12. Venus

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***

La mirada de Freddie es pícara y me sorprendo cuando me percato que en todo este tiempo le he estado viendo los ojos, que no se ha ocultado tras sus gafas. Estira su mano para que la tome y no comprendo cuál es su intención aunque analice su mirada, así que sin más pensar, la agarro con determinación y nos dirigimos a su habitación. Al llegar a ese sitio repleto de ojos, es imposible que no suelte su mano porque ambas me las llevo a la boca. Sobre su cama se extiende un elegante vestido color turquesa que desprende mucho brillo, pero no es un turquesa cualquiera, es muy similar a los pigmentos que ha usado en Afrodita.

Jamás había visto una prenda tan elegante y costosa cómo esta.

—¿Esto es para mí?—pregunto atontada .

—Lo usarás mañana.

—Por Dios, es hermoso. ¿Cuánto te ha costado?

—No importa. Pruébalo.

Freddie sale del cuarto para que lo pruebe. Mi pecho sube y baja de la emoción mientras acomodo la prenda nuevamente en la cama. Una vez que me he puesto la prenda, alzo mi cabello con la mano para probarme un peinado ficticio y no puedo creer lo brillante que es. Guardo las gafas de Freddie que traía en la cabeza y salgo del cuarto para enseñarle el vestido pero no lo encuentro en ninguna parte, hasta que finalmente noto el humo de cigarrillo proveniente del balcón.

Está de espaldas a mí observando la calle, a las personas pasar y escuchando una canción desde un pequeño parlante. Supongo que es el motivo por el cual no se ha enterado que estoy detrás de él oyendo como canta desafinadamente. No todo arte se le da bien. Pero no quiero interrumpir. No debo romper este momento dónde está siendo él mismo, dónde lo noto perdido en su propia cabeza, en su propio corazón. Hundido en sus pensamientos.

El eclipse no fue parcial, y cegó nuestras miradas. Te vi que llorabas, te vi que llorabas... Por él—canta con el cigarro en la boca y luego voltea.

No hace más que analizarme con el cigarrillo colgando de sus labios, de esa boca jugosa que te obliga a crear escenarios obscenos en tu mente. Parece sorprendido de haberme encontrado husmeando en un momento íntimo con él mismo. No inspecciona cómo me ha quedado el vestido y creo que en realidad ni siquiera le importa.

Su mirada está puesta en mis ojos y busca algo dentro. Y yo que no tardo mucho en ponerme roja, enseguida aparto la vista.

—¿Cómo lo ves?—pregunto para que deje de verme fijo.

Mi pregunta hace que se acerque y siga con la vista clavada en mí. Siento que puede leerme tan fácil como un libro, en cambio yo no puedo sacarle nada.

Aclaro mi garganta.

—¿Te gusta?—insisto.

Mi piel y mi corazón que patean mi pecho desbocado, lo ven venir.

Cierro los ojos como acto reflejo cuando siento su mano que se desliza suavemente tomando mi mejilla y parte de mi cuello. La música sigue y los latidos de mi corazón la acompañan.

—Me gusta.

Los acordes de la música se impregnan en mi pecho.

Su boca pegada a la mía se impregna en mi corazón.

Sus labios mojados con un poco de aroma al cigarro se mezclan con mi boca. Un gruñido sale desde su interior y nuestras lenguas se encuentran en un ritual de fuego y las cosquillas comienzan a molestarme en mi estómago.

Besa como pinta. Besa como escribe. Besa como si estuviera pasando su pincel por cada rincón de mi cuerpo.

Me alza en el aire y rodeo su cintura con mis piernas. Caemos sobre su cama y se separa unos segundos para tomar un poco de aire. Su pecho sube y baja con la boca entreabierta.

—No puedes hacerme esto—digo en un susurro que a duras penas puedo soltar cuando vuelvo a tenerlo encima.

—¿Empezar a hacerte el amor o parar?

De nuevo esos ojos de miel y menta clavados en los míos. Tener a Freddie sobre mí era una situación con la que había soñado desde que lo vi, pero no soñado de desear que suceda, sino de los sueños que tienes por las noches y durante la mañana despiertas un poco húmeda. Pero no me permito mentirme a mi misma. Dios sabe que también lo deseo, de desear. Desde el día que lo conocí en Dragon Club no había podido parar de pensar en él y en todo el magnetismo que lleva encima. Es por el mismo motivo por el cual mi mente lo sueña una y otra vez. Pero no puedo seguir. Sabía que mi cuerpo no me permitiría llegar más allá de unos besos apasionados. Exponer mi desnudez frente a personas nuevas no se me da bien. De repente las malditas voces gritan en mi mente y no se callan. ¿Qué pensará sobre mi cuerpo? ¿Le gustará la forma que tiene? ¿Qué dirá sobre mis pocas curvas? ¿Y sobre mis piernas tan delgadas? ¿Qué hay de mi poco marcado trasero? ¿Le contará a sus amigos sobre él o de mi notable columna vertebral?

No estoy lista. No puedo mostrarme.

—No puedo—me quiebro, apenada.

Tomo las prendas que traía antes de colocarme el vestido y salgo corriendo de su departamento. Lo dejo ahí, en su cama y su confortable colchón. Se queda recostado mirando hacia el techo con todas sus ganas a flote. Y las mías también. Corro con el vestido turquesa por las calles de ese barrio costoso y las lágrimas caen por mi rostro. Me odio en este momento, y en todas aquellas ocasiones que se me dió la oportunidad de llegar a algo más con otros muchachos pero que nunca pude concluir por miedo a mi misma. Miedo a mi cuerpo.

Me odio por esto.

Solo Javier logró verme completa y ahora lo odio también.

—¿Venus?

Seco mis lágrimas y trato de mirar a quién tengo enfrente y me llama por mi nombre. Mis ojos están completamente aguados, como si todo ese azul de mis ojos se hubiera convertido en agua, en lágrimas, en un océano de dolor y arrepentimiento.

—Tony—me sorprende verlo fuera del club—¿Qué hora es?

—Las cinco de la mañana. Está amaneciendo.

Miro el cielo. Es cierto. El sol se eleva.

—¿Qué pasó?—pregunta mirando la ropa que llevo en las manos.

—Nada, debo ir a casa.

—Déjame acompañarte.

Al principio me niego pero Anthony insiste en qué debe hacerlo. No quiere dejarme sola. Me explica que Freddie podría matarlo si supiera que no me llevó a casa, pero que también es extraño que me haya dejado ir tan fácil, sin correrme por detrás u ofrecerse a llevarme a casa en mitad de la noche. Subo las escaleras de caracol y le doy una última mirada a Anthony. Sonríe desde el pavimento.

—Dile que lo siento.

Él asiente con la sonrisa aún plasmada en su rostro.

—Gracias, Tony. 




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Tony, mi bb. 

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Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora