Capítulo 44 | Promesas.

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Capítulo 44 | Promesas.

Madison.

Pensé que la semana aquí se me iba a pasar volando, pero todo lo contrario.

Tenía una lista inmensa de cantidades de cosas que hacer, lugares que visitar e incluso comida que probar, pero a decir verdad, me paso el resto de la semana aburrida al teléfono deseando que llegue el domingo por la noche.

Ya tengo estresada a Abby por las ganas que tengo de volver a casa, pero es cierto, tengo ganas de volver. No sólo por la añoranza a mis amigos, también a... bueno... Alex.

En esta semana no me ha escrito, ni siquiera me ha llamado, pero es lo que acordamos. Contacto cero para que pueda pensar en ello. Y a decir verdad, no he dejado de hacerlo. Ni un solo minuto.

Tanto desear que llegue la noche, y cuando por fin lo hace, se retrasa el taxi diez minutos.

— Abuela, que quiero volver a casa.

Lo digo con ansia y con desesperación a la vez.

— Lo sé, cariño, lo sé. Quieres ver a Alex, nadie te priva de lo contrario.

Un inciso.

He podido ponerla al corriente de (como dice ella) mis avances amorosos.

Los únicos, a decir verdad.

Y los que exclusivamente me interesan.

— Mira, ¡ya está aquí!

Me vuelvo hacia la puerta, y tras despedirnos de su amable amiga, nos montamos en él, y de pronto duermo durante más de media hora.

Me duermo tan profundamente que incluso sueño, pero afortunadamente para mí, cuando abro los ojos ya estamos frente a nuestra casa.

Le pago al conductor y bajamos nuestras pequeñas maletas.

Dejo la mía en mi habitación y aviso a mi abuela de que voy a salir.

— ¡Pero si acabamos de llegar!

— Es que es preciso, de verdad.

— Está bien, pero mañana deshaces la maleta.

— No te preocupes.

— Dime una cosa, ¿vas a estar con Alex?

No digo nada, porque en el fondo sé que ya sabe la respuesta a esa pregunta.

— Sí.

— Me alegro de que las cosas se hayan solucionado.

Tampoco pierdo mucho más tiempo a pie, voy al apartamento de Alex sin avisar.

Apenas abre la puerta, me lanzo sobre él, pero es Alex el que estampa sus labios contra los míos para a mis espaldas, cerrar la puerta con el pie.

En tres horas no decimos nada; sólo estamos bajo las sábanas desnudos, abrazados y en silencio.

— ¿Esto ha querido decir que me has perdonado?

Levanto mi cabeza de su pecho y lo miro.

— Pensaba que había quedado lo suficientemente claro.

— ¿Confías en mí?

— Nunca dejé de hacerlo.

Vuelve a acariciarme el pelo y me besa.

— ¿Quieres venir hoy a la comisaría?

El corazón me va a estallar.

Quiere introducirme en su mundo, uno que he ansiado conocer con profundidad y que nos acerca cada vez más.

Una Inesperada PropuestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora