7. Freddie

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***

Trata de ocultar las lágrimas pero le resulta imposible al igual que a mí ignorarlas. Incluso a través de mis lentes oscuros puedo verlas escurrirse por su mirada. ¿Quién la ha hecho sufrir tanto? No quiero ponerla en una situación incómoda. No la haré hablar del tema.

—¿Quién era ese imbécil?—pregunta por fin, rompiendo el silencio.

—Damian, el hijo de Víctor. Es un imbécil pero me toca aguantarlo... aunque nos hemos peleado en algunas ocasiones.

—Creí que eran amigos.

Niego con la cabeza mirando al pavimento descascarado y ahuecado sobre el que caminamos.

—Mi único amigo es Tony.

—Él parece buena gente.

—Lo es.

Caminamos en silencio mientras nos alejamos de la zona de edificios donde vivo. Poco a poco nos adentramos a otro barrio, a otro sitio que me hace revolver el estómago. Algunas calles no están pavimentadas, hay gente durmiendo en las esquinas y el hedor a orina atrofia las narices de cualquiera. El corazón empieza a latir cada vez más rápido y luego un dolor fuerte en el pecho aparece repentinamente. Venus parece notarlo y yo no sé si pueda soportar estar mucho tiempo aquí.

Todo me trae recuerdos. Todo «el principio» que Anthony mencionó vuelve a mi mente. No quiero revivirlo.

—¿Vives aquí?—pregunto, antes de que cuestione por qué mi cuerpo reacciona de esta forma al lugar.

—Sí, aquí vivo.

Llegamos a una pequeña casa en la altura de un color beige medio gastado por las lluvias y el paso del tiempo, tiene una escalera caracol color verde agua el frente y ventanas enrejadas con mosquiteros que cuenta con algún que otro agujero. Venus se detiene frente a la casa y junta sus brazos buscando qué decir.

—¿Quieres pasar? Mis padres no están.

—¿Y si estuvieran no me harías pasar?

Sus mejillas se tornan rojas al segundo de escuchar mi pregunta y yo disfruto del espectáculo. Comienza a gustarme hacerla sonrojar y llevarla a las emociones más extremas que luego se guardan en mi mente como una fotografía en la memoria de mi celular. Subimos las escaleras y Venus abre la puerta de entrada tan fácilmente como dar un soplido. Se quita los zapatos de tacón en la entrada y los cuelga de su mano mientras se dirige a una habitación que veo pintada de rosa.

La casa por dentro es pequeña pero no me interesa ver los detalles, no he venido a inspeccionar. De hecho, no me agrada husmear en hogares ajenos, sin embargo, algo ahí dentro capta mi atención y mi cuerpo como un imán. Es una pintura colgada en la pared, pero no es cualquier pintura, es mía. Reconozco mis trabajos en cualquier lugar, en cualquier línea temporal.

—Es una Venus de Milo. Bueno, tú ya debes saberlo—dice y escucho su voz lejana como dentro de un eco.

Su voz se siente lejana y yo en un torbellino de pensamientos.

—¿De dónde la sacaron?

—Mi padre la compró hace un tiempo. ¿Por qué?

El principio.

El principio.

El principio.

Aquí está el maldito principio que Anthony mencionó y que ha vuelto a mi cabeza como si hablar de él en el museo lo hubiera invocado. No quiero decirle que es mi obra, no quiero contarle la verdad detrás de esa pintura. No puedo. No aún, es muy pronto para que sepa la verdad. Y quiero huir. Quiero correr lejos de todos pero sentir la presencia de Venus a mi lado logra que vuelva en mí aunque esté temblando por dentro.

Yo sin ti © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora