9. Freddie

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Tengo la cabeza dentro de una lavadora.

Mis ojos lagrimean debajo de los lentes y de vez en cuando debo limpiar la pequeña gota que cae, imparable. Algunos pensarán que estoy llorando al ver los bocetos que plasman en los lienzos, pero no. Ninguno de ellos me ha logrado conmocionar aún. Lo único cierto es que no volveré a tocar una cerveza. Mi cuerpo ya no la soporta como antes.

Los chicos a mi cargo están a nada de terminar sus bocetos. Como tarea, la clase anterior, les había encomendado que trajeran un modelo para retratar y lo cierto es que, a pesar de algunos ser muy buenos candidatos, no logran transmitir nada. «Nada», esa palabra puede ser todo desde el punto de vista de un artista, pero ahora no lo veo. No encuentro nada. Solo el carbón del lápiz manchando la tela y un sinfín de pensamientos oscuros.

No siempre se sabe elegir el modelo.

Encontrar la musa perfecta no es algo sencillo. A mí me ha costado años. Pintando persona tras persona hasta dar con Venus, la chica de ojos bonitos que ahora me mira pícara desde el marco de la puerta. Y debo aceptar que me sorprende que esté aquí. Es como si me estuviera persiguiendo a cada rincón al que voy. ¿Será así o solo es coincidencia? Me acerco lentamente hacia ella y levanta unos centímetros la cabeza para poder verme directo a los ojos, aunque poco debe ver gracias a mis gafas. Me espera con una sonrisa pretenciosa aunque no termino de entender qué pretende y no la quiero mirar de más. No quiero caer en su trampa. Tengo cosas que hacer. Debo ser profesional. No estoy aquí para jugar.

—¿Vienes por la clase? Cobro por adelantado. La sala está completa hoy pero puedes sentarte a mirar.

La sonrisa que adornaba su rostro desaparece sin dejar huella en sus mejillas.

—No, solo pasaba por aquí, te ví y quise saludar.

—¿Si? No me digas.

Apago el cigarrillo en la pared dejando una mancha oscura.

—¿Qué te sucede?

Noto la confusión en su rostro y no comprendo por qué reacciona así. No creo que sea idiota. No creo que lo haya olvidado, no cuando lo recuerdo todo.

—¿O viniste como modelo?—insisto.

Sé que no está aquí parada por ninguna de esas dos razones, pero tampoco puedo afirmar a ciencia cierta qué hace aquí, con qué propósito llegó hasta la puerta de la sala. Su ceño se frunce y está a punto de decir algo cuando la interrumpo adrede.

—Dejen todo—ordeno y todos sueltan sus lápices—. Haremos algo nuevo.

Coloco una silla en frente de los muchachos, tomo a Venus de la mano y la acomodo en la posición correcta. La incertidumbre se hace más notoria en su semblante.

Ahora será la musa de todos. ¿Verán en sus ojos lo que yo veo?

—¿Qué haces?—susurra.

—Un retrato no es nada sin emoción. Pueden pintar cualquier rostro pero si el sentimiento del personaje no me come por dentro al verlo, han fracasado—explico a mis alumnos, ignorándola—. Quiero que vean a esta chica e intenten plasmar lo que siente solamente enfocándose en sus ojos. Les doy una pista; enojo, confusión—digo tomando mi barbilla, pensando mientras la miro profundamente—. Arrepentimiento, tal vez.

Me coloco a un costado mientras los chicos comienzan a trazar un boceto del rostro de Venus. Una cara con unas cuantas pecas, los labios rojos carmesí y unos ojos aguados. Enseguida percibo como una corriente eléctrica y helada me recorre el cuerpo poniendo mis pelos de punta por debajo de mi ropa negra. Me sobo los brazos intentando quitar esa sensación.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora