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He sido soñador toda mi vida.
Desde muy pequeño he deseado cosas y situaciones inviables que en ese momento creía posible, porque cuando eres niño tienes la maravillosa y tonta idea de que el mundo es una máquina de conceder deseos y te crees imparable y de alguna forma lo eres, hasta que creces y todas esas esperanzas caen en picada.
Tenía una larga y típica lista de deseos por cumplir antes de morir pegada en la pared de mi cuarto. A esta altura del partido he olvidado algunos de ellos, otros los he cumplido y varios quedan aún por cumplir, pero sé que visitar la Torre Eiffel estaba escrito en ese papel, con una letra plasmada a las apuradas porque llegaba tarde a la escuela y mi padre gritaba desde el piso de abajo. No sabía cómo iba a llegar hasta ahí, ni con qué objetivo, pero mi corazón sabía que algún día miraría el mundo desde la punta de la gran torre y me sentiría un dinosaurio, uno de los gigantes.
Catorce años después estoy aquí y no me siento un dinosaurio, sino un adulto a medio realizar y me noto extraño atravesando por el umbral de este sentimiento. Me he sentido un niño abandonado la gran parte de mi vida pero ahora, desde aquí arriba, en un país diferente, hablando en una lengua distinta a la mía y entablando conversaciones con otra gente, mi alma se mueve diferente dentro de mi cuerpo.
Estoy tan alto que incluso creo poder ver todas las casas del país desde aquí. Me encuentro tan arriba que creo poder volar. Doy un vistazo hacia abajo, al suelo, dónde la mayoría de las personas suele mantener la vista la mayoría de las veces mientras van por la vida y ahí están, caminando a toda prisa por llegar a sus trabajos sin siquiera torcer la cabeza para admirar semejante obra maestra. Y es que probablemente les da igual que esta estructura esté los trescientos sesenta y cinco días del año porque se han acostumbrado a tenerla aquí presente. Supongo que eso mismo pasa con las relaciones humanas. Supongo que eso le sucedió a mi padre y por ese mismo motivo decidió aventurarse con otra mujer. Una relación nueva, misteriosa y desconocida. La costumbre paraliza las relaciones y es una realidad dolorosa, lo reconozco. No creo poder terminar de culparlo por ello, después de todo es un ser humano como todos, como yo, que estoy forrado de errores.
La risa de un pequeño me libera de mis pensamientos y doy gracias que se atraviese en mi camino. Se coloca cerca de donde estoy y toma el visor con sus diminutas y pegajosas manos. Lo hace girar y busca aprobación de sus padres con la mirada y una sonrisa pícara en el rostro. El hombre canoso de un gracioso mostacho lo sube a sus hombros de un solo movimiento.
—¡Wow! ¡Estamos muy alto, papá! Me siento un gigante—brama el niño.
—¡Eres el gigante que aplastará la ciudad!—le sigue su padre mientras la mujer ríe y sostiene un globo grande con forma de dinosaurio.
—¡Mejor quiero ser un dinosaurio!
—¿Cuál serías?
—¡El tiranosaurio rex, es el más grande de los dinosaurios!
—El Patagotitan Mayorum fue el más grande de todos—intervengo, dirigiéndome al niño.
No me incomoda sentir las miradas confundidas de sus progenitores. Si van a hablar de dinosaurios cerca de mi oído no me van a prohibir participar.
—Sip, tienes razón. Él acabaría con todos—responde el crío volviendo la vista al frente.
Su padre vuelve a dejarlo en el suelo y extiende su mano hacia mí y lo saludo desconcertado. No deseo entablar conversación con él ni con su madre, sino con el pequeño que me recuerda a mí mismo. De hecho, es con el único que podré tener una conversación interesante. Ahora mismo no me interesan los temas de adultos.
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Yo sin ti © ✔️
RomanceCOMPLETA. Freddie, un artista quebrantado por la vida, no tenía planeado enamorarse pero su extraña obsesión por los ojos de las personas lo encamina cada vez más hacia Venus, una joven con problemas de autoestima haciendo imposible cumplir su prome...