que mezclaba preocupación y sorpresa.
No dijo nada.
En vez de eso, dio un paso adelante y me rodeó con sus brazos en un abrazo firme, inesperado, como si supiera que era exactamente lo que necesitaba en ese momento.
Dudé unos segundos antes de corresponderle.
Era raro, me sentía expuesta y vulnerable, pero también reconfortada. Cerré los ojos y me aferré a él, dejándome llevar.
Era como si abrazarlo a él me diera el consuelo que no me atrevía a buscar.
Las lágrimas volvieron a caer sin control.
Sollozaba contra su hombro, sin poder detenerme. La imagen de Lamine llenaba mi mente, ese mismo dolor que me desgarraba por dentro.
Marc cerró la puerta de la habitación tras él sin soltarme, manteniéndome envuelta en su abrazo hasta que mis lágrimas cesaron poco a poco.
Cuando por fin me aparté, me llevó hasta la cama y ambos nos sentamos.
Me limpié el rostro con el dorso de la mano y lo miré con ojos confusos.
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𝟑𝟎𝟒 • 𝕷𝖆𝖒𝖎𝖓𝖊 𝖄𝖆𝖒𝖆𝖑
Romanceℑ𝔫𝔠𝔩𝔲𝔰𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔦𝔠𝔢𝔫 𝔮𝔲𝔢 𝔫𝔬 𝔭𝔲𝔢𝔡𝔢𝔰 𝔥𝔞𝔠𝔢𝔯 𝔫𝔞𝔡𝔞 𝔭𝔞𝔯𝔞 𝔠𝔞𝔪𝔟𝔦𝔞𝔯 𝔱𝔲 𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔬, 𝔪𝔦𝔯𝔞𝔫 𝔞𝔩 𝔠𝔯𝔲𝔷𝔞𝔯 𝔩𝔞 𝔠𝔞𝔩𝔩𝔢. 𝔖𝔱𝔢𝔭𝔥𝔢𝔫 ℌ𝔞𝔴𝔨𝔦𝔫𝔤.