18. Freddie

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¿Alguna vez he confesado ser un hombre débil? Puedo agregar también que soy un idiota sin remedio.

Aún me encuentro estático en medio del corredor del edificio, en bóxers, esperando que caiga un rayo justo sobre mi cabeza y me rostice hasta desaparecer. Eso o que alguien venga a salvarme de mí mismo. Venus se ha ido, y con ella lo poco que quedaba de esperanza en la relación. Pero, ¿cuál relación? Cada uno es libre de hacer lo que quiera. Jamás pactamos compromiso ni exclusividad y es por ello que no entiendo por qué me asaltaron los celos cuando la vi con otro.

No conocía esa palabra. Celos.

Solo la usaba en los libros cuando mis personajes estaban real y perdidamente enamorados. Con las otras chicas con las que salí, jamás llegué a experimentar este sentimiento que ahoga, que paraliza y comprime todo mi ser. Quiero reclamar lo irreclamable. Quiero pedirle que deje de verlo, que deje de pensarlo, que deje de pronunciar su nombre cerca de mi oído. Lo cierto es que no tengo poder para hacerlo. Mucho menos ahora.

Vuelvo al departamento con miles de pensamientos dando vueltas por mi mente. Joanna, la muchacha rubia que he estado retratando y follando durante unos cuantos meses, termina de vestirse mostrándome su peor cara y, siendo sincero, poco me importa si está enfadada conmigo. Ella conoce los términos de nuestra escasa "relación".

No tengo ninguna relación. Solo relaciones.

―Que obsesión tienen los hombres con lastimar mujeres.

Quiero decirle que cierre la boca porque su voz me colapsa, quiero pedirle que se vaya y me deje solo en este abismo de cagadas que me mando, una tras otra, pero no hace falta que lo haga porque cuando termina de escupir su veneno, cierra la puerta blanca de entrada y quedo en medio del living conmigo mismo. Refriego mi rostro con ambas manos mientras espío por el gran ventanal a Joanna arrastrando los pies y su bolso rosado. Pero no veo a quién quiero ver. No hay rastro de Venus. Supongo que para este momento está en su habitación hablando con todas sus amigas de lo estúpido y mujeriego que es Frederick Daniel Cook.

El escritor del que tanto le han hablado no es más que un imbécil que sabe contar cuentos y dibujar ojos tristes. Solito me gano mala fama, como Dragon Club. Será por eso que me encuentro a gusto entre los perdedores que lo visitan, porque soy uno de ellos.

Me deslizo como una lombriz hasta la habitación y busco mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón y una vez que lo enciendo comienza a sonar. Una notificación tras otra. Mensajes, mails, invitaciones a eventos que ya han concluido. Más y más mensajes de ella.

Mensaje de Venus:

«¿Podemos vernos?»

«Te extraño. Necesito verte

«¿Estás bien? ¿Recibes mis mensajes.»

«¿He dicho o hecho algo malo?»

Leer sus palabras a través de la pantalla me lastima el iris. Aprieto los ojos con fuerza mientras aparecen más mensajes. La rabia contenida necesita salir y me desquito con lo primero que encuentro. Pateo una caja grande que hace un enorme escándalo cuando se quiebra lo que hay dentro. Suena como vidrio al reventarse unos con otros. Lanzo el celular contra la puerta de entrada y Tony, con sus reflejos de araña, lo esquiva al ingresar.

―Mierda, si quieres me voy.

―¡Tengo un gran don para cagarla!―grito.

Todo el alcohol que vengo ingiriendo desde hace días habla por mí esta vez. La sustancia que recorre mis venas toma el control de mi cuerpo. No sé quién soy ni lo que hago. Estoy contaminado. Anthony alza mi teléfono pero vuelve a dejarlo caer cuando nota el desastre que he hecho y todo lo que he roto. Soy un rompedor serial. Destruyo todo a mi paso. Soy un maldito huracán.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora