Capítulo 13 | La luz de la luna.

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Capítulo 13 | La luz de la luna. 


Madison.

Me miro al espejo. Estudio la sonrisa tonta que se filtra en mis labios al instante en el que aparece Alex. En mis ojos abunda un brillo especial que apenas se había instalado antes en ellos. Es increíble lo que le puede causar una persona a otra simplemente con su presencia más allá de las palabras, más allá de los toques y más allá de los actos.

Termino de lavarme las manos y es cuando mi alarma se dispara. Es hora de la insulina. Me siento en el taburete que hay en el cuarto de baño y busco en el bolso lo que necesito. Una jeringa, una aguja y un inyector de insulina. Los mayores aliados de los diabéticos. Para poder pinchar necesito adoptar una postura recta para el brazo, así que éste lo apoyo en el mármol de la encimera. No me gustan las agujas, sin embargo, es algo con lo que me he familiarizado estos años. Me diagnosticaron diabetes a los doce años y desde entonces siempre llevo estos objetos para poder sobrevivir, lo que es, en malas palabras, una mierda.

No me queda mucha insulina, es algo que siempre llevo meticulosamente contado, sin embargo, me he quedado sin repuesto antes de lo que esperaba. Con suerte, para el día de hoy tengo suficiente, sin embargo, para mañana es complicado. Una vez he terminado, lo guardo todo en mi bolso y llamo a mi abuela. Sí, es de esas ancianas modernas para su edad que tienen teléfono móvil.

— Abuela, necesito que mires en el mueble de la cocina si hay más insulina.

— Claro, cariño.

Se oyen unos pasos alejarse y de repente, recibo la peor noticia.

— No, cielo. ¿Ha pasado algo? –pregunta preocupada.

— ¿Y en los cajones de mi habitación?

Que diga que sí, que diga que sí.

Estoy segura de que guardé ahí de repuesto, pero de todos modos para mañana pincharme no tengo, así que me tocará pedir de nuevo la receta. Sin embargo, no sé cómo lo voy a pagar, pues no tengo dinero, todo lo que he ido ganando de la biblioteca lo he ido consumiendo para poder pagar el piso y mi carrera Universitaria. En otros términos, estoy sin blanca.

— Cielo, no tienes nada. Te has quedado sin ¿verdad?

— Sí.

Es inútil mentir, no tengo escapatoria y no estoy como para engañarla, mi vida está en juego.

— Necesito la receta para poder comprarla desde aquí, para mañana no tengo nada. Acércate a la farmacia por favor.

— En cinco minutos te llamo, Maddie. No te preocupes.

Tarde, abuela. Tarde.

Enseguida empiezo a pensar lo peor. Mi cabeza es una montaña rusa en estos momentos y los cinco minutos que tarda mi abuela se me hacen eternos. La respiración empieza a faltarme y las lágrimas salen descontroladas de mis ojos y brotan por mis mejillas amenazantes. Respondo la llamada de inmediato cuando logro sacar unas palabras de mi garganta.

— Maddie, cielo, explícale a esta buena muchacha tu situación.

Está bien, esto es normal. Si no va la persona que la necesita no le hacen la receta a no ser que tenga la identificación o una autorización. Así que respiro y se lo explico.

— Buenos días, necesito que me haga la receta de nuevo de la insulina. Se me ha acabado antes de lo previsto y no tengo de repuesto. –cojo aire y reanudo la conversación–. No puedo ir yo misma, porque estoy lejos y para mañana no tengo suficiente, ¿sería tan amable de hacerla de nuevo y dársela a mi abuela?

Una Inesperada PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora