16. Olivia

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DOS MESES DESPUÉS

—¿Para que necesitas tantos pinceles? —Tomás había abierto una de mis cajas de la mudanza, le importaba poco que le gritara por husmear entre mis cosas.

—¿Puedes dejar meter las narices entre mis cosas? —bajé la caja llena de pinturas en el pasillo que llevaba a la entrada de la casa de mi madre.

Una breve parada en la casa de mi madre es lo que había planeado hacer cuando regresé a la ciudad, ahora mismo estaba moviendo lo ultimo que quedaba de mis cosas de la casa de mi madre al nuevo departamento donde Angélica y yo vivimos, mi amiga me había revelado el día que regresé con mi madre, que hacía mas de un mes meses que se había mudado de la casa de su abuelo, para mi buena suerte había un cuarto de más donde podría quedarme si pagaba la mitad de la renta, y hace dos semanas estaba oficialmente moviéndome de casa.

—Si me das uno solo de estos haría cuadros mejores que los tuyos —murmuró Tomás pasando a mi lado para llegar hasta su auto.

—¿Qué dijiste, larva? —con mis obras de arte nadie como ese perro en dos patas se metería.

Caminé detrás de él recriminándole por lo que había dicho.

—Era broma, ni en un millón de años pintaría como tu aunque lo intentara todos los días —dijo entre quejas cuando tuve un mechón de su pelo aferrado entre mis dedos.

Terminamos de subir mi material a su auto y nos dirigimos al departamento que compartía con Angélica.

Subimos hasta el tercer piso con el montón de cajas entre los brazos y con los pies temblando como gelatinas, nunca pensé que vivir en un tercer piso sería así de complicado, no hasta que mueves todas tus cosas y tienes que subir y bajar escaleras porque no hay elevador.

—Mas te vale que haya cervezas en el refrigerador —Tomás entró en el diminuto departamento y dejó las cajas en el primer lugar que pudo.

—¡Angélica! —grité para que supiera que había llegado.

—¡¿Qué?! —la escuché gritar desde su habitación.

—¡Ya llegué!

—¡No me digas! —gritó sarcástica.

Tomás se asomó desde la puerta de la cocina con una cerveza en la mano.

—Ustedes dos son la una para la otra, igual de locas —le dio un trago a la botella en su mano.

—Tu deberías de hacer lo mismo y buscar a alguien igual para mudarte con él o ella, ¿no crees que es momento de dejar de vivir con mamá? —di un golpe bajo a su orgullo.

Mi hermano entrecerró los ojos y se cruzo de brazos, su orgullo estaba desmoronándose.

—Yo, a comparación de Salma y tu, vivo en mi herencia, no tengo por qué pagar por un techo —casi me ahogo con mi propia saliva, ¿la larva creía que se quedaría con la casa de mi madre?

Estaba a punto de lanzarle un tubo de pintura a mi hermano cuando Angélica salió de su habitación.

El departamento era diminuto de verdad, la sala conectaba a las dos habitaciones, el baño y un pequeño pasillo que podía ser recorrido en tres pasos para llegar a la cocina, eso era todo, apenas teníamos ventanas al exterior y la cocina compartía espacio con una pequeña máquina de lavado dos en uno, lavadora y secadora pequeñas en uno mismo. Este departamento tenía lo necesario y las dos podíamos pagarlo.

Llevaba trabajando un mes en una pequeña cafetería, la paga no era mala, pero por si sola no creo que fuera capas de mudarme de la casa de mi madre. Mis pinturas eran lo que estaba pagando mis comidas, en tres semanas había vendido siete, descubrí que la tristeza era un sentimiento que podía hacerme pintar por horas sin cansarme, además, mis obras tenían un aspecto mas oscuro y sanguinario que nunca, y a muchas personas les gustaban ese tipo de cosas en internet, claro, también les gustaba mis raras mezclas de arte barroco y romanticismo de diferente siglo.

Trampa Para MariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora