Prólogo

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La estación de policía ardía en llamas y una bala amenazando con perforar alguno de mis órganos y dejarme sangrando hasta la muerte predominaba la escena. El tiempo corría mientras las llamas cada vez se hacían más y más grandes y la bala estaba incrustada en mi estómago.

La sangre se instalaba con cada vez más precisión en mi camiseta y descendía por los dedos. A mi lado, Alexander intentaba parar el sangrado con un trozo de su camiseta. Sus manos temblaban mientras que me hacía un torniquete con una mezcla de dolor y preocupación en su rostro.

— A-Alex, e-escúchame. –digo jadeando con la respiración entrecortada.

Intenté concentrarme tan sólo en su mirada, que emanaba nerviosismo y dolor. A nuestro alrededor los cadáveres tirados en el suelo poco a poco consumiéndose por el fuego hasta convertirlos en cenizas, me inquietaba más. El fuego lamía las paredes proporcionando un aire sucio y espeso.

— Madison, no hables. –me calla–. Tenemos que salir de aquí ahora mismo. –dice mientras aplica más presión en la herida.

— Me duele mucho. –respondo a la misma vez que toso–. Tienes que ir a por el informe.

–digo con dificultad.

— Que le jodan al informe, no me voy a ir de aquí sin ti.

— Si no vas a por él esto no habrá servido de nada. –replico de nuevo–. Por favor. –pido.

— Esa oficina está lejos, no aguantarás. ¡Mira alrededor! Como no salgamos de aquí ahora este sitio va a colapsar. –dice al borde de la locura.

— El fuego no está tan cerca. –inquirí.

— No voy a ir a por esas pruebas. –se niega–. Tú eres lo más importante.

— Las puertas están bloqueadas y el teléfono está en la cuarta planta. –explico–. Lo más probable es que la bala haya tocado algún órgano o parte delicada y estos sean los últimos segundos de mi vida. –afirmo.

Cada segunda cuenta para salvar su vida, y ambos sabíamos que el tiempo estaba en nuestra contra.

— No digas tonterías, Madison, vamos a salir de aquí te lo prometo. –dice presionando más la herida.

— Alex, sálvate tú. –pido–. Es inútil.

— ¿Cuándo nos hemos rendido? No te puedes morir ¿a quién le voy a llamar histérica yo ahora?

— Alex, sube a la cuarta planta y coge el dichoso teléfono. Si me quieres sálvate. –pido luchando contra el dolor.

— No te despidas. – las lágrimas brotan por sus mejillas.

— Te espero en otra vida. –digo.

— No hagas esto.

— Te quiero desde la Luna a Saturno, no lo olvides nunca. –doy mi último adiós.

Trato de enfocarme en el mínimo detalle. Sin embargo, el calor cada segundo que pasa es más insoportable y el humo hace que cada bocanada de aire sea más y más dolorosa. Intento mantenerme despierta el mayor tiempo posible, por consiguiente, mis fuerzas cada vez se debilitaban más y perdía el norte. Sólo me queda una cosa por la que luchar para seguir viva, Alex. Él es la única razón por la que he estado luchando todo este tiempo.

La presión de mi abdomen aumenta, cada latido de mi corazón emana emitiendo punzadas de dolor molestas.

Las llamas bailaban a mi alrededor provocando una visión distorsionada de esta terrible escena. Mis párpados cada vez se vuelven más pesados y es difícil mantenerlos abiertos.

Finalmente, la oscuridad se instala en mi campo de visión provocando que entre en un limbo que no sé manejar. De repente dejo de sentir ruido. Dejo de sentir a Alex contra mi cuerpo. Dejo de sentir dolor.

— Alex...

Mi voz se transforma en un eco lejano. Sé que esta batalla la he perdido habiendo removido cielo y tierra. Cuando por fin se terminan los problemas y los obstáculos entre nosotros llega uno peor: la muerte. El miedo de no volver a verlo predomina mi mente. Sin embargo, donde vaya sé que estaré en un mundo alejado de todo eso, las preocupaciones o el dolor.

Con un último esfuerzo, intento enfocar mi mirada hacia donde está situado Alexander. Hasta cierto punto, el dolor disminuye cada vez con más intensidad reemplazándolo por una sensación fría. Mi cuerpo se relaja y mi cabeza cae a un lado suavemente. No obstante, dejo que todo se sumerja en el silencio que hay dentro de mí y la oscuridad me ciega con vigor.  



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