1. Olivia

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Correr por calles empedradas y empinadas no es algo que debería hacer, romperme un pie es lo que menos quiero en este preciso momento, pero me niego a llegar tarde. Desde hace unos meses hago practicas en un museo como restauradora de arte, es mi ultimo año en la universidad y es lo que supone que debo hacer para graduarme.

El claxon de un vehículo me sorprende. Además de empedradas y empinadas, las calles no tienen aceras y son tan estrechas que me parece un milagro que los autos consigan trasladarse de un lado a otro sin dejar la pintura en las pequeñas casa y edificios coloniales pintados de blanco.

Corro hasta que la calle se abre lo suficiente para dejar pasar al taxi detrás de mi. Estoy a una cuadra de llegar al museo ubicado al lado de la antigua iglesia con el arte barroco mas increíble que e visto.

El centro del pequeño pueblo donde está la iglesia y el museo tiene un kiosco y un montón de arboles rodeándolo, es el lugar perfecto para los vendedores ambulantes, después de todo es su fuente principal de ingresos, vender artesanías a los turistas.

—Hoy no, Arturo —le gritó al hombre que lleva meses tratando de venderme llaveros con el nombre del pueblo desde que llegué aquí, Arturo aun parece no entender que no quiero recuerdos después de decírselo mas de un millón de veces.

Atravieso la pequeña plaza repleta de turistas y entro a trompicones al museo, como siempre con mas de dos turistas admirando las obras de arte expuestas. Me dirijo hasta la puerta que dice "Solo personal autorizado", el edificio que ahora es un museo solía ser un convento, las instalaciones son viejas y hermosas, las áreas que no están destinadas a la exposición de arte son utilizadas para la administración del museo y la preservación de las obras.

—Creí que no vendrías —dice Martín cuando me ve entrar corriendo.

—Gracias por no despertarme —utilizo el sarcasmo para regañarlo por dejar a su compañera de casa llegar tarde.

—Estuve mas 10 minutos tocando tu puerta, por un momento creí que habías muerto, luego recordé que sueles dormir con audífonos puestos y desistí —Martín siempre fue el responsable cuando estábamos en la universidad, y sigue siéndolo sin importar donde estemos.

—Señorita Aranda —escucho a mi jefa llamándome—, que bueno que llega, tiene trabajo.

—Siento mucho llegar tarde, le prometo que no volverá a ocurrir —en todo el tiempo que he estado llevando a cabo mi proyecto de restauración en el museo nunca había tenido una sola queja de mis superiores.

—Bien, mas le vale mantener su promesa, porque desde hoy comienza a trabajar con el equipo de preservación de la iglesia.

El corazón se me aceleró tanto que creí que explotaría, el arte en esa iglesia es magnifico, las colosales paredes con retablos llenos de tallados en madera y oro de ángeles y figuras católicas en tercera dimensión, al entrar ahí sentías como si las representaciones de santos en las paredes te observaran, típico en las iglesias, pero en esta había el triple de lo que había en cualquier otra.

—Muy bien, ¿puedo empezar ya? —dije tratando de ocultar mi emoción.

Mi jefa, la señora Altamirano, llevaba toda su vida trabajando en la conservación de la iglesia y el museo, ella nació en este mismo pueblo y se enorgullece de decir que los lugareños se pueden encargar de su cultura por completo como para no necesitar de empresas de restauración de arte extranjeras.

Todo era felicidad y emoción, hasta que me di cuenta de lo que realmente haría en la iglesia.

—Asegúrate de que no quede ni un solo pedazo sin cubrir —señaló Roberto mientras me daba pliegos gigantes de plástico y cinta para cubrir el piso de madera de la iglesia.

Trampa Para MariposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora